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Columna
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Sombras

Parece que lo que no queremos recordar persiste en nosotros como una tentación y ante esa sombra de lo oculto, estamos desnudos. Ya lo dijo Borges: "Una cosa no hay, y es el olvido". Ahora los neurólogos vienen a darle la razón al comprobar que la mente activa un complicado mecanismo para borrar de la memoria algunos sucesos que, sin embargo, permanecen archivados en el inconsciente y alientan en secreto nuestro comportamiento, tal como aventuró Freud hace más de cien años. En las cumbres del espíritu cada cierto tiempo sopla el viento del retorno, que es un viento de origen lírico aunque no sólo afecta a los poetas, sino también a los científicos.

Un equipo de la prestigiosa Universidad de Standford ha demostrado a través de un escáner de resonancia magnética que la teoría freudiana de la represión -tan denostada por los mandarines oficiales de la psicología como ensalzada por los grandes maestros del suspense- no era una idea vaga y fantasiosa, sino un hecho científicamente comprobable. Olvidamos para salvarnos.

Hay cosas que borramos involuntariamente y otras que, por alguna razón, nos esforzamos en no recordar, como si pudiéramos elegir el pasado. Pero lo más extraño es que estos dos procesos parejos tienen lugar en partes muy diferentes del cerebro.

Existen parcelas de nuestra mente tan ordenadas y codificadas como una computadora y hay otras que siempre están alerta para divisar los imprevistos. Según el descubrimiento del neurobiólogo Michael Anderson, la función de reprimir el recuerdo correría a cargo de unos sustratos neuronales situados en el córtex prefrontal, encima de los ojos, donde se localizan las funciones intelectuales más elevadas como la imaginación o el deseo.

Para el novelista que practica un oficio de tinieblas este descubrimiento no deja de resultar esperanzador porque escribir es trenzar un universo con los hilos perdidos: el frío de aquel invierno lejano, los ojos de una mujer que nos observan desde la altura de un cuadro y que con su insistencia, poco a poco, va abriendo el cortinaje pesadísimo de la memoria... Pero además de la literatura, también el cine ha pasado por el diván: Woody Allen, Buñuel, John Huston... por eso podemos analizar ciertas categorías del alma a partir de una película, siguiendo, por ejemplo, los pasos de una mujer que nos mira desde la hondura de un fotograma. Es enigmática y rubia -Hitchcock las prefería así- La vemos pasar entre las mesas de un local nocturno con el pelo recogido en la nuca como solía llevarlo Kim Novak, la mirada de esfinge, el paso leve y sensual bajo una luz rojiza que tal vez es la metáfora del país de las sombras. "Sombra que sempre me asombras", escribió Rosalía de Castro.

Vamos enredando sombras. Por las galerías del espíritu han pasado teorías universales, leyes físicas inmutables: Galileo, Newton, Freud... Pasó el romanticismo, el surrealismo, los existencialistas, la nouevelle vague... Parecía que todo estaba andado ya. Sin embargo, a la altura de este incierto y palpitante siglo XXI, el ser humano continúa despejando incógnitas en su melancólico afán por llegar adonde habita el olvido.

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