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Columna
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Epílogo

Una vez escrito mi último artículo sobre la desaparición de Vicente Iborra, se han publicado dos contribuciones importantes para su memoria y para la reflexión. Una de ellas, la más íntima y dolida, la ha suscrito su familia en los periódicos locales y a raíz de ella, Francesc de Paula Burguera, en estas mismas páginas, dejó constancia de su opinión y amistad para con un hombre que ha marcado huella en la sociedad valenciana. Sorprende la paradoja de que algunas instituciones y entidades se vuelcan a menudo en torno a la memoria de personajes que contribuyeron a que este país funcionara y sin embargo un vacío gélido se ha producido para con el recuerdo de personas que como Vicente Iborra, han marcado el esbozo de una época que finalmente no pudo ser.

Quienes han permanecido "firmes, siempre firmes" como escribía Pío Baroja, al enjuiciar su figura y el proyecto que inició, han recordado estos días que, más allá de las anécdotas desafortunadas, Vicente Iborra participó en múltiples empresas e iniciativas que han contribuido sensiblemente a que este país sea como es. Además es muy probable que hubiera mejorado en sus expectativas si hubiese sido posible seguir contando con él en los puestos de mando. Alguien tuvo el empeño de impedirlo y lo logró. En este sentido no es la única persona que después de trabajar para la sociedad en la que vive acaba en un injusto silencio.

Hubo un hombre que lo conoció en las horas duras de su postergación y desde la óptica madura de quien no se deja intimidar por las miserias del momento. Este fue Emilio Attard Alonso, uno de los pocos políticos que tuvo la oportunidad de ejercer en dos etapas democráticas de la historia de España, antes de la Guerra Civil y en los inicios de la transición.

Emilio escribió con claridad que "a pesar de los miles de folios del sumario nunca supimos quién fue el denunciante" y proseguía "la sentencia vino años después, cuasi liberatoria de la gran responsabilidad imputada, reductora del quantum perseguido y desde luego, de su contenido ya no se hicieron eco ni los periódicos, ni las revistas ni las radios, ni las pantallas televisivas, pues cuanto que apenas fue referida ni comentada" ya que para él no existió el principio constitucional de la presunción de inocencia.

Es cierto que hubo alguna aislada excepción porque desde las modestas páginas de Valencia Fruits se defendió el derecho a que se respetara la integridad de las personas antes de ser juzgadas, pero desgraciadamente el linchamiento moral ya no admitía vuelta atrás.

Después han ocurrido hechos de algún modo equiparables y que tenían su antecedente en el caso de Vicente Iborra. Una sociedad no puede ni debe consentir que se actúe así con sus líderes antes de que la Justicia haya emitido su veredicto. Vicente Iborra luchó abnegadamente en la Junta contra el Cáncer, defendió la libertad, estuvo detrás de iniciativas periodísticas y financieras, fue generoso y amigo de sus amigos, a los que no dejó nunca en la estacada. Emilio Attard lo confirmó: "Fue un repudio social maliciosamente provocado, premeditadamente preparado y ejecutado, al fin concreto para el que había sido concebido". Y no ocurrió en Cataluña sino en la Comunidad Valenciana.

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