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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La fuerza del lector

Apenas hay voces en El librero Vollard. Está la de Étienne, un hombre corpulento, solitario y lleno de silencios. Alguien que en su infancia escondía libros en los bolsillos. Era un niño de pie apoyado en una esquina, quieto, atrapado por la lectura: un lector ensimismado, no ocioso. Teresa es otra voz. Es una madre joven que desea huir. Teresa tiene una hija de diez años llamada Eva. No habla, tal vez escuche. Eva, niña herida, atropellada por el librero Étienne Vollard. Por un instante su cuerpo sólo es ruido: sordo, seco. También está la voz del narrador que a veces interviene en primera persona. Dice que conoció a Vollard en su infancia, que fue compañero suyo y cómplice callado de unos niños feroces. El narrador habla y nos hace confidencias. El libro empieza con un accidente que pone en relación a unas pocas soledades.

EL LIBRERO VOLLARD / NACIMIENTOS

Pierre Péju

Traducción de C. Zelich

Tropismos. Salamanca, 2004

150 y 126 páginas

12 y 11 euros, respectivamente

Cuando Pierre Péju (Francia,

1946) publicó El librero Vollard, Prix du Libre Inter 2003, el mercado ya había acogido, entre novela y ensayo, una decena de sus obras. Destaca Nacimientos, también en esta nueva Tropismos, donde Péju quiere que la palabra escrita dé voz a otras voces. Por eso hay recuerdos y memoria interpuesta de madres con bebés que nacen a la tragedia o la nada. O al futuro. "Escribir es querer distinguir a través de las palabras lo que, en realidad, no se puede ver: nacimiento y muerte, aparición y desaparición fulgurante de los seres. Perpetuidad de estas catástrofes". Es en La aparición, el primer relato, donde las palabras se convierten en la potente imagen de una mirada obscena y ultrajante. Excitación de soldados vencidos. Atroz y excelente. En Nacimientos, el autor roba los relatos a una conversación que se escucha, a una memoria que se subleva desde el televisor, al enigma del desdoblamiento, al sentir ajeno del padre. Y está el cárdigan blanco de una mujer con manos que manejan flores. Relatos de fecundas imágenes que en ocasiones se insinúan pretenciosos al explicar por qué se escriben. Relatos que cobran mayor intensidad cuando el autor se deshace de esa voluntad de pertenecer a lo que se narra, cuando esto sucede, nada amortigua la contundencia y fuerza de lo descrito. Señalo que en los dos libros hay un exceso de comas.

Sigo con El librero Vollard. Aquí Péju convierte en materia literaria la lectura, pero no le concede más honor que la de humilde acompañante frente a la soledad. Lo leído puede poner nombre a lo que pasa, pero Péju en El librero Vollard subraya la incapacidad de ésta para inhabilitar las emociones más primarias. En la novela todos los días parecen repetirse, sin embargo, lo inesperado deja al descubierto la paradoja del desamparo. El lector que es Vollard y tantos otros, siempre será un ser solitario, y Péju, su creador, un fecundo operario de la palabra que sabe que cada una tiene su propio destino, como las voces extraídas del pozo de la lectura. Para demostrarlo está Vollard, ese librero convencido de que su vida siempre será una sucesión de libros y silencios.

Ya se ha dicho, en esta nove-

la apenas hay voces, sin embargo Étienne Vollard recordará sus libros, revitalizará lo escrito por otros para contar historias y revelar sus enseñanzas. Sí, todo eso ocurrirá, pues la palabra es como un latido que no cesa, pero el autor, en su resolución poética y bronca de la tragedia, en esta novela hermosa, convincente e intensa, señalará que nada puede salvarnos. Ninguna voz. Sea ésta la de Goethe, Nietzsche, San Juan, Bernhard, Nabokov... Creadores, fantasmas que soplan al oído bellas historias y enseñanzas.

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