Tu vecino es
El otro día, un poco antes de carnavales, viajaba en metro a altas horas de la noche hacia mi casa, cuando, en la parada del Casco Viejo, se subió un raro joven que ocultaba su cara con una bufanda y un gorro negros, a la manera de capucha, porque la verdad es que el chaval se había forrado la cabeza la mar de bien.
En el vagón sólo éramos tres o cuatro. No hacía, ni mucho menos, tanto frío como para llevar toda la cara tapada a excepción de los ojos, y los carnavales aún no habían comenzado, así que me fijé en el, digamos, enmascarado, que avanzaba hacia mí por la espalda y al cual podía ver en un cristal divisorio de asientos que me servía de espejo. He de decir que, en el lado derecho del vagón, a mi altura, viajaba otro joven que se moría de la risa, y cuyos ojos estaban enrojecidos, tal vez porque se había fumado un porro, o quizás a causa de su propia hilaridad.
El enmascarado avanzó, pasó a mi lado, y después se sentó un vagón de metro más adelante, momento en el que dejé de fijarme en él, aunque se hubiera dicho que, en el caso de haber cometido una tropelía, o de querer cometerla, el suyo era un extraño intento de ser discreto. Pensé que al pasar junto a mí podría haberme propinado una toñeja humorística -como en el colegio- si hubiese querido, y me vino a la cabeza aquél chiste-poema de Rumi (siglo XIII): "Alguien le propinó al joven Said un fuerte golpe desde atrás. Estaba ya por devolverlo, cuando su atacante gritó: '¡Quiero hacerte una pregunta! Responde primero y después pégame. Te golpeé en la nuca y eso hizo ruido de bofetada, ¿no es así? Ahora mi pregunta es amistosa: ¿qué produjo el ruido, mi mano o tu nuca?'. Dijo Said: 'El dolor que estoy sintiendo no me da tiempo de pensar en el problema. Mejor será que decidas por ti mismo si una persona dolorida puede pensar acaso en tales cosas".
Inmediatamente llegué a la conclusión de que no era cuestión de ponerse tan dramáticos, y que seguramente ése chaval tenía una afección de garganta de tres pares de cojones, y que, de hecho, el muchacho de al lado se lo había tomado a risa, y además me distraje porque subió una chica guapísima que se puso frente a mí leyendo un libro. Únicamente miré hacia el enmascarado una vez más, pero el protagonista de esta historia se había cambiado de sitio, o acaso yo no le había visto bajar en la estación anterior.
Llegó mi parada, subí por las escaleras mecánicas, y me fui a casa atravesando la calle desierta, canturreando aquella vieja canción de Barrio Sésamo, versionada por mí, que dice: "Porque el enmascarado tu vecino es / tu vecino es / tu vecino es / porque el enmascarado tu vecino es / (...) / y a la hora de la verdad / tra-lará-lará-lará / siempre habrá cordialidaaad / [todos juntos] ¡en la vecindaaaad!"
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