La guerra que ganó Bin Laden
Hace casi dos años comenzaba la guerra de Irak con grandes expectativas por parte de Estados Unidos, que, al margen de que escasamente se hayan cumplido, no dejan por ello de cambiar muchas cosas en el Medio y Próximo Oriente. Éste es un balance, tipo paso del ecuador, de un conflicto del que es difícil ver hoy el final.
El objetivo básico que alentaba la operación era desencadenar un proceso de reconstrucción política de la zona. La democratización de Irak, que seguiría al derrocamiento de la brutal dictadura baazista, según la hipótesis de trabajo de la camarilla neoconservadora del presidente Bush, obraría como mancha de aceite, o dominó benéfico, extendiéndose de forma que los regímenes dictatoriales árabes de la zona tuvieran que ponerse las barbas a remojar. Redibujar, en cualquier caso, el mapa del área en favor de los intereses de Washington, era otra manera menos decorativa de decirlo.
La operación norteamericana, con el refuerzo de los mayordomos autodesignados del imperio, los británicos, parece ya fracasada
Ese planteamiento debería haber conducido, idealmente, al establecimiento en Bagdad de un Gobierno amigo, que no sería jamás títere, porque, según estas fuentes, cualquier democracia tiene que ser, por definición, favorable a la política, al menos a largo plazo, de la Casa Blanca.
Está claro hoy que de rediseño del mapa, poco, entre otras cosas porque el fulcrum de ese cambio tectónico, si es que existe, estaría en Palestina, donde una casi imprevisible solución medianamente decente del conflicto con Israel impresionaría tan favorablemente al mundo árabe como negativamente lo está haciendo la sangrienta reparación del mecano iraquí.
¿Y qué pasa con la democratización de Bagdad? Es pronto para llegar a conclusiones, pero las elecciones del próximo 30 de enero, aunque van a producir -o porque van a producir- un resultado muy diferente del esperado por Bush y su secretario de Defensa, el eterno malencarado de Donald Rumsfeld, pueden ser todo un paso adelante. No es todavía la democracia, pero con la consulta se inicia un camino en el que la representación política va a empezar a reflejar, crecientemente, la realidad del país.
Listas chiíes
Es sabido que Rumsfeld esperaba colocar en el poder a sus paniaguados, que habían llegado a Bagdad directamente de media vida en el exilio agarrados a los faldones del cuerpo expedicionario norteamericano, aunque no sea fácil precisar en qué basaba tan estrambótica creencia. Los vencedores, en cambio, parece que van a ser los candidatos de una confederación de listas chiíes, porque el chiísmo es la versión del islam que agrupa al menos al 60% de la población.
En ese paquete figuran algunos de los hombres de Washington, fruto de un pacto de mutua conveniencia; de un lado, se hacen con el poder los enemigos mortales del derrocado Sadam Husein, con lo que su infausto recuerdo queda enterrado en una montaña de votos, y de otro, Estados Unidos salva algún mueble humano. Pero lo decisivo es que Bush y Rumsfeld ya saben que no van a tener al futuro Irak, democrático o no, como aliado. Significativamente, ningún dirigente del Gobierno provisional, por tanto adquirido a Washington, pronuncia jámás las palabras Palestina o Israel. ¿A qué crearse problemas anticipando disgustos a la potencia protectora, como sería la demostración de que ni sus delegados sean tiernos con Israel? Bueno, pues los que les sucedan tras el 30 de enero aún lo van a ser menos.
El gran problema, sin embargo, para la presencia norteamericana en Irak es el de que nadie puede garantizar la continuidad del régimen que salga de las urnas, acosado por una insurgencia que la Casa Blanca se obstina en seguir describiendo únicamente como terrorista y que equipara a Ejecutivo con ocupante. Pero un futuro Gobierno constituyente, en el que se sintieran plenamente representados los chiíes y el casi 20% de kurdos, no debería hallarse tan inerme ante una sublevación que se nutre, básicamente, del 20% de población árabe-suní.
La operación norteamericana, con el refuerzo de los mayordomos autodesignados del imperio, los británicos, parece ya fracasada, pero, a salvo de entrar en una contabilidad imposible de si se justifican o no los ríos de sangre derramada -y la que falta-, es verdad que contiene elementos positivos para Irak. Una oportunidad de volver a empezar.
La cotización de ese fracaso la marcan, por otra parte, las acciones de Osama Bin Laden en las tierras del islam, cuyo valor no deja por momentos de crecer. ¿En qué pésimo colegio estudiaron los neoconservadores de Bush historia del mundo árabe?
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