Sexo y rebajas
Tras unas navidades en las que ya se ha implantado la "obligación" de regalar por duplicado (Papá Noel no puede ser obviado bajo el riesgo de traumatizar a los niños que no reciban sus paquetes el día de Navidad), ha llegado el momento de comprar para nosotros mismos.
La furia del saldo colapsa estos días el parking de los centros comerciales y dispara el láser sobre los códigos de barras con más fruición que en los tiempos de los obsequios navideños. Las colas en las cajas de la Fnac de Callao o en los probadores de las tiendas de La Vaguada delatan un ansia que no tiene tanto que ver con el placer como con la venganza. Después de la penitente búsqueda de regalos para el prójimo, la población se resarce de ese "bondadoso" esfuerzo dedicándose a la autocomplacencia.
Comprar a mitad de precio implica también un ajuste de cuentas con las tiendas. Creemos que obteniendo productos rebajados nos desquitamos del precio al que pagamos hace unas semanas los presentes. Sin embargo, los descuentos no hacen sino recordarnos que siempre seremos los vencidos de la jugada: los precios reducidos delatan los asombrosos márgenes de beneficio con que debemos tragar el resto del año.
Pero el auténtico goce de las rebajas está en el duelo que uno se plantea consigo mismo, no el que establece con el comercio. El reto consiste en obtener diamantes entre el carbón. Gran parte de las tiendas, especialmente de ropa, se convierten estos días en espacios sembrados de escombros de colores, de prendas deshojadas de sus estanterías y salpicadas por las mesas e incluso por el suelo.
Encontrar unos pantalones o una camisa "fichada" la semana pasada, cuando todavía mantenía el precio original, es prácticamente imposible. Se han agotado las existencias o, en caso de que reste alguna indemne, o no es nuestra talla o tiene un color imposible. Así que el desafío se basa simplemente en hallar objetos mínimamente atractivos que jamás te habrías comprado en temporada regular, pero que, dado el extraordinario precio al que se exhiben, ahora son irrechazables.
El deleite de comprar en rebajas, en teoría una orgía de consumismo, no alcanza el máximo grado de perversión comercial. La cumbre de lo depravadamente placentero está en adquirir una prenda carísima por puro capricho fuera de la temporada de descuentos. En este caso aparece una desafiante culpabilidad, la excitación de transgredir el sentido común y de sucumbir a la provocación de un antojo, como si estuviéramos cometiendo una infidelidad.
El consumismo guarda un paralelismo con el sexo. Ambas actividades son atractivas tanto por el placer de la dominación como por el gusto de ser sometidos a una hipnótica seducción. Existe un masoquismo consumista en la adquisición no rebajada y un sadismo en el aprovechamiento de la oferta (reflejado en la voluntad de venganza).
El capitalismo hace tiempo que nos sacó de casa para ir de tiendas con motivos lúdicos y excéntricos alejados de la pura necesidad. Sin embargo, la fiereza del consumismo, cuyo máximo exponente está en los comercios estos días, ha convertido esa frivolidad en un vicio, una adicción que debemos aplacar como si se tratase de una carencia de primer orden.
Conocemos los apretones en las escaleras mecánicas de El Corte Inglés, los codazos por la concurrida Preciados, la cola en los cajeros automáticos de los centros comerciales, pero hemos ido, estamos yendo e iremos de rebajas. Aun conscientes de la frivolidad de nuestras adquisiciones no nos podemos contener ante el cartel de un porcentaje de descuento. Sólo el apetito sexual nos puede convertir en zombis semejantes.
Estos días, el Ayuntamiento de Pinto está realizando una campaña que incita a realizar una compra inteligente. Se trata de concienciar a los vecinos de sus auténticas carencias y así esquivar la tentación de comprar compulsivamente en las rebajas. Los consejos prácticos y racionales respecto al consumismo o al sexo resultan útiles pero frustrantes. Después de unas vacaciones en las que hemos sobredoseado caloríficamente al cuerpo, ansiamos continuar un exceso que prolongue la sensación de liberación en un momento en el que el trabajo vuelve a atenazarnos. Desfogarnos sexualmente siempre entraña más complicaciones, pero las rebajas, son tan lascivamente accesibles...
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