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Columna
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Con tus dientes de marfil

He recuperado la fe. Gracias a la loable iniciativa del Gobierno para fomentar el uso del catalán, siento que nuestra lengua ya no morirá. El símbolo de la campaña, esa dentadura postiza saltarina, va a obrar el milagro. Los ideólogos de la Generalitat tienen razón: los jóvenes, cuando la vean, se darán cuenta de que el catalán es una lengua "transgresora que sirve para las actividades de ocio y que tiene una imagen moderna". Porque para moderna, la dentadura. Y no sólo los jóvenes. También las meretrices, los trileros, los camellos y todos esos trabajadores del ocio con los que se juntan los jóvenes comprenderán, al ver la dentadura postiza, que es mejor hacer las transacciones o estafas en el idioma de Verdaguer. Incluso los productores cinematográficos dirán: "¡Pero qué dentadura postiza tan graciosa! Parece de esas que venden en los sex shops. Nada, nada. A partir de ahora, mis películas no sólo van a doblarse, sino ¡hasta a subtitularse! en catalán". Y los dueños de los bares, que en los 23 años de Gobierno convergente no encontraron el momento de normalizar los rótulos de sus comercios, exclamarán también: "Esa dentadura me ha convencido". Y así, igual que hay asesinos en serie, ellos se convertirán en catalanohablantes en serie. ¡Aleluya!

Aparte de la dentadura, la campaña tiene una gran ventaja: no es una bronca. Para el anterior Gobierno, que el catalán estuviese agonizando era culpa nuestra. El eslogan Depèn de vostè era perfecto para sacudirse las pulgas de encima. Si dependía de nosotros, no dependía de ellos (cosa que, efectivamente, ya demostraron). Es cierto, eso sí, que el estilo de fomentar el catalán del nuevo Gobierno es de lo más, digamos, tripartito. Lo primero que han hecho es explicarnos que la campaña es "divertida". Resignémonos. Hoy en día todo es divertido, desde estudiar matemáticas a aprender inglés, pasando por comer una ensalada o fomentar el uso de una lengua agonizante.

Por eso me entristece tanto que unas cuantas voces, las de los descontentos de siempre, se quejen de la fealdad de la dentadura y duden de sus efectos dinamizadores. Son personas poco sutiles que no saben leer entre líneas. Ellos ven una dentadura postiza un poco repulsiva y no van más allá. Pero si precisamente la gracia está en que sea una dentadura postiza (a la que sólo le falta el vasito de agua y la pastilla limpiadora). Es para que los jóvenes digan: "Me recuerda la dentadura de mi difunto abuelo...". Y eso, ni más ni menos, pretende la campaña. Todos sabemos que lo retro está de moda. Los jóvenes, al asociar la lengua con la dentadura del abuelo ya difunto, se sentirán transgresores y no pararán de enviar SMS en catalán. Por eso también el eslogan de la campaña refuerza esta idea de reliquia del pasado. "Dóna corda al català", dice el texto. Porque, con gran acierto, lo de dar cuerda nos hace pensar también en esos tiempos pretéritos en los que los juguetes y los despertadores funcionaban así. Hubiese sido demasiado rompedor un "ponle las pilas al catalán" o "enchúfate al catalán". Pero quién sabe si el autor estuvo tomando en consideración otros eslóganes, por ejemplo "ponte el sonotone y habla en catalán".

En fin. Todos estos que se quejan de lo poco que incita la dentadura a cambiar los usos lingüísticos, deberían pensar en las consecuencias de su protesta. Si siguen quejándose, puede que el Gobierno encargue la próxima campaña a nuestros creadores más internacionales. Yo ya estoy imaginando la campaña que harían los admirados actores de La Fura dels Baus. La dentadura vestiría de cuero, llevaría correctores dentales y estaría sentada en un bidé. Y también imagino la campaña de los igualmente admirados Comediants. La dentadura iría en camisón a rayas, llevaría un orinal en la mano y diría: "Idò, brètols, ¿ja s'esdevé que enraoneu en català?". O imagino, en fin, la campaña que haría el no menos admirado Loquillo. En un aparcamiento, susurraría: "Soy charnego y soy del barrio, pero háblame en catalán". O sea que menos quejarse.

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