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Columna
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Auténtico, sencillo, modesto

Marc Palmés Giró nació en Barcelona en la época dura de la posguerra, en 1943. Cursó estudios de derecho en la Universidad de Barcelona y de periodismo en la Escuela Oficial de Barcelona. Esta doble vocación suya alimentó, aún más sin duda, su convicción natural de que no cabe hablar de un derecho justo, y menos en el ámbito penal, si no se trata de un derecho generado en democracia y sometido al conocimiento de todos los ciudadanos en su aplicación por los tribunales.

Palmés empezó su trayectoria profesional en un periodo histórico que tenemos tendencia a olvidar, en el que no sólo no existían los derechos fundamentales que hoy consideramos imprescindibles, sino ni siquiera una defensa con un mínimo contenido real, pues se ejercía aplicando un derecho de corte totalitario, ante jurisdicciones especiales como el siniestro Tribunal de Orden Público o, en muchos casos, directamente ante la jurisdicción militar, como por desgracia le tocó vivir y padecer en fechas no tan lejanas, defendiendo por ejemplo a miembros del Front d'Alliberament de Catalunya (FAC), en 1972, y a Txiki, en cuyo caso tuvo el triste privilegio de asistir, impotente, al dictado de una pena de muerte bestial y posteriormente a su ejecución, por cierto la última, que tuvo lugar en el año 1975.

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Pero estas vivencias terribles, que a tantos les llevaron a abjurar de sus convicciones democráticas o a alejarse del ejercicio de la defensa penal, en Marc Palmés produjeron justamente el efecto contrario, pues fueron reforzando aún más sus convicciones democráticas y progresistas, y configurando a un penalista de raza, al que además todos sus compañeros de profesión identificábamos unánimemente con eso tan sencillo pero difícil de encontrar que llamamos una auténtica buena persona.

No limitó, desde luego, su actividad al ejercicio de la profesión de abogado penalista (aunque fue su dedicación principal a lo largo de toda la vida), sino que tuvo una notable actividad propiamente política, siempre en posiciones progresistas y de izquierda.

No quiero dejar de destacar en esta hoguera de vanidades en la que vivimos que Marc, teniendo sin duda muchísimos más méritos que la gran mayoría de los abogados de nuestro país, ejerció de verdad esa virtud tan escasa de la modestia, huyendo de autobombos o reconocimientos a los que sin duda hubiera tenido muy fácil acceso si hubiera sido de otra forma distinta de como por fortuna fue: una persona auténtica, sencilla y modesta. Fue un auténtico amigo de sus amigos y, sobre todo, uno de los grandes penalistas que ha dado Cataluña.

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Frances de Paula Jufresa, es abogado.

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