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Reportaje:

La batalla catalana de Piqué

El ex ministro se ha enfrentado a los sectores tradicionales del PP en Cataluña para tratar de disputar el voto de centro

Habituados al trato paternalista de Alberto Fernández Díaz, el desembarco de Josep Piqué al frente del Partido Popular de Cataluña, en octubre de 2002, provocó en los militantes un auténtico revuelo. Sólo su dilatada experiencia política en los gobiernos catalanes de Jordi Pujol y en el central de José María Aznar actuó inicialmente de bálsamo entre unas bases cansadas de efímeros líderes incapaces de sacar al PP catalán de su marginalidad en Cataluña.

Al cabo de dos años, los sentimientos de la militancia hacia su líder son contradictorios. Piqué ha creado una sólida y jerarquizada estructura interna homologable a cualquier formación política con lo que las bases han perdido ese contacto directo con su presidente. Muchos concejales y alcaldes de zonas rurales, donde son vistos entre la ciudadanía como políticamente apestados, jacobinos y carcas, no le perdonan a Piqué este distanciamiento y cierto aire de superioridad en el trato. "Alberto Fernández acudía incluso a los funerales de cualquier familiar de un militante de un pueblo perdido de Cataluña", comenta extrañado un ex dirigente. "A Piqué en muchas comarcas le ven de Pascuas a Ramos", añade un destacado ex concejal de la zona del Ebro que abandonó la formación hastiado de que desde Barcelona no le dieran ni una pizca de consuelo ante la avalancha ciudadana en contra del polémico trasvase.

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Pero por otro lado Piqué ha logrado modernizar el PP catalán y arrancarle esa capa de barniz rancia y ajada. Y poco a poco, con paso firme, ha ido articulando un discurso propio distanciándose a veces, si la coyuntura lo requería, de las directrices de Génova. Los constantes encontronazos con el eurodiputado Jaime Mayor Oreja por su insistencia en comparar los procesos políticos de Euskadi y Cataluña, su defensa de la devolución de los papeles de Salamanca, o las críticas a la dirección por ligar a Esquerra Republicana con los atentados terroristas, son ejemplos recientes.

El ex ministro ha sabido enarbolar un mensaje moderado de raíz catalanista -imprescindible en Cataluña para arañar electorado a formaciones como Convergència i Unió- sin perder ese compromiso con la causa común que es España. Ese discurso ha ido acompañado de hechos y, de este modo, el PP se incorporó, aunque un poco más tarde, a la ponencia parlamentaria que redacta el nuevo Estatuto catalán.

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Piqué sabe que el PP no podía quedar descolgado de esa ponencia ni de los debates sobre las reformas institucionales. Ya en julio del pasado año discrepaba abiertamente de José María Aznar y de Eduardo Zaplana y afirmaba: "Es obvio que el principal partido de la oposición debe estar presente en el debate de la reforma de la Constitución planteada por el Gobierno socialista con el apoyo de diferentes grupos en el Congreso".

Siete meses más tarde, la dirección del partido se ha abonado a sus tesis lo que evidencia -así se lo reconocen dentro y fuera del PP- su creciente influencia en Génova. Una baza que ha sabido explotar y que, a la vez, reconforta a la militancia catalana y suple las constantes ausencias del ex ministro en su tierra natal. Las reuniones de maitines los lunes y su cargo de senador le mantienen ocupado en Madrid gran parte de la semana.

Esa autoridad ante la dirección ha conllevado mayor autonomía de gestión del PP catalán respecto a la dirección nacional. Se han acabado los tiempos en que Alberto Fernández Díaz paseaba por los pasillos del Parlamento catalán enganchado al móvil, esperando instrucciones de Javier Arenas, o la impaciente espera, hasta altas horas de la noche, de la llegada de ese fax desde Madrid con las listas electorales cerradas sin posibilidad de cambios.

Ahora, Josep Piqué goza de total autonomía. Hace y deshace a su antojo no sólo las candidaturas sino también las direcciones provinciales, aunque alguna de éstas, como la de Lleida, le acarree un congreso tormentoso y ser interrumpido a gritos de "tongo, tongo".

Lleida casi le da un disgusto. La oposición a Piqué permanece cohesionada y dispone de una persona que aglutina a los descontentos, el ex diputado en el Congreso, Ignasi Llorens. En el resto de Cataluña los críticos abundan pero son incapaces de articularse en torno a algún ex dirigente.

El ex ministro ha tenido la habilidad de situar a sus contrincantes a su vera e incorporarles a la dirección, como a Alberto Fernández. A otros les ha mandado directamente al ostracismo, como al ex parlamentario, Josep Curto. Pero tanto devotos o enemigos se formulan la misma pregunta: "¿Cuánto aguantará Piqué?" Si deben fiarse de su palabra, al menos, hasta las elecciones autonómicas de 2007.

Josep Piqué, junto a dirigentes populares en el congreso provincial de Barcelona.
Josep Piqué, junto a dirigentes populares en el congreso provincial de Barcelona.VICENS JIMÉNEZ

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