Dos opciones

María Chillida (San Sebastián, 1960) presenta en la galería donostiarra Ekain collages en papel de seda. Son obras abstractizantes de pequeño formato. Lo más atrayente no es el resultado final, sino el proceso que conduce a ese resultado, en que entra en juego la fantasía, que consiste en transformar, a través de una fragorosa multiplicidad de colores, unos simples papeles en aparentes retazos de telas exóticas. Para el uso del color se ha servido a veces de pinceladas diminutas y otras, las más, del spray. Al margen del color, la tijera es la creadora de formas. En el remate final entran en función los collages.

Como se ve, todo se ha movido dentro de un fantaseo improvisado. La lluvia de colores y la tijera han ido buscando sus canales, bajo el designio de manualidades sensitivas. Se puede aducir que ha llegado al arte por la vía del paciente tejer y tejer y tejer... Aunque en lo formal exista a priori una pretensión por lo simétrico, es imposible lograrlo dada la construcción no rectilínea de los cortes tijeriles y el libre albedrío del goteo de color.

En la Galería Dieciséis de San Sebastián se exponen obras de Eduardo Vega de Seoane (Madrid, 1955). Se podía considerar a este artista cercano a Helen Frankenthaler, autora estadounidense de la segunda generación del expresionismo abstracto. Parecen ir en paralelo, pues es muy parecido su lenguaje, excepto en el atrevimiento a utilizar la trementina por parte de Vega de Seoane. Ambos trabajan sobre lienzos sin imprimación. La trementina, por su carácter fluidificador y disolvente del óleo, reacciona químicamente en expansión. Lo que se expande va creando nuevas formas. Las manchas se autogestionan. Crean lo que podíamos llamar la mancha y su cerco, su halo. Así, mediante ese material exudado, las obras se tornan sugerentemente cambiantes.

Por contra, en la obra del madrileño, aún reconociendo que posee buena mano, parece que le ha faltado dar ese paso al uso creativo que ofrece la trementina, con todo el riesgo que comporta su utilización. Es verdad que esa falta de atrevimiento lleva a otra suerte de riesgo: caer en la atonía de lo monótono. Es posible que esto lo haya pensado el artista, y para paliarlo-variarlo ha introducido unos guiños figurativos, dentro de un lenguaje completamente abstracto. Esos guiños, apenas vistos con claridad, van entreverados (o confundidos) junto al sutil garabateo grafista imperante en los cuadros. En cuanto al color, queda demostrado que posee un acucioso refinamiento. Por lo demás, en el ámbito de la galería hace furor el equilibrado sosiego.