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Columna
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Sueño olímpico

Hay gente que se parece al asno de Buridán, que murió de inanición junto a un haz de cebada y un cubo de agua sin llegar a decidir si tenía hambre o sed. Otros, dudan tanto como Mark Twain cuando tuvo que resolver dónde le gustaría pasar la eternidad: "El caso es que prefiero el paraíso por el clima", dijo, "y el infierno por la compañía". Porque decidir es difícil y ser árbitro es una tarea ingrata, en la cual lo contrario de equivocarse no es acertar, sino sólo ser justo.

Ayer llegaron a Madrid los miembros del Comité Evaluador del COI, que van a ponerle una nota a la ciudad que hará que su candidatura a los Juegos Olímpicos del año 2012 sea o no la que triunfe el 6 de julio en Singapur. Ésa es la fecha, 6 de julio, san Isaías, el profeta que anunció la llegada de Jesucristo, y hasta escribió su biografía, con siete siglos de antelación. Eso sí, en las 60 páginas de la Biblia que se supone que él escribió, no dice nada de 2012 ni de Singapur, de manera que habrá que seguir esperando sin saber qué va a pasar, como de costumbre. Si ya lo decía Benjamín Franklin: en este mundo sólo hay dos cosas ciertas, que son la muerte y los impuestos.

El estudio de Madrid que van a hacer los 13 inspectores va a ser una auténtica radiografía de la capital que, ocurra lo que ocurra, será interesante ver. En los sucesivos encuentros con autoridades y especialistas en cada materia, se van a estudiar y valorar la calidad del medio ambiente, el tráfico, el número y la categoría de las plazas hoteleras, el clima político, el estado de nuestra economía y nuestro servicio sanitario, los efectos de la inmigración, las condiciones de seguridad y las posibilidades del mercado de la Comunidad de Madrid, además del nivel de sus instalaciones deportivas. Todo un examen. Para pasarlo, los políticos de todos los signos se han apresurado a pedirnos que ayudemos a dar una imagen positiva de Madrid, para que "se note la ilusión y el calor de nuestra ciudad", según ha dicho el secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky.

Es curioso y sintomático ese consejo del secretario de Estado: que se note, como si de lo que se tratara fuese de hacer una especie de representación teatral y montar un decorado para los temidos evaluadores. Pues no, la verdad es que no parece que de lo que se trate sea de embaucar a los inspectores del COI -y mucho menos de sobornarlos, como se hizo en Salt Lake City-, sino de ofrecer evidencias y proyectos y, sobre todo, de aprender cuáles son los grandes problemas de la gran ciudad, algo que a algunos quizá les resulte más sencillo si quienes los señalan son personas de fuera, libres de esa variante de la lucha grecorromana que es la política española y, al menos teóricamente, objetivas.

Muchos soñamos con que nuestros dirigentes deseen las Olimpiadas hasta el punto de renunciar a una gran parte de sus propias convicciones -si es que la destrucción y la convicción pueden compaginarse, cosa que dudo- para lograrlas, y con que los inspectores pinten de rojo el cielo de Madrid en sus mapas y le digan a los jefes: "Miren, esto no puede seguir así, o renuncian al tráfico paranoico y a la especulación salvaje, o renuncian a los Juegos". Y si se lo dicen así de claro, ¿qué creen que van a elegir: el negocio o la razón? Pronto lo sabremos.

En el fondo, lo mejor de una Olimpiada es, precisamente, que no se logre gratis y no debería haber nada más lógico que ver las exigencias que se le plantean a los candidatos como una oportunidad, no como un contratiempo: vaya hombre, ahora vamos a tener que empezar a hacer las cosas bien, qué fastidio. Desde ayer, los evaluadores del Comité Olímpico Internacional están en Madrid y van a analizar la ciudad casi metro a metro. Cuando lleguen a lo que será el Anillo Olímpico, tendrán que ver el futuro como el profeta Isaías: al mirar las zanjas y los montones de tierra que ahora hay en aquel descampado, tendrán que vislumbrar velódromos, piscinas y pabellones de atletismo. Seguro que son personas capaces y difíciles de engañar. Algunos vemos en ellos a unos apóstoles de la razón. Al menos, en teoría. Hacer una ciudad más eficaz y a la vez más humana, eso sí que es un sueño olímpico. ¡Ojalá pase!

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