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Columna
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Comandante Sueño

El presidente de la Junta de Andalucía está hoy en Cuba, disfrutando del buen tiempo. Enhorabuena. Se entrevistará con Fidel Castro. ¿Enhorabuena? No estoy seguro, porque lo malo -aunque no lo peor- de ese comandante eterno es que se sabe cuándo empieza a hablar, pero ni él mismo sabe cuándo va a callarse. Es el problema de los profetas, de los visionarios y de los embaucadores: son conscientes de que sólo adquieren realidad mediante el discurso. Se callan y no son nadie.

Nuestro presidente va a visitar un país que despierta simpatías políticas muy curiosas, gracias tal vez a ese fenómeno que Ferdinand Mount ha definido como la "asimetría de la tolerancia". A cualquiera de nosotros nos parece el colmo del fascismo el hecho de que un guardia municipal nos llame la atención si nos da por mear en una esquina; sin embargo, por no se sabe qué resorte anómalo de la conciencia, nos parece justificable un régimen político basado en la represión, en la delación y en la miseria moral. Un régimen cesarista con vocación de nepotismo, militarista con vocación numantina, estalinista hasta donde le permiten sus posibilidades. Un régimen que encarcela por motivos ideológicos o por motivos pintorescos, o sin motivo; un régimen puritano que condena a muerte después de juicios de chichirimoche, un régimen infantiloide que sustituye la gestión con la retórica.

Manuel Chaves va a entrevistarse con un pirado degenerativo que alguna vez tuvo un sueño mesiánico y que lleva más de 40 años intentando que la realidad se parezca a ese sueño, pese a quien pese. Y a quien le pesa es al pueblo de Cuba, convertido en una muchedumbre de comparsas que han tenido que renunciar a sus sueños para que Castro pueda seguir soñando el suyo: Castro sueña por todos. Parece, en verdad, la estrategia de un mago: no sólo ha destruido los sueños individuales para imponer su sueño, sino que también ha logrado que su sueño pase por ser un sueño colectivo, con la agravante de que, a estas alturas, Castro ya no sueña con Cuba ni con nada que se le parezca: se sueña a sí mismo, a ese espectro onírico que habla sin parar en nombre de su pueblo para poder hablar de sí mismo, para adquirir realidad ante sí mismo, para poder contarle a la gente su sueño místico y redentorista, su sueño usurpador de todos los demás sueños, su megasueño, su loco sueño de loco. Fidel es un sueño con barba y con uniforme militar, un sueño en pie que de vez en cuando se cae por el abismo de una tarima de orador, un sueño que pide que lo operen sin anestesia para no dejar de velar por su sueño ni siquiera durante un minuto. Un tipo que no quiere anestesia porque no le hace falta: vive dentro de un sueño. Fidel es un sueño insomne.

Nuestro presidente va a hablar con Castro, en el caso de que Castro le deje hablar. Tratará, entre otros, el asunto de los presos políticos, con ánimo de aplacar al dragón de la mazmorra. Eso está bien. Habrá buenas palabras, buenos propósitos, risas y bromas. Pero, cuando Chaves salga por la puerta, el soñador seguirá soñando su sueño, el sueño grandioso de sí mismo, su pesadilla soberbia, y los cubanos seguirán sin poder soñar esos sueños modestos que tan necesarios son para vivir.

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