Vuelta al apaciguamiento
Recuerdo perfectamente los apuros ligeramente ridículos, ligeramente arriesgados y un tanto inquietantes en los que se veían los diplomáticos occidentales en Praga durante la guerra fría. Periódicamente tenían que resolver la delicada cuestión de si invitar a sus celebraciones en la embajada a los diversos signatarios de la Carta 77, a activistas en pro de los derechos humanos, a los detractores del régimen comunista, a políticos desplazados, o incluso a escritores, eruditos y periodistas prohibidos; personas con las que los diplomáticos solían mantener amistad.
En ocasiones no nos invitaban a los disidentes, pero nos ofrecían disculpas, y otras nos invitaban, pero nosotros no aceptábamos la invitación para no complicarles la vida a nuestros valientes amigos diplomáticos. O nos invitaban a acudir a una hora temprana con la esperanza de que nos fuéramos antes de que llegaran los representantes oficiales, algo que unas veces funcionaba y otras no. Cuando no era así, los representantes oficiales se iban en protesta por nuestra presencia, o nosotros nos íbamos apresuradamente, o todos fingíamos no darnos cuenta de la presencia de los otros, o nos poníamos a conversar -si bien en raras ocasiones- unos con otros, algo que frecuentemente constituía los únicos momentos de diálogo entre el régimen y la oposición (sin contar nuestros encuentros en los tribunales).
La UE trata de recuperar una interlocución con el Gobierno cubano y el contacto con la sociedad
Todo esto sucedía cuando el telón de acero dividía Europa -y el mundo- en campos opuestos. Los diplomáticos europeos debían considerar los intereses económicos de sus países; pero, al contrario que el bando soviético, se tomaban en serio la idea de "disidentes o comercio". No recuerdo ninguna ocasión en aquella época en la que Occidente o cualquiera de sus organizaciones (OTAN, la Comunidad Europea, etcétera) emitieran un llamamiento público, recomendación o edicto estableciendo que un grupo específico de personas de mente independiente -comoquiera que lo definamos- no debiera ser invitado a fiestas, celebraciones o recepciones diplomáticas.
Pero eso es lo que está ocurriendo hoy. Una de las instituciones democráticas más fuertes y poderosas del mundo -la Unión Europea- no siente escrúpulos a la hora de prometer públicamente a la dictadura cubana que va a reinstituir el apartheid diplomático. Las embajadas de la UE en La Habana confeccionarán ahora sus listas de invitados de acuerdo con los deseos del Gobierno cubano. La miopía del presidente socialista español, José Luis Rodríguez Zapatero, se ha impuesto. Intentemos imaginar qué va a ocurrir: en cada embajada europea se nombrará a alguien para estudiar la lista, nombre a nombre, y evaluar en qué medida las personas en cuestión se comportan libremente o se expresan libremente en público, hasta qué punto critican al régimen, o incluso si son ex presos políticos. Se acortarán las listas y se tacharán nombres, y esto supondrá frecuentemente eliminar incluso a buenos amigos personales de los diplomáticos encargados de la revisión, personas a quienes han prestado ayuda intelectual, política o material. Será incluso peor si los países de la UE intentan enmascarar sus actividades de control invitando sólo a diplomáticos a las celebraciones de las embajadas en Cuba.
Difícilmente se puede pensar en una forma mejor para que la UE deshonre los nobles ideales de libertad, igualdad y derechos humanos que profesa; principios, de hecho, que reitera en su texto constitucional. Para proteger los beneficios que las empresas europeas obtienen de sus hoteles en La Habana, la Unión dejará de invitar a personas de mente abierta a las embajadas de la UE, y nosotros deduciremos quiénes son a partir de la expresión que adopte el rostro del dictador y de sus asociados. Es difícil imaginar un pacto más vergonzoso.
Como es lógico, los disidentes de Cuba prescindirán tranquilamente de los cócteles y la conversación de conveniencia en las recepciones occidentales. Está claro que esta persecución agravará su difícil lucha, pero naturalmente sobrevivirán a ella. La cuestión es si la UE sobrevivirá. Hoy, la UE baila al son de Fidel. Eso significa que mañana podría presentar ofertas en los concursos para construir bases de misiles en la costa de la República Popular China. Al día siguiente podría permitir que sus decisiones sobre Chechenia estuvieran dictadas por los asesores del presidente ruso, Vladímir Putin. Después, por alguna razón desconocida, podría condicionar su ayuda a África a las relaciones fraternales con los peores dictadores africanos.
¿Dónde acabará? ¿En la liberación de Milosevic? ¿En la negación de visado al activista pro derechos humanos ruso Serguéi Kovaliov? ¿En una disculpa a Sadam Husein? ¿En la iniciación de conversaciones de paz con Al Qaeda? Es suicida que la UE se deje atraer por las peores tradiciones políticas de Europa, cuyo denominador común es la idea de que es necesario apaciguar al mal y que la mejor manera de conseguir la paz es mediante la indiferencia hacia la libertad de los demás. Es justamente lo contrario: esta clase de políticas ponen de manifiesto una indiferencia hacia la propia libertad y allanan el camino hacia la guerra. Después de todo, Europa se está uniendo para defender su libertad y sus valores, no para sacrificarlos ante el ideal de la coexistencia armoniosa con dictadores, algo que la expone al peligro de que su alma se vea gradualmente infiltrada por la actitud antidemocrática. Creo firmemente que los nuevos miembros de la UE no olvidarán su experiencia del totalitarismo y de oposición no violenta al mal, y que dicha experiencia se reflejará en su comportamiento en los organismos de la UE. De hecho, ésta podría ser la mejor contribución que pueden hacer a los cimientos espirituales, morales y políticos comunes de una Europa unida.
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