Pedir una cita para poder pedir una cita
Hace justo un año, el físico italiano Andrea Donini contaba en este periódico su rocambolesca historia. Para homologar su licenciatura le obligaron a examinarse de unas asignaturas que ya cursó en su país al iniciar la carrera. La noticia mala es que, a pesar de sus protestas, no le quedó más remedio que pasar esas pruebas. La buena, que las aprobó. Sus colegas, y él mismo, se ríen cuando lo recuerdan.
Ahora que ha pasado ese "absurdo" trámite, necesita homologar su doctorado porque es requisito indispensable para ejercer de profesor e investigador en la universidad. El trámite se atascó también aunque ya parece que la madeja se ha desenrredado. Tiene una beca Ramón y Cajal y trabaja en la Universidad Autónoma de Madrid. Solicitó la equiparación de sus estudios hace ya más de cuatro años.
Los que aún no lo hayan conseguido podrán decir adiós a esos trámites cuando el nuevo decreto entre en vigor y solicitar su homologación directamente en la universidad. En ese caso será el rector el encargado de dar luz verde, o roja, a su expediente.
En esas están algunos compañeros de Donini. Otros, sin embargo, han visto la luz antes de leer este nuevo decreto. Es el caso de Stefano Rigolin. Solucionados por fin sus problemas, guarda una hilarante anécdota de la "oficina siniestra": "Llegó una carta en la que me decían que les faltaba un documento, pero no era cierto, yo ya lo había mandado, así que me acerqué para aclararlo". Cuando llegó a la oficina, Rigolin preguntó con quién podía hablar. "Con nadie", le contestaron, "debe usted pedir cita". Entonces preguntó por un número de teléfono para pedir esa cita. No, le respondieron. Tiene que ir al registro. "Allí me dieron un papel, que rellené, en el que pedía cita para hablar sobre mi expediente. Al mes me enviaron una carta con un teléfono al que llamar para pedir cita".
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