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Columna
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Cine

Mientras estás viendo una película hay momentos de duda, de rechazo y de aceptación, pero es al salir del cine cuando te preguntas si te ha gustado, qué es lo que te ha gustado y por qué, que quizá sea lo más difícil de contestar. Por qué me he sentido bien, por qué he disfrutado, por qué admiro lo que he visto.

En Después de media noche, la primera sensación es de que todo ocurre con una normalidad temerariamente tranquila, sin violencia ni grandes gestos, sin suspense, sin sorpresas, con poco diálogo, pocos personajes, actores desconocidos y encerrada en Turín. No cabe duda de que es una película barata y eso siempre es un reto atractivo; pero como estamos acostumbrados a evadirnos de la realidad con algo de angustia o de miedo y aquí no hay manera, pues nos sentimos un poco incómodos, o demasiado cómodos. Si la alarma del coche que roban suena más tiempo del debido, pero ni los ladrones ni el espectador se intranquilizan algo extraño ocurre: o es una película de Antonioni o el atuendo de los actores nos engaña porque están en otro tiempo o en otro lugar que nada tiene que ver con el nuestro.

Queda la esperanza de un narrador que ofrece posibles expectativas sobre la historia, y además comienza a interesarnos la labor de la cámara subiendo a la bóveda y el montaje que cruza del pasado al presente y del presente al pasado a través de la técnica cinematográfica, las películas mudas y el cine digital, la música popular italiana y la contemporánea. Además, la tranquilidad que parecía temeraria nos mece entre la realidad y la ficción muy dulcemente, con toda normalidad. La protagonista hace real al enamorado que vive en la ficción y la ficción la enamora a ella.

Cuando los rivales de la historia de amor se enfrentan sin odio ni ira, con esa actitud casi desaparecida que es la cortesía, al espectador se le enciende un sonrisa y penetra en la clave de la película: el director, Davide Ferrario ha declarado que se trata de un acto de amor por el cine y tan embobado está por ese amor que la ternura que le invade envuelve la historia y penetra en el espectador, lo seduce y le hace sentir el drama con el ánimo tranquilo de la normalidad, del azar. Es una bellísima evasión.

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