La Conferencia Episcopal abre el proceso para reelegir o relevar al cardenal Rouco
El arzobispo de Madrid necesita dos tercios de los votos de la CEE para un tercer mandato
Pese al pensamiento de Ignacio de Loyola -en tiempo de tribulación no hacer mudanzas-, la Conferencia Episcopal Española (CEE), sumida en una crisis interna y de imagen, y enfrentada sin miramientos al Gobierno socialista, acordó ayer iniciar el proceso electoral interno que el próximo 11 de marzo culminará con el nombramiento de una nueva dirección. El cardenal Rouco, presidente desde marzo de 1999, necesitará dos tercios de los votos de los 78 obispos en activo si quiere ser reelegido para un tercer mandato sucesivo, empeño que sólo el cardenal Tarancón logró en el pasado.
La Comisión Permanente de la CEE está reunida desde ayer para, entre otros asuntos, preparar el temario de la 83ª Asamblea Plenaria, que tendrá lugar entre los días 7 y 11 marzo con un asunto principal: la renovación de cargos. Entre la veintena de miembros de la permanente, figuran, además del presidente, el vicepresidente (arzobispo Fernando Sebastián) y el secretario general (Juan Antonio Martínez Camino, que aún no es obispo), el resto de cardenales y arzobispos españoles, además de media docena de obispos, entre ellos el influyente prelado de San Sebastián, Juan María Uriarte.
Para entender las dificultades a las que se enfrenta Rouco para lograr un tercer mandato al frente del catolicismo español conviene recordar que las votaciones, secretas, se rigen por el mecanismo habitual en la Iglesia católica, cuyo exponente es el cónclave encargado de elegir Papa. Es decir, los obispos llegan a la asamblea sin candidato previo e inician una primera votación de tanteo de la que pueden salir varios aspirantes. Pero el artículo 28 de los estatutos de la CEE advierte de que "la persona reelegible queda excluida definitivamente después de una segunda votación ineficaz y se realiza de nuevo la votación, a tenor del canon 119, 1º del Código de Derecho Canónico". Este código, ley fundamental del Estado de la Santa Sede, dice que tras esos dos escrutinios ineficaces, la votación se centrará ya en los dos candidatos que hayan obtenido mayor número de votos, o si son más, sobre los dos de más edad.
Apoyos y rechazos
Los cargos de presidente y vicepresidente de la Conferencia Episcopal duran un trienio y sólo es posible la reelección para un segundo trienio sucesivo si el candidato logra la mayoría absoluta de los presentes [Rouco alcanzó esa mayoría en 2002]. Para una tercera y última reelección serán precisos los dos tercios de los votos emitidos.
¿Qué posibilidades tiene el cardenal de Madrid? ¿Cómo afectarán a las pretensiones de Rouco los conflictos en que vive sumida la Iglesia católica española, internos, con graves disensiones entre la jerarquía y entre las bases; y externos, sobre todo con el Gobierno socialista? ¿Tendrán en cuenta los prelados la salud del cardenal, operado a finales del año pasado para extirparle un riñón? Roma, que manda mucho en las iglesias locales, ¿tiene ahora capacidad para intervenir en favor de Rouco, teniendo en cuenta que el Papa, su máximo valedor, está enfermo y muy disminuido?
Lo que diferentes expertos eclesiales sostienen es que Rouco llega a la elección de marzo con, al menos, 40 votos (necesita 52), pero muy enfrentado con la mayoría del episcopado vasco (cuatro prelados) y catalán (12), a causa de sus reiteradas posiciones antinacionalistas y su también indisimulado hermanamiento con los gobiernos del Partido Popular. Una reciente declaración oficial de la Conferencia Episcopal contra el plan Ibarretxe, condenándolo sin tapujos, incluso provocó que el prelado de San Sebastián, Uriarte, miembro de la Comisión Permanente episcopal, matizara en público aquella censura, lamentando además que no había sido elaborada ni decidida colegiadamente.
Las actitudes conservadoras del arzobispo de Madrid también le han enajenado la simpatía del exiguo sector aperturista del catolicismo, muy escasamente representado en el episcopado español, pero suficiente para condicionar las votaciones de la Asamblea Plenaria episcopal.
Un mandato que acaba en la trinchera
El doble mandato del cardenal Rouco al frente del catolicismo español, desde 1999, no ha sido un camino de rosas (escándalo Gescartera, riñas con el Gobierno del PP a causa del terrorismo de ETA y la ilegalización de Batasuna, conflictos judiciales con el profesorado de religión, fracaso sin paliativos del impuesto religioso), pero se complicó del todo con la victoria del PSOE en las pasadas elecciones, que el prelado creía ganadas por el PP. Repuesto del sobresalto, Rouco expresó sus desencantos incluso antes de que José Luis Rodríguez Zapatero tomase posesión de la presidencia del Gobierno.
"Hemos tenido una conversación telefónica de cierto tiempo y en un contexto de amabilidad clara, sí"; explicó el cardenal cuando se le preguntó entonces si había felicitado al líder socialista. "Pero, ¿es optimista?", se le insistió. Respuesta del cardenal: "Pues bueno, sí, en cierto modo. Sí, optimista sí, después de la conversación y sabiendo que dentro de dos semanas celebramos la pascua de la resurrección de nuestro señor Jesucristo". Rouco, dejando sin final una frase que lo mismo podía decir que sí o que no, dio ya pie a la interpretación de que, si Cristo fue capaz de resucitarse, por qué renunciar a que Zapatero rectificara sus promesas electorales, entre otras la legalización del matrimonio gay, la ampliación de las leyes de divorcio y aborto, o la reforma de la enseñanza de la religión en la escuela pública.
Era imposible imaginar entonces, pese a tanta decepción electoral, cómo la jerarquía católica iba a expresar sus recelos y protestas. "Agresiones del Gobierno", "laicismo agresivo", "nos acosan por todas partes": la catarata de lamentos, incluida la amenaza explícita de movilizarse en la calle, se fueron sucediendo desde entonces, sin faltar réplicas virulentas de dirigentes socialistas llamando "casposa" a la jerarquía, o amenazándola con eliminar la financiación del Estado para sueldos de obispos y curas. La gota que colmó el vaso en los enfrentamientos se derramó en Roma en una reciente visita ad limina de obispos españoles. A alguien se le fue la mano aquel día en la redacción del discurso del Papa ante una docena de prelados (entre ellos el cardenal Rouco), en el que, además de las críticas habituales del episcopado español, se incluyó una no disimulada execración contra el Gobierno por supuestas desatenciones a la debida solidaridad interregional en el reparto del agua.
Aquella supuesta alusión al plan hidrológico del Gobierno del PP que incluía varios trasvases de agua, el del Ebro derogado por el nuevo Gobierno, provocó que el Ministerio de Asuntos Exteriores llamase a consulta al nuncio (embajador) del Papa en Madrid para expresarle la "extrañeza" por tales intromisiones del Estado de la Santa Sede en asuntos propios del Estado español.
Es cierto que el Gobierno de Aznar tuvo que recurrir a los mismos extremos diplomáticos cuando los prelados vascos atacaron en una pastoral la ilegalización de Batasuna (junio de 2002), pero nunca antes el conflicto fue tan temprano y profundo. Lo cierto es que a Rouco le ha estallado en plena campaña de reelección; falta por ver si sus arremetidas antigubernamentales le favorecen o le perjudican en las votaciones.
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