_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Subcontrata

La muerte es una subcontrata. Le exigimos a la vida un contrato fijo, legal, casi de funcionarios, a salvo de las regulaciones de empleo y de las reducciones de personal. Pero la vida es una empresaria avispada, competitiva, que quiere cerrar bien sus cuentas, y no duda en acordar subcontratos con algunos negocios turbios llamados tiempo, enfermedad, guerras o accidentes laborales, que a su vez subcontratan las tareas de demolición con la firma definitiva de la Muerte. De mano en mano, de contrato en contrato, perdemos cualquier derecho no sólo al empleo fijo, sino incluso a la seguridad existencial. Por mucho que la historia se ha esforzado en darle un carácter estable a la realidad, parece que se trata de una batalla perdida y que la lógica del accidente impone sus dominios en los valores de la modernidad. No están bien vistas las injerencias de los estados, los contratos en firme, los papeles en regla, poco acordes con las ideas de competencia y libertad que impone la lógica del accidente. La muerte trabaja bien con las subcontratas, ya sea a través de los ejércitos que actúan por delegación de las multinacionales, ya sea por los movimientos de tierra que acuerdan un segundo contrato con las olas del mar, ya sea gracias a los desarreglos de Alsa, SL, empresa que subcontrató con Construcciones Hermanos Rodríguez una obra ya subcontratada por la constructora Rehabilitaciones y Demoliciones Granada SL. Se trataba de demoler subsidiariamente, en nombre del Ayuntamiento de Granada, un edificio de la cuesta de Gomérez, y la caída libre, sin injerencias, acabó con daños a los vecinos y con la muerte de un trabajador sin permiso de trabajo, un ser humano sin permiso de vida.

Hay responsabilidades políticas claras. Vecinos de la cuesta de Gomérez habían denunciado al Ayuntamiento un disparate subcontratado del que nadie se hizo cargo, tal vez porque el sentido común también se subcontrata en la inercia de la vida cotidiana, tan llena de socavones, calles cortadas por obras y ceremonias de inauguración. Y también hay responsabilidades penales en los técnicos de seguridad que no cumplen con su trabajo, en empresas que contratan para subcontratar sin aviso y en empresarios que explotan a trabajadores sin papeles, porque cobran menos, no pueden protestar y desactivan a sus compañeros españoles, tan molestos con sus sindicatos y con la reivindicación de sus derechos, una injerencia poco competitiva del Estado. Cuando un político se equivoca, no dudamos en arremeter contra la política, siempre tan sucia y tan corrupta. Cuando un empresario explota demasiado, criticamos al empresario, pero no nos atrevemos a dudar del sistema social que representa ese empresario. Se ha impuesto la lógica que define la libertad por la inexistencia de regulaciones solidarias de la vida económica. Las dictaduras se encargan directamente de reprimir y ejecutar. Los neoliberales firman subcontratas. Deberíamos conocernos lo suficiente como para desear que no nos dejen libres del todo a la hora de hacer negocios. Benditas injerencias del Estado. Los cadáveres en las aguas del Estrecho, las hambrunas del mundo y los accidentes laborales son buenas pistas para seguir buscando esas armas de destrucción masiva que Bush no ha encontrado en Irak.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_