La carta de dimisión
El Papa puede renunciar con una misiva pero ha dicho que aguantará hasta el final
"Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no se requiere que sea aceptada por nadie". Esto dice el artículo 332, apartado segundo, del Código de Derecho Canónico. Al Papa, pues, le basta con firmar una nota, o dar una instrucción verbal al secretario de Estado o al Camarlengo, para dejar el cargo de forma instantánea. La carta de dimisión de Juan Pablo II está firmada, probablemente, desde hace años.
Todos los papas modernos han tenido presente la opción de la renuncia y uno de ellos, Pablo VI, la contempló muy seriamente cuando, por motivos de salud, tuvo que dejar de viajar. En torno a Juan Pablo II se arremolina ahora por enésima vez la polémica sobre si debe o no retirarse, aunque él, al cumplir los 25 años de pontificado, ya zanjó la cuestión. Quería seguir "hasta el final" al frente de la Iglesia católica. Su decisión, según quienes le tratan habitualmente, no ha cambiado ni cambiará. Quiere morir con el anillo de Pedro en el dedo. "Nunca renunciará a su cruz", afirmó el miércoles el padre Tadeus Styczen, uno de los mejores y más antiguos amigos de Karol Wojtila. "Su misión hoy", declaró Styczen al diario episcopal Avvenire, "es testimoniar la cruz. ¿Se puede renunciar a la cruz que Jesús te ha colocado sobre los hombros?".
Hay límites: los que marca la salud mental. A ellos se refería el lunes el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado y número dos del Vaticano, cuando señaló que la dimisión era un asunto que correspondía "a la conciencia del Papa". Las palabras de Sodano dieron el pistoletazo de salida a una salva de comentarios. Los altos jerarcas de la Iglesia, que, como el cardenal Camilo Ruini, tienden a negar la evidencia y a referirse a la salud de Karol Wojtila como "espléndida", cerraron filas a favor de la permanencia. El cardenal Giovanni Battista Re afirmó incluso que resultaba "de mal gusto" hablar de la cuestión. Algunos heterodoxos, como el teólogo represaliado Hans Kung, y no pocos creyentes de base se pronunciaron en cambio a favor de la renuncia "por el bien de la Iglesia".
Sodano sabía mucho más de lo que dijo al referirse a "la conciencia" de Wojtila. Pio XII y Pablo VI firmaron cartas de dimisión sin fecha, ejecutables en el caso de que perdieran las facultades mentales. Parece razonable suponer que Juan Pablo II, que hace unos años ordenó en secreto a una comisión de expertos un informe sobre las renuncias papales, ha firmado también su carta de dimisión. Y es seguro, en ese caso, que el cardenal Sodano conoce su existencia. A él, al secretario privado del Papa y a un pequeño círculo curial correspondería la decisión de sacar la carta del cajón si Juan Pablo II diera muestras de incapacidad.
A Juan Pablo II, el pontífice que ha dado 20 veces la vuelta al mundo, no le mortifica tanto como a Pablo VI la imposibilidad de viajar. Juan Pablo II es una estrella de la televisión que conoce como pocos el valor de la imagen, y considera que la enfermedad le impide ciertas cosas pero le facilita otras. Quiere dar ejemplo del valor salvífico del sufrimiento, quiere reivindicar la validez de los ancianos y los enfermos y quiere imitar a Cristo en el Calvario. Es un místico, no un ejecutivo. No da importancia a los supuestos impedimentos técnicos, como la imposibilidad canónica de decir misa cuando se pierde la palabra, ni a una polémica que dura desde hace casi una década. Mientras conserve la lucidez, seguirá.
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