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Columna
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Teatro

La acción, en Granada. Izquierda y derecha, las del espectador.

Un bar es un bar, un cuarto de estar es un cuarto de estar y una calle es una calle. Uno abandona un bar cuando se parece demasiado a su propia casa: pasa en él demasiadas horas y la familiaridad contraída allí y la inevitable repetición de las conversaciones con la familia que de la manera más irresponsable va uno formando en él, termina por despojarlo de todo lo ajeno y lo anónimo que se busca (y se agradece) en un bar. Y cuando uno vuelve a casa y en el cuarto de estar encuentra lo que se espera que haya en cuarto de estar (muy sencillo: cosas que ayudan a estar), también lo agradece y se queda, descansa, dormita o simplemente está, y pasa el tiempo, y cuando apetece cambiar de aires o evitar otra conversación de familia, se va uno a la calle sin la intención de meterse en un bar, porque pretende ir por la calle, pasear por un sitio que no espera que se parezca a un cuarto de estar de una casa, sino a una calle de una ciudad.

Aparecen entonces los rastros de una sutil confusión: papeleras que parecen paragüeros de interior, floreros raros (y no árboles) y lámparas de pie (que no farolas). Y la calle, más que una calle parece uno de esos pasillos grandes de los paradores de turismo, con su iluminación amarilla y los maceteros de estilo castellano inmarcesible; y las placitas que arreglan al final quedan como decorados de la gira de la Compañía Lope de Vega por los veranos de los Festivales de España (El gran teatro del mundo en Las Pasiegas, por ejemplo, que será portada de ABC); y las plazas (como la de la Trinidad) se resuelven como rotondas de alguna urbanización; y la democracia de las farolas, que sí que admiten la alternancia: prodigios de fundición inspirados en la luz de mesa de alguna notaría cercana, o cosas flacas y grises como lámparas de rincón de un suplemento dominical. Y la traca final (por ahora) de llegar a un lugar abierto, incluso tan inhóspito y tan hermoso como el paseo de los Tristes, y encontrarse con la pérgola de un chalet particular. ¿Para cuando el parqué en el Zacatín?

Granada está siendo redecorada según el canon del cuarto de estar de la familia bien de toda la vida, o algo parecido, pero en todo caso con un resultado falso, teatral. Ignoro la razón de que el centro histórico se tenga que entender como una cosa de interior (un cuarto de estar) y no como lo que es, ciudad. ¿Se proyectan los modelos de lo privado en lo público?

Por otra parte, no hay forma de adivinar la utilidad real y pública de la mayoría de unas obras que, sin embargo, hacen intransitables las calles de la ciudad. Está claro que nada de lo que se está haciendo sirve para arreglar el tráfico (parece que se limitan a cambiarlo de sitio), de modo que no se entiende porqué tanto gasto y tanto engorro. Pero el Ayuntamiento parece adicto a la renta en propaganda que siempre tiene la obra pública y hace incluso ostentación de su capacidad de tomar decisiones que en el fondo son menos impopulares de lo que parece. ¿Un nuevo aspecto a cambio de unas molestias que a su vez producen la impresión de que estamos trabajando por Granada? ¿Es eso hacer ciudad?

Teatro, es puro teatro.

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