Chabolas del siglo XXI
El Madrid pujante también exporta imágenes del Tercer Mundo. Más de 1.200 familias gitanas viven en chabolas. Es un problema cultural y político aún no resuelto. La ciudad los margina. Las chabolas son endebles, pero el gitano ha sabido recrear en su interior un espacio digno.
El Salobral está en Madrid. También es Madrid. Como Pitis, Mimbreras, Ventorro, Cañaveral, hasta sumar 21 poblados chabolistas donde viven 1.200 familias, escenarios del Tercer Mundo en el corazón de una capital europea. El fotógrafo retrata la dignidad de sus habitantes, el estilo de los interiores de esas viviendas singulares, endebles, manufacturadas con materiales usados, según el diseño de improvisados arquitectos como Manolo, que acaba de levantar en tres días una chabola para una hija recién casada. En este Madrid no hay tipos de interés, ni hipotecas, ni más títulos de propiedad que la palabra de un gitano.
Es otro Madrid. Pequeño, disperso, pobre, un Madrid marginado del pulso de la ciudad, exento de los grandes proyectos. El Madrid moderno, oficial, rampante, caótico, especulativo y ahora olímpico olvida estos poblados como quien se despreocupa del escombro.
Madrid difunde su pujanza, su recién adquirido espíritu olímpico, su estilo de locomotora económica que circula sin raíles, sin planificación. Hay un aire caótico en la ciudad que el ciudadano soporta cada día con mejor o peor estilo. La ciudad es un paisaje de grúas y excavadoras. Necesita espacio vital. Enormes máquinas tuneladoras horadan las entrañas de la ciudad descubriendo vías de circunvalación o itinerarios para el suburbano. Madrid vende grandes realizaciones, un futuro a plazos que demanda mayores dotaciones: carreteras, hospitales, escuelas, viviendas, hoteles, servicios. Todo vale si Madrid camina hacia el Gran Madrid.
No hay proyectos para El Salobral, no hay anuncios de ambiciosos planes que modifiquen el futuro de Manolo y otras 261 familias gitanas. Manolo es madrileño de pura cepa. No ha conocido otra ciudad, salvo cuando ha hecho algún viaje a Extremadura a proveerse de melones para la venta ambulante. Manolo precisa que tiene más de 50 años y todas las noches de su vida ha dormido en una chabola. En El Salobral, en los márgenes de la autovía de Andalucía, en Villaverde, el tiempo está detenido desde hace un siglo por lo menos. Las calles tienen un orden, no llevan nombre, pero sí un número. No llega el correo. Las infraestructuras se limitan a un enjambre de cables que descansan sobre el suelo y llevan la electricidad desde un enganche clandestino. No hay canalización de agua, que se almacena en depósitos adjuntos a cada vivienda, agua que se acarrea manualmente de una fuente cercana, convenientemente instalada por la Administración para evitar males mayores: el agua de los pozos ilegales termina siendo un foco de infecciones. Es un remedio hipócrita: los gitanos tienen derecho a morir por causas naturales, no por enfermedades propias del Tercer Mundo.
Manolo ha vivido, que pueda recordar, en Vicálvaro, en La Celsa, en Los Focos y ahora reside en El Salobral. Tiene cinco hijos y cuatro de ellos se han casado, por lo cual ha tenido que edificar una chabola para cada matrimonio. Eso es ley entre los gitanos: todo padre que se precie debe procurarle vivienda a sus vástagos.
Así que su chabola está pegada a otras cuatro, dos por cada lado, dibujando una U. El material es el mismo, la distribución es idéntica de una a otra. Si acaso sólo varía el tamaño: la vivienda del padre es más espaciosa.
Manolo ha tardado tres días en levantar una chabola a su hija. La arquitectura es simple, la memoria de calidades es recurrente: planchas de madera, algo de ladrillo o azulejo si hace al caso, paneles de tetrabrik y lonas de las que se colocan en los grandes carteles publicitarios, como aislamiento. Lo justo para dar cabida a una habitación, un salón, un baño y una cocina. Naturalmente no hace a faltar la estufa de leña, situada en el salón.
Las chabolas más acomodadas simulan detalles de una calidad de vida relativa. Por ejemplo, la existencia de una bañera, a pesar de no tener agua corriente. O el suelo de terrazo, donde la vivienda carece de cimientos. También es un signo de distinción el número y variedad de los electrodomésticos y el conjunto del mobiliario. El confort es discutible: el frío sólo se repliega en las cercanías de la estufa. El riesgo, sin embargo, es inherente a la vida en estas viviendas: las bajadas de tensión eléctrica pueden dañar los electrodomésticos y la lluvia pone a prueba la solidez del inmueble, sobre todo si arrecia con el humor de un temporal. La vivienda desborda dignidad, todo está limpio y recogido, no faltan la decoración en los pequeños detalles, sólo es inevitable el olor a humo que desprende la estufa. Incluso cuando el exterior está encharcado, la mujer de la casa hace todo lo posible por evitar las huellas del barro.
Los habitantes de estos poblados son gitanos, lo que explica que no es un problema económico, sino social: todavía hay cuentas pendientes con esta minoría étnica. Apenas hay emigrantes. El emigrante no ha venido a España para vivir en una chabola. ¿Por qué no lo hace el gitano? ¿Por qué no trabaja y resuelve el problema por sí mismo como todo hijo de vecino?, se pregunta la gente que vive al otro lado de la frontera, donde se presume la civilización. "Todavía no se ha hecho ninguna acción de conocimiento mutuo de la realidad gitana", responde Juan de Dios Ramírez Heredia, presidente de Unión Romaní y primer gitano que llegó a ser diputado en el Parlamento español y en el europeo. "Los gitanos seguimos siendo los grandes discriminados. Sólo somos tenidos en cuenta cuando hay elecciones. A diferencia de los emigrantes, los gitanos somos una minoría visible y hay que mirarlo bajo ese prisma. Una parte de nuestra población está condenada a vivir así por un problema de pobreza y marginación. En esos poblados, casi el 50% de los adultos no sabe leer ni escribir. Los empresarios prefieren un inmigrante a un gitano. Algunos problemas están causados por el estereotipo del gitano: la gente sigue pensando que se dedica a la droga, vive en una chabola porque quiere y tiene un Mercedes en la puerta. No se pueden seguir lanzando clichés sobre un pueblo que arrastra tantos sambenitos".
Pilar Heredia es gitana. Preside el colectivo Hierbabuena. Se presentó a las elecciones madrileñas en las listas del PSOE. No salió diputada. "Sólo algo menos del 10% de los gitanos vive en chabolas. Pero eso es lo que se ve de nuestro pueblo. No se visualiza que hay gitanos con carrera, con estudios, perfectamente integrados. Desde Ramírez Heredia no ha habido ni un solo diputado gitano en el Parlamento. En Andalucía darían para tres diputados y no hay ninguno. Eso sí, tocamos a tres asociaciones por gitano: se han recibido miles de millones en estos años y los gitanos seguimos en el mismo sitio".
No hay cifras ciertas sobre el número de chabolas en España. Algunos informes calculan que habrá unas 45.000. Pero todos los expertos citan a Madrid como la capital del chabolismo.
Según el estereotipo, Manolo es un privilegiado. Tarde o temprano, la Administración le regalará una vivienda, sin soportar la carga de una hipoteca como le sucede a todo hijo de vecino. El estereotipo desconoce que, en nueve años, en Madrid se ha realojado en una vivienda digna a 1.530 familias. El 97% se han integrado completamente. "Las viviendas no se regalan", dice Juan de la Torre, director del Instituto para el Realojamiento y la Inserción Social (IRIS), un organismo dependiente de la Comunidad de Madrid. "El piso se alquila a un precio social bajo, de unos 110 euros al mes, para que sepa que tiene que pagar su vivienda. Están obligados por contrato a pagar todos los gastos y a respetar las normas de la comunidad. Nunca se les regala el piso: todo lo más, pueden tener una opción de compra".
El estereotipo viene de malas decisiones que se han producido alrededor de los gitanos cuando los políticos han querido arreglar de un plumazo determinadas situaciones. "En algunos sitios se les han regalado casas, eso es cierto, o ha llegado un constructor y les ha dado unos millones a cada uno para que desalojen un poblado, y lo único que ha conseguido es que se desplacen. Se han cometido muchos errores a su costa", dice un experto en realojos.
Integrar a un gitano no es cuestión de dinero. Hay que enseñarle a convivir en otro entorno. "Les ayudamos a caminar solos. Y les hacemos un seguimiento. Si, pasado un tiempo, que puede ser de seis meses a dos años, todo marcha correctamente, les damos de alta. Sobre los gitanos hay mucho sambenito y mucho acto de caridad ineficaz. Ése es el problema".
Los estudios del IRIS demuestran que en una vivienda digna disminuye drásticamente el problema de absentismo escolar en los hijos de los gitanos. La familia se normaliza, aun cuando persistan los problemas de empleo para el padre, que debe acostumbrarse a lo que es un choque cultural para él: tiene que asegurarse unos ingresos suficientes para pagar los gastos de luz, agua y comunidad de su vivienda, gastos que no tenía en su anterior vida.
Carlos vive desde hace ocho años en un piso de 65 metros cuadrados en Vallecas. Tres de sus cuatro hijos nacieron en una chabola. Ha tenido que trabajar vendiendo pañuelos en semáforos para pagar el alquiler y los gastos del piso. Ha tenido empleos temporales. Ahora cobra el paro. Hace un tiempo que aprendió a escribir y a firmar. De vez en cuando le cuenta a su hija pequeña lo que es vivir en una chabola. "Se lo cuento para que no deje los estudios, para que tenga otra vida distinta".
El IRIS dispone de pisos suficientes para arreglar este problema en una legislatura, para que Madrid acabe con las chabolas. Ayuntamiento y Comunidad no se han sentado todavía para tomar una decisión al respecto. En el Madrid del 2012 no hay espacio para los gitanos.
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