Los malditos túneles del Carmel
Bolsas de basura se amontonaban en medio de la carretera del Carmelo -ahora Carmel-, en Barcelona. Era la forma de protestar de los chabolistas de ese barrio barcelonés en 1973, cuando cortaron el tráfico para exigir cubos porque hasta entonces los desechos -los suyos propios y los residuos- los enterraban en zanjas que ellos mismos cavaban. El agua corriente y la luz no llegó hasta mediada la década de los setenta. Unas 2.000 personas malvivieron en las lomas de la colina del Carmel entre 1948 y 1990. Queriendo vivir mejor, muchos fueron comprando terrenos para levantar sus propias casas. Lo hicieron con esfuerzo, porque el terreno era escarpado: 246 metros de altura. Tiempos de autoconstrucción en torrenteras y barrancos. Tiempos también de pasotismo de la Administración. Una Administración local absolutamente condescendiente con los constructores -es el caso de José María Porcioles, notario y alcalde entre 1957 y 1973-, que no ponía orden ni control a la furia inmobiliaria.
En 1974, 30 familias del Carmel fueron desalojadas de sus domicilios por riesgo de hundimiento a consecuencia de las obras del túnel de la Rovira
La montaña del Carmel llegó a tener 700 chabolas que empezaron a desaparecer a partir de 1977. Las últimas pervivieron hasta dos años antes de los Juegos
Cuarenta años después se ha abierto un cráter en medio del barrio, con las obras de prolongación de la línea 5 del metro, y 1.054 personas siguen desalojadas de sus casas. Junto a la zona cero, en las asambleas, en las calles, los que tienen cierta edad se acuerdan de aquellos tiempos.
"Que quieres que te diga. Nosotros sabemos que en este barrio hay muchos edificios mal asentados. Así que lo que ha ocurrido con el metro...". Custodia Moreno, una histórica dirigente vecinal desde 1970 hasta 1990, no acaba la frase. Se acuerda, por ejemplo, de que los tochos o escombros de una obra se tiraban en el solar de al lado. Y luego se construía encima.
La colina del Carmel -el nombre le viene de un santuario levantado en 1864- fue un lugar de fincas de veraneo y casas con pequeños huertos. Desde arriba se tiene una panorámica prácticamente completa de Barcelona. Una ciudad en la que el chabolismo irrumpió en un primer momento ligado a la avalancha de emigración por las obras de la Exposición Universal de 1929. La llegada masiva se acusó todavía más a partir de la década de los cuarenta. En plena posguerra.
Las primeras chabolas
En el Carmel, las primeras chabolas aparecieron en 1948 en las calles de Raimon Casellas y de Francisco Alegre. Allí llegó Custodia cuando tenía cuatro años. Su padre era de Granada -uno de cada cuatro emigrados en esa época era andaluz, según un estudio sociológico de 1989-, y su madre, de Ciudad Real. Otros datos de la época apuntan que el 64% de la población de las barracas había llegado de Andalucía. Tal vez por eso, cuando en el lugar de las chabolas se construyeron pisos, se escogió el color verde, "por el color de la bandera andaluza y porque estaban en medio de lo que queríamos que fuera una zona verde", explica. "Compartíamos la barraca. Como todos, para tener agua teníamos que ir a la fuente", cuenta.
Custodia es, a todas luces, una enérgica mujer. Dice que tiene la voz rota de tanto chillar: "Es que en las asambleas de entonces no teníamos megáfonos". En los tres núcleos de chabolas del Carmel se levantaron unas 700, y en cada una de ellas vivían dos o tres familias. Años duros. Durísimos. Calles sin asfaltar. Un auténtico pedregal. La lluvia -y los detritus que arrastraba- se deslizaba por las torrenteras donde los niños jugaban.
Prácticamente todo en el Carmel se ha conseguido a golpe de protestas y reivindicaciones. Una de las más sonadas fue un encierro para demandar escuela pública. Fue en 1975 y duró tres días en la escuela Tramontana, entonces privada. Padres, alumnos, algunos maestros y vecinos. Hasta que llegó la policía y los disolvió. Pero consiguieron que el Ayuntamiento comprara la escuela. Otro ejemplo, el del transporte público. La línea 19 de autobús llegaba hasta la plaza Ibiza, en Horta. Arriba de la montaña, muy arriba, estaba el Carmelo. La primera línea de autobús que llegó hasta lo que es propiamente el barrio lo hizo en 1975. Vivían entonces más de 40.000 personas.
Descontrol urbanístico
En la década de los setenta, la construcción se disparó. Y lo hizo sin control. El desarrollismo urbano no pocas veces supuso el chabolismo vertical. Un ejemplo, unos terrenos calificados como zona verde fueron recalificados como urbanizable -con el beneplácito de Porcioles- y en él se levantó la promoción privada Vista Park. Vistas al parque y a la ciudad sí tenían esas casas. Pero también la tenían sobre la explanada de chabolas casi pegadas. La leyenda de los folletos de publicidad de la época da cuenta de las pretensiones del proyecto: "La otra cara del Carmelo, para vivir por encima de Barcelona".
En el Carmel se han construido pisos en pendientes de hasta un 28% -como Conca de Tremp-, donde, dicen, se probaban las motos de la marca Montesa. "La sensación que teníamos era que estábamos perdidos en medio de la ciudad. Que no éramos nada", recuerda Custodia. Tan arraigado estaba ese sentimiento que en 1975 organizaron la exposición El Carmelo ignorado.
Muchos de los edificios de esa época son fincas estrechas, de cinco a seis metros, en parcelas alargadas y en territorio escarpado. De manera que para salvar el paso hacia el siguiente inmueble se construían tramos de escaleras. Empinadas y de menos de un metro, como en el pasaje de Sigüenza. Hay pisos que están a 10 metros por debajo del nivel de calle. Todavía perviven en la parte más alta del Carmel. En algunos puntos, precisamente para salvar los desniveles entre calles, se han instalado tramos de escaleras mecánicas. En proyecto hay más, pero un paseo por esa parte del barrio pone en evidencia que no es cuestión de escaleras. Es que los edificios son imposibles.
Las chabolas empezaron a desaparecer a partir de 1977. Las primeras 125 familias fueron a pisos de la Guineueta, en el vecino distrito de Nou Barris. Pisos de tres habitaciones por los que pagaron una entrada de 57.000 pesetas y una mensualidad de 1.800. Otras 161 familias dejaron las chabolas y se quedaron junto a la carretera del Carmel en 1984. Y las últimas tuvieron que esperar seis años más para dejar las barracas, ya en plena efervescencia preolímpica.
Todo eso iba pasando con el barrio en pie de guerra porque la construcción del túnel de la Rovira se había llevado por delante 470 viviendas de la rambla del Carmel y 70 comercios, y La Barraca, el único cine del barrio. Empezaron las expropiaciones en 1972. El túnel -de tráfico de vehículos- perforaba el Carmel para acercar desde el centro de la ciudad a los barrios de la montaña, al noreste de la ciudad. La empresa constructora era Tabasa, entonces presidida por Enric Masó, sucesor de Porcioles (fue alcalde de Barcelona entre mayo de 1973 y septiembre de 1975). La empresa ofrecía a los afectados 150.000 pesetas y otras 25.000 por hijo. De pisos, nada.
Cuenta también la memoria popular que aparecieron unos curiosos carteles por el Carmel: "La fe mueve montañas". No le faltaba razón al cartelito, porque las voladuras de las obras del túnel movieron tanto la montaña que por poco no hundieron varios edificios construidos justo encima de la boca. En enero de 1974, boquetes y grietas en los pisos sembraron la alarma y obligaron a desalojar a 30 familias, más de 180 personas. Los túneles son una maldición en el Carmel.
Los entonces afectados por las expropiaciones forzosas y el desalojo se opusieron a los planes de la constructora, respaldada por el Ayuntamiento. Se negaron a firmar las actas de ocupación. Lograron incluso paralizar las obras y tapar el tercer ojo del túnel. Fue la única manera que tuvieron entonces de lograr ser escuchados y atendidos. Algunos fueron realojados. Tras más de una década de forcejeo, el túnel abrió en 1987.
El transporte seguía siendo un problema en el barrio, pero el de la vivienda y un mínimo de equipamientos -escuelas y centros de salud- y el acondicionamiento de las calles era la prioridad en los años setenta y ochenta. La llegada de la democracia no supuso, ni mucho menos, el arreglo de los mil problemas de ese barrio. Es más, los entonces dirigentes vecinales relataban en un boletín del Carmel el chasco que se habían llevado con algunos alcaldes socialistas.
El primer polideportivo
El primer polideportivo se abrió en 1988. Ese año también se inauguraron otros equipamientos. Las calles empezaron a asfaltarse, pero eso no era suficiente, ya que muchas de ellas, incluidas las principales, como Llobregós, Santuarios o Vista Alegre, tenían la sección estrecha e irregular. Alguna se ha renovado completamente. "Es verdad que las reformas se hacen en fases, pero es que es difícil. Por ejemplo, para ensanchar Llobregós se tuvo que desalojar a 300 personas", cuenta la concejal del distrito, Elsa Blasco.
La biblioteca del distrito, la que lleva el nombre del escritor Juan Marsé, es la estrella del nuevo Carmel. Poco a poco, el barrio se fue dotando de los servicios y equipamientos mínimos. Pero el principal problema, el del urbanismo y la vivienda, no se ha resuelto. Con una población que cada vez tiene la media de edad más alta y que debe hacer frente a nuevas oleadas migratorias -los extranjeros representan el 8,1% de los 40.000 residentes, pero se ha disparado en los últimos tres años-, los problemas de la vivienda se pueden tornar acuciantes. Y el episodio del hundimiento ha contribuido a poner más en evidencia ese lastre. Como decía un abuelo en uno de los corros de la zona cero: "Sólo nos faltaba lo del túnel".
La vivienda es precisamente uno de los mercados que ya se resienten por el hundimiento. De momento, los precios han bajado entre un 20% y un 30%, según los agentes inmobiliarios que operan en el barrio. Todo eso ocurre en un entorno en el que muchos de los hijos de la inmigración se quedan en el barrio. Entre los 1.059 desalojados hay padres dentro del perímetro e hijos fuera. O al revés.
Los tiempos cambian. Ahora en el Carmel el movimiento asociativo sigue siendo importante, pero con iniciativas y programas de corte social. Fundaciones y entidades desarrollan trabajos para la comunidad con proyectos que van desde la salud mental hasta la atención de menores en riesgo de exclusión. "Es normal. Hace 20 o 30 años teníamos que luchar por la supervivencia, por tener un techo", afirma Custodia. "Si no teníamos ni el primer plato, ¿cómo íbamos a pedir el postre?".
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