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Crítica:COMER
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En busca de las refinadas especias marroquíes

MEDINA, altos y bajos de un nuevo restaurante en el madrileño barrio de Chueca

José Carlos Capel

Primero triunfaron en Café Oliver, bistrot de estilo contemporáneo; hace pocos meses reflotaron Madrilia, divertido restaurante italiano, y ahora acaban de abrir este restaurante marroquí que, como los dos anteriores, aspira a destacar en el entorno de la plaza de Chueca. Sus promotores, el simpático trío que forman Karim Chauvin, Antoine Melon y Frederic Fetiveau, se reparten los papeles de manera perfecta. Desde la gestión de la cocina y la bodega de sus respectivos locales hasta la dirección del personal de sala, todo pasa por el filtro de este colectivo que se caracteriza por sus buenas maneras. En este nuevo local, de ambiente muy acogedor, todavía no han conseguido, sin embargo, estar a la altura de las expectativas que habían despertado.

MEDINA

Bárbara de Braganza, 8. Madrid. Teléfono 911 85 39 56.

No cierra ningún día. Precio medio: entre 45 y 55 euros. Menú del mediodía, 20 euros. 'Kefta' de pétalos de rosa, 10 euros. 'Tagine' de cordero, 19. Cuscús de salmonetes, 19,50 euros. Pasteles marroquíes, 8 euros.

Pan ... 5

Café ... 6

Bodega ... 6,5

Servicio ... 6

Ambiente ... 8

Aseos ... 8

La primera impresión es que se trata de un restaurante fashion, de precios nada amables, destinado a un público poco exigente, donde se deberán afinar muchas cosas para no tener una vida tan efímera como la de otros que se inauguran a diario. En la carta, que no es demasiado extensa, figuran platos de la cocina tradicional marroquí con algunos toques creativos. Inquietud que se agradece, pero que no se traduce en buenos resultados.

En general fallan las recetas, que carecen de autenticidad y están pobremente interpretadas. Lo ratifican el cuscús de salmonetes en costra de menta, sin ninguna chispa, y el cuscús con foie-gras y cangrejos de río, propuesta disparatada. Si algo caracteriza a la deliciosa cocina marroquí es precisamente el punto de los platos y el refinadísimo manejo que los cocineros del Magreb hacen de las especias. Virtudes que aquí se aprecian en la harira (sopa del ramadán), francamente buena, así como en las keftas (minihamburguesas) al aroma de rosas. Tampoco desmerece el tagine (estofado) de pollo al limón, particularmente fino.

Por el contrario, resultan deplorables las brochetas de pollo sussia, así como el tagine de cordero, que recuerda a una rústica caldereta de pastores. Lamentablemente, la mayoría de sus aperitivos (mezzes) apenas pasan de discretos. Ni el humous (crema de garbanzos), ni el taboulé, ni la ensalada majorelle son para entusiasmar a nadie. Lo mismo sucede con la aromática pastela de pichón, cuyo hojaldre (pasta brick) no da la talla como sería deseable.

Karim Chauvin (izquierda) y Antoine Melon, en el restaurante Medina de Madrid.
Karim Chauvin (izquierda) y Antoine Melon, en el restaurante Medina de Madrid.CLAUDIO ÁLVAREZ

CHARLAS SOSEGADAS

MEDINA SE DISTRIBUYE en dos plantas. En la superior se encuentran las salas del comedor, y en la zona baja, el bar y la sala de copas, un espacio tan bien concebido como el resto, ideal para charlar después de una cena. Justo en ese lugar se oculta un privado encantador, con capacidad para 10 personas. El interiorismo del conjunto, muy logrado, fusiona toques coloniales con detalles estéticos magrebíes de estilo contemporáneo. Además es posible mantener conversaciones sosegadas sin padecer el estruendo circundante. Es una pena que el servicio, muy bien dispuesto, que luce vestimenta de Hugo Boss, incurra en despistes escandalosos.Al margen de la carta, al mediodía se ofrece un menú atractivo. Por 20 euros, el cliente tiene derecho a un entrante y a un segundo, además de una copa de vino y café. Platos de libre elección que se escogen entre un surtido de sugerencias de la carta marcadas con media luna. Entre las opciones, dos ensaladas, el tagine de pollo, el cuscús del Café Oliver (el más conseguido de todos los de esta casa), así como la pastela de pichón. Para concluir, postres con carácter, algunos delicados y otros sin interés apreciable. La pastilla de leche es una verdadera tentación golosa; son muy auténticos los pastelitos marroquíes; tienen gracia los saquitos de fruta de temporada, así como el tomate confitado con frambuesas. En cambio, las crepes con miel del Atlas constituyen una plancha coriácea. También destaca la bodega, breve pero acertada, con una buena selección de vinos españoles y franceses.

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Sobre la firma

José Carlos Capel
Economista. Crítico de EL PAÍS desde hace 34 años. Miembro de la Real Academia de Gastronomía y de varias cofradías gastronómicas españolas y europeas, incluida la de Gastrónomos Pobres. Fundador en 2003 del congreso de alta cocina Madrid Fusión. Tiene publicados 45 libros de literatura gastronómica. Cocina por afición, sobre todo los desayunos.

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