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Columna
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Fotos

Unos fotográfos miran el mundo como si fuese siempre la primera vez; otros mantienen en la retina todo lo que han visto a lo largo de su vida; en ambos casos la instantánea captada por su cámara no es otra cosa que una imagen que unos y otros le roban al tiempo. Existe un momento que pertenece a todos y otro momento que es propiedad exclusiva de cada uno. Sucede lo mismo en la música y en poesía. Una partitura, un verso nos retrata exactamente igual que esa foto de un invierno hace dos o tres años con el sol muy tibio salpicando de luz el parabrisas del coche. Íbamos hacia Rochester que es la capital de la fotografía de América, donde está el museo Kodak, y hubo un momento en ese largo trayecto por las autopistas de Buffalo en que alguien, en una fracción de segundo invisible, tuvo tiempo de enfocarte a través de un gran angular y elegir un encuadre. Conduces, fumas, llevas una chaqueta de pana y barba de dos días. Al ver esta foto siempre pienso en aquello que escribió John Berger: "La cámara nos libera del peso de la memoria... registra para olvidar".

Marc Riboud, el fotógrafo octogenario y amigo de Cartier-Bresson que estuvo recientemente en Valencia con motivo de la exposición Alguien nos mira, decía en este periódico que la poesía es lo más próximo al instante fotográfico porque en ella las cosas suspendidas mantienen su temporalidad. De las paredes del Museu Valencià de la Il.lustració i la Modernitat (Muvim) emana esa fascinación ambigua que ejercen algunas imágenes cuando poseen un peculiar resorte interior, una especie de memoria ambigua que las sostiene. La exposición cuenta con más de 300 obras maestras recopiladas por dos viejos amigos troskistas que un día decidieron crear la Fnac y hoy poseen probablemente la mejor colección de fotografia del mundo. Una de las imágenes nos muestra una mujer rubia de cabello largo retratada por Man Ray en blanco y negro, cuyos ojos cerrados nos obligan a pensar en el fotograma de una película de terror. En cualquier retrato siempre existe una zona de sombra donde habita la incertidumbre. Puede ser que el secreto se halle en el rostro de pájaro de Samuel Beckett o en la mirada de un jovencísimo Truman Capote que quizá soñaba con las joyas heladas de un desayuno en Tiffany o tal vez en ese vaso de agua con que el dramaturgo Arthur Miller está a punto de tomarse un medicamento. Son visiones distintas de la fragilidad humana. Pero también hay fotógrafos sensibles a la distancia, que se dejan fascinar por los paisajes de horizontes infinitos antes que por un gesto, como el filósofo Jean Baudrillard o el cineasta Win Wenders. Algunos fotógrafos se decantan por la luz y ven nubes invertidas porque el cerebro los engaña, igual que cuando perdemos el equilibrio en un sueño y despertamos al caernos; hay fotógrafos de día y fotógrafos de noche; de un solo rostro y de las mil caras de una ciudad como Berenice Abbot en Nueva York; los hay que captan ángeles en bicicleta y otros que se fijan en cuatro adolescentes empujando un coche destartalado del socialismo real. Hay fotógrafos con corazón de poetas y poetas que imaginaron la fotografía muchos siglos antes de que se inventara como aquel joven William Shakespeare cuando escribió: "El tiempo es la vía láctea de los instantes". Y afortunadamente también hay fotógrafos amantes de las imágenes robadas como tú y como yo capaces de salir con una cámara a inventar el mundo una mañana blanca, de un sábado de nieve.

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