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Columna
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Las dificultades de la vieja Europa

Joaquín Estefanía

El concepto de vieja Europa no es de Rumsfeld, sino que figura en el primer párrafo del Manifiesto Comunista, que es de 1848: "Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han aliado en una sagrada cacería contra este fantasma...". Mientras toda Europa, la vieja y la nueva, está inmersa en el debate sobre su futura Constitución -cuyo punto más débil es la falta de desarrollo del gobierno económico-, el centro del continente reforma su economía con la intención de hacerse más competitivo. Alemania y Francia, con gobiernos de ideologías diferentes, actualizan sus políticas para que ambas economías crezcan más y reducir los déficit públicos, cumpliendo las reglas del juego del Pacto de Estabilidad, también en revisión.

Los países centrales de la UE acaban de cerrar sus cuentas de 2004. Alemania ha crecido un 1,7%, con un déficit presupuestario del 3,9% y una tasa de paro del 12,1% de la población activa, lo que supone la temible cifra psicológica de cinco millones de desempleados, la más alta desde la II Guerra Mundial. El candidato de la oposición socialcristiana Edmund Stoiber ha acusado a Schröder de que con estas cifras de paro abona el terreno al neonazismo.

Conviene ver las tripas de esta coyuntura para avanzar en el diagnóstico. Primero, la mayor parte del crecimiento se debe a la fuerza de las exportaciones, lo que indica que, pese a todo, la economía alemana sigue siendo competitiva en el mercado mundial. Si no hubiera sido por esas exportaciones, el crecimiento del PIB en 2004 no hubiera llegado al 0,3%, situación de práctico estancamiento. Pero, además, el dinamismo exportador se produjo sobre todo en la primera mitad del año y no en la segunda, con lo que en la actualidad hay un enfriamiento de la economía. Las autoridades confían en que la demanda interior sustituya a las exportaciones como motor del crecimiento, pero el FMI acaba de estimar que en el año en curso Alemania no crecerá más de un 1,5%.

La situación en Francia no dista demasiado: creció el año pasado un 2,3%, después de dos años de práctico estancamiento. Su déficit público llegó al 3,6% del PIB y la tasa de paro ronda el 10% de la población activa. Al contrario que Alemania, Francia se mostró mucho más activa a final de año que al principio, por lo que la tendencia es mejor.

Ambos países han establecido curas de adelgazamiento del sector público para reducir sus déficit y corregir ciertos abusos sobre el Estado del bienestar. En Alemania se han multiplicado los síntomas de esos abusos y casos de corrupción: la economía sumergida supera el 16% del PIB; hay empresarios que se autoindemnizan con cantidades multimillonarias por gestiones mediocres (siguiendo la estela del capitalismo americano) y representantes políticos que complementan sus sueldos cobrando de empresas, lo que genera un conflicto de intereses. A las reducciones del seguro de desempleo y cobro de pensiones, se le añade ahora un pacto por el que los funcionarios públicos verán congelados sus sueldos hasta 2007 y por el que se abre la vía de la retribución variable según su rendimiento. También se ha unificado la jornada semanal en 39 horas; los trabajadores del Este trabajarán una hora menos de lo que lo estaban haciendo, y los del Oeste, media hora más.

El Gobierno Raffarin, en Francia, acaba de eliminar la principal conquista social de los gobiernos socialistas de Jospin, acabando con la jornada semanal de 35 horas. El 77% de los ciudadanos franceses, según los sondeos, se mostraban favorables a las 35 horas. A partir de ahora se mantienen las 35 horas, pero sólo comenzará a computarse como hora suplementaria a partir de las 38. También se han tomado algunas medidas antideslocalización como los beneficios fiscales dirigidos a empresas extranjeras y a ejecutivos que trabajan en Francia, así como a los estudiantes más brillantes y a los investigadores de renombre internacional.

Habrá que seguir la efectividad de estas contrarreformas.

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