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Columna
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La coma

Miquel Alberola

Una de las últimas frases escritas por Félix Azzati en su agonía, aparte del célebre artículo dedicado a su amiguito Ricardito Muñoz Suay, fue: "Señores: Valencia, existe". A menudo esa coma entre el sujeto y el predicado me ha intrigado tanto como su conclusión casi póstuma y desesperada, lanzada en tono de revelación a un auditorio propio de un casino de El Cabanyal. ¿Qué cosas excitaron su desfallecido cerebro entre "Valencia" y "existe" para terminar representándolas en esa catastrófica y no menos jeroglífica coma? ¿Qué anuncio trató de insinuar a última hora en esa discordia musical un hombre que había tocado el flautín con la misma pericia que sujetó su primer bigote, como lo definió Carlos Esplá, "mosqueteril"? Sin duda, comprimida en esa coma, radica una de las claves más profundas de la refriega política local, que, pese a su aspecto reciente, hunde su raíz en aquellos días en que Blasco Ibáñez, en la que luego sería la desaparecida librería Maraguat, bautizó a Azzati como "el señor Cresta" por el remolino que brotaba en lo alto de su cabeza. El feroz odio del republicano Azzati a cualquier expresión del valencianismo, con sus arengas contra la enseñanza de la lengua y sus soflamas ante el recurrente fantasma de la Solidaridad Catalana en Valencia, era más poderoso que sus constantes vitales en el último tramo de su existencia. La agonía no había debilitado su posición contra un sentimiento que detestaba porque era un atributo beato y burgués, simbolizado en Lo Rat Penat, al que detalló como "un vampiro al que hay que rematar, porque apenas vuelve a la vida mata". Sin embargo, en esa coma está contenida alguna clase de cataclismo personal. Es un paréntesis de vértigo en el que acaso la lucidez de la muerte le hizo atisbar que la fusión entre el señor Cresta y Lo Rat Penat estaba al caer. Sólo era necesaria la temperatura social adecuada y las ceremonias confusas y perversas de la transición. Hoy resultaría imposible, ni con un soplete, deslindar a Teodor Llorente de Azzati. La beatería y el gamberrismo (la peor caricatura de ambos movimientos) conforman un mismo discurso inverosímil y con frecuencia oficial, estilizado en una coma que desencadenaría una convulsión de acentos.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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