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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una cita con la identidad

J. Ernesto Ayala-Dip

La última novela de Carme Riera, La mitad del alma, se inscribe en la estela de la buena producción literaria catalana de los dos últimos años. A novelas como Pan negro, de Emili Teixidor (que en estas mismas páginas comentó Ana María Moix); Las veus del Pamamo, de Jaume Cabré; Olimpia a mitjanit, de Baltasar Porcel; habría que sumarle nombres sólidamente esperanzadores como Toni Sala (muy buena su reciente Cercanías), Joan Lluís Lluis, Jordi Ibáñez, Pere Guixà y el ya inevitable Albert Sánchez Piñol por su traducidísima La piel fría. El historicismo machacón que afecta a otra buena parte de esta literatura, ese facilismo mercantil, es la parte menos alentadora que la novela catalana rinde a la globalización.

LA MITAD DEL ALMA

Carme Riera

Traducción de la autora

Alfaguara. Madrid, 2004

224 páginas. 18 euros

Sin embargo, el historicismo

que practicó la escritora mallorquina, nacida en Palma en 1948, en En el último azul (1994) y Por el cielo y más allá (2001) indicaban una investigación infinitamente más moral que propiamente historicista, toda vez que la memoria sepultada obliga a remover la historia pero, sobre todo, obliga a preguntarnos qué presente es posible sin una asunción clara del pasado, con todo el dolor histórico que esta operación conlleva. La mitad del alma parecería cerrar un ciclo. Sólo que esta vez el pasado es inmediato, sus consecuencias todavía duran. La historia de la novela comienza cuando su narradora, que se encuentra firmando libros el día de Sant Jordi, es abordada por un desconocido que le deja una carpeta con cartas de su madre, Cecilia Balaguer. En dichas cartas, cartas de amor a un misterioso amante, se dibujan todos los interrogantes que irán minando poco a poco las certezas familiares de la narradora, su hasta ese momento incuestionable identidad. La narradora decide ante esta nueva realidad de su existencia iniciar un viaje al pasado. Sabe que Cecilia Balaguer murió atropellada por una camioneta los primeros días de enero de 1960, en Aviñón. Sabe que unos días antes estuvo en Port Bou, el mismo pueblo fronterizo donde se suicidó Walter Benjamin, y comienza a intuir que es mucho lo que no sabe, lo que se le escondió o, simplemente, lo que nunca sabrá o tendrá hasta el fin de sus días que conjeturar para mitigar su angustia. El padre de Cecilia Balaguer fue político de la Generalitat, parece que Cecilia fue una luchadora antifranquista, el padre de la narradora perteneció al bando de los vencedores, Cecilia tuvo como amante a un escritor famoso, pero pudo, a su vez, espiar para el régimen de Franco.

La mitad del alma utiliza la primera persona de la narración con un sentido perfectamente acorde con la exigencia de verosimilitud que se le supone a toda obra de ficción. Utiliza además, con acierto, la novela de espionaje (como la utilizó Antonio Muñoz Molina en Beltenebros, incluido, dicho sea de paso también, el motivo del traidor; y como de igual manera la usaron más recientemente en sus novelas Alejandro Gándara y Belén Gopegui). En el terreno moral, o mejor dicho, en el terreno de los comportamientos inmorales en materia política, la novela se aproxima, como lo hizo Marsé para periodos semejantes, a los claroscuros del papel de ciertas clases sociales en Cataluña respecto al franquismo. La apelación de la narradora a la participación de los lectores en su búsqueda crucial es un guiño literario que colabora enormemente a reforzar el arte de la ilusión novelesca. Pero también un guiño a la conciencia histórica del lector. Por si estuviera anestesiada.

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