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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sin agobios

Los nacionalistas nos venden su producto mediante agradables fórmulas de marketing: ilusionante, amable, generoso, agente de bienestar, etc. Esas son las palabras con las que decoran un Plan que surge además de la inocencia prístina del deseo popular. Sabemos muy bien lo que hay en realidad detrás de ese proyecto: insensibilidad, egoísmo, provocación y terror. Pero da lo mismo. Va dirigido a quienes va dirigido, a unos ciudadanos que disfrutan de un razonable nivel de bienestar, que no van a perder el tiempo descifrando el contenido de lo que se les propone, y que sólo van a atender a aspectos formales. La sociedad vasca vive bien, circunstancia que seguramente le ha ayudado a sobrellevar un largo calvario que dura ya decenios. Si nadie le hubiera presentado proyecto alguno de reforma, es posible que no hubiera rechistado, no lo habría considerado necesario para mejorar su situación y casi le habría resultado engorroso. El señuelo para incordiarla y mantenerla en permanente estado de insatisfacción, al menos aparente, ha sido la violencia, el conflicto. Su resolución bien merecía uno o mil planes, y cada promotor contaba la película a su manera.

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Hubo incluso una época heroica, allá por la transición, en la que el conflicto bien pudo valer un sacrificio. Pero ese tiempo pasó, afortunadamente, y sería un error que de nuevo intentáramos proyectar su sombra. Los nacionalistas, a pesar del desliz de las "tortas" de Ibarretxe, se cuidan mucho de hacerlo. Nada de sangre, sudor y lágrimas en pos de la victoria final, de la patria redimida. Hay entre los nacionalistas, es obvio, un grupo de gente que aún practica esa épica, a poder ser con la sangre y las lágrimas ajenas, pero, aunque no conviene perderlos de vista, tampoco hay que ignorar esta otra dimensión a la que me refiero. Los nacionalistas, los que están en el poder, ya no venden la patria como un sacrificio, sino como un negocio rentable. Es justo eso lo que la sociedad vasca actual quiere que se le proponga, clarísima señal de que algo ha cambiado en ella; a mejor, en mi modesta opinión. Así, la Euskadi del Plan es presentada como próspera, amable, pacífica, bien avenida y en feliz concordia con sus vecinos, propuesta que se realiza no en época de crisis, sino de bonanza. La propuesta la hace, además, quien nos gobierna en plena prosperidad. Todo son mieles, nada hay que temer de ella, y si alguien duda de su necesidad, ahí está el conflicto para justificarla. El conflicto lo justifica todo, por eso hay que cuidarlo.

Por supuesto, no todos los ciudadanos vascos están de acuerdo con este Plan, y tienen sus motivos para ello. Pero creo que cometerían un error si en vez de señalar sus inconvenientes, se convirtieran ellos mismos en un inconveniente, es decir, en un engorro para los ciudadanos, un factor de inseguridad. Si los ciudadanos vascos viven muy bien, apoyarán a quienes les hagan sentirse igual de bien o mejor, en ningún caso a quienes les ofrezcan un mayor grado de incertidumbre o un retorno a épocas heroicas, sea cual sea el signo del heroísmo prometido. Agradecerán, por ejemplo, que reduzcan el famoso conflicto a los límites estrictos de la delincuencia, en lugar de mantenerlo como el motor oculto de todos nuestros avatares. El conflicto resulta muy molesto para la vida a nuestro alcance; no es una esencia, sino pura inconsistencia. No nos atrevemos a decirlo a las claras, pero nuestro comportamiento ordinario así lo manifiesta. La ciudadanía vasca ya no vive en el conflicto -como antaño-, sino al margen de él. Esta actitud nos podrá merecer distintas valoraciones morales, pero creo que es así.

No sólo cuenta el bienestar, por supuesto. Están también las ideologías, los nacionalistas, los socialistas, los populares, España, Euskal Herria, etc., Pero si hemos dejado atrás la época heroica, pienso que también nuestras adscripciones ideológicas se han ablandado, se han permeabilizado. La sociedad vasca es más uniforme de lo que se suele dar a entender, pese a que aún pervivan en ella reductos extremos. Se considera vascoespañola en distintos grados, centrista en términos generales, y reacia a determinadas aventuras que pongan en riesgo su statu quo postestatutario. Reaccionó con tibieza ante el pacto de Lizarra -para sorpresa negativa de los nacionalistas- y reaccionó como reaccionó ante el pacto constitucionalista. Queda en manos de los políticos de uno y otro signo determinar contra quién le toca reaccionar en esta ocasión.

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