Río de Janeiro, puro carioca
Un recorrido por el espectro abierto e irresistible de la ciudad brasileña
Las balas perdidas causan un muerto cada seis días en Río de Janeiro, lo cual no impide que la ciudad sea única, abierta e irresistible. Alegre por antonomasia, resulta extrañamente familiar. Representa la seductora imagen de la despreocupación, del goce vital por encima de todo. Fútbol, playa, samba y sexo son coordenadas mágicas de uno de los destinos preferidos del turismo.
Delante de la fastuosa iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria se alza una espeluznante cruz de color verde en memoria de los ocho niños de la calle asesinados en 1993 por un escuadrón de la muerte. Ese mismo año, la policía entró en una favela para exterminar a 21 personas. La indignación ciudadana fue tal, que la sociedad carioca espoleó el nacimiento de Viva Río, una entidad destinada a mejorar la vida en las favelas.
Un mundo paralelo, bullicioso y arquitectónicamente opuesto al barroco del Estado de Minas Gerais, donde pernoctamos la noche anterior a nuestra visita a la Candelaria. Nos habíamos levantado a las 5.00 para conseguir asientos en el autocar que recorría los 347 kilómetros que distaban de Río, capital del imperio portugués en el siglo XIX y de la República de Brasil hasta 1960. Curiosamente, hoy Río es un referente cultural, más que político o financiero.
La entrada a la Cidade Maravillosa no fue arrolladora. Truncada la ilusión de llegar a la Estación Central de Brasil y encontrar a Fernanda Montenegro escribiendo emotivas cartas como hacía en la película de Walter Salles, nos apeamos en una terminal secundaria. A Mari, una gallega que lleva treinta años en Brasil por el mejor de los motivos, le bastó echarnos un vistazo para recomendarnos un hotelito en el pintoresco barrio del Flamingo.
Intenso espectáculo de la 'torçida'
Tras dejar la ropa en la lavandería, fuimos a depilarnos. Entendí entonces por qué las brasileñas usan biquinis tamaño hilo dental. Al lado de la peluquería, en un bar de comida al peso, pregunté al camarero si había partido en Maracaná. En un par de horas jugaba el Flamingo, uno de los tres equipos locales, nacido en 1912 a raíz de una escisión del Fluminense. Los hinchas brindaron un intenso espectáculo, coloreado con cánticos incansables. Una familia nos aconsejó prudencia. La torçida se desmelena con frecuencia en los aledaños del circular estadio.
Empezaba a anochecer y nos acercamos a la Feria Nordestina de San Cristóbal, un mercado que debió de tener su encanto antes de domesticarse en un recinto de cemento de condensado olor a fritanga. El tranvía nos acercó a los altos de Santa Teresa, una especie de Montmartre a la suramericana, antaño refugio de los esclavos fugitivos. En el siglo XIX, la burguesía hizo suya la escarpada ladera instalándose en señoriales caserones, hoy ocupados por artistas y neohippies. Los restaurantes, las tiendas de diseño y el nivel adquisitivo de sus visitantes evocan a París, Milán o Barcelona.
Sentir velado de lo indígena
Que no existan barrios de italianos, portugueses, españoles o judíos sorprende y, a la vez, explica la vitalidad de Río. Sólo hay cariocas y turistas. Además de una permanencia casi velada de lo indígena, que se asoma en el talante y en la piel de sus habitantes, como la de color chocolate del taxista que, a las dos de la madrugada, nos devolvió a la parte baja. Sobre el fondo indígena y con el esplendor de las aportaciones foráneas se fundamenta el ser carioca. Una forma de vivir que tiene su mejor ejemplo en el más famoso de los carnavales. Mi compañera de viaje sondeó al taxista por si en octubre funcionaban las escuelas de samba. Tuvimos suerte. Aquel sábado empezaban los ensayos del Salgueiro, un centro de propuestas innovadoras que han revolucionado el carnavalesco desfile y que tiene como divisa: "Ni mejor ni peor, sólo una escuela diferente".
En realidad, las escuelas de samba son, más que escuelas, asociaciones populares donde se reúne la gente para preparar el carnaval. La primera se ubicó en un colegio y de ahí procede su nombre. Sin duda, lo mejor del Salgueiro es su capacidad de integración. Chicas despampanantes, ancianos, niños, músicos; todos tienen un cometido dentro del proyecto. Más patética es la cara de merluzos que se les pone a los turistas cuando contemplan los trepidantes meneos de las reinas del carnaval. Un dislocado vaivén, que descoyunta al más pintado. ¡Esas diosas del ritmo de caderas elásticas!
Qué duda cabe que el primer día bajo el manto del Cristo Redentor, inconfundible tarjeta postal de la ciudad que se yergue en la cima del Corcovado, había pasado la prueba del algodón. Río es inacabable. El día siguiente transcurrió calmado. Domingo contemplativo, entretenido con los cuerpazos que juegan a fútbol o voleibol en las arenas del Flamingo. Dos cariocas nos facilitaron el contacto con Viva Río en el autobús hacia Ipanema, la playa donde paseaba la chica-canción de Tom Jobim y cuna de la intelectualidad que, a principios de los sesenta, se mecía al ritmo de la bossa nova.
Desde el inicio del viaje planeamos que no bastaba con dejarnos seducir sólo por el Brasil fabuloso. Por suerte, disponíamos de tiempo para vislumbrar sus otras caras, las que no se detectan con el uniforme de turista impaciente. Llevábamos tres meses recorriendo el país en el sentido contrario a las agujas del reloj. Habíamos dormido tres semanas en hamacas durante el descenso por el Amazonas, intentamos visitar sin éxito una reserva indígena en el desasistido Amapá (el menos conocido de los Estados de un país-continente marcado por la inmensidad y las desigualdades), sobrevolamos las deslumbrantes dunas de los Llençois de Maranhão y nos cautivó la negra bahía de Jorge Amado y Carlinhos Brown, con visita a El Candeal incluida. Sin embargo, nada me alborotó tanto como Río.
Ciudad miserable y moderna
Río es una amalgama de contrastes. Ciudad miserable y moderna, fundada en 1565 por Estácio de Sá, al pie del orondo Pan de Azúcar. Dividida en estilos de vida y composición social, Río palpita gracias a pulsiones diversas. Una diversidad perceptible para el visitante, cuyo probable destino sea la zona sur. Aquí surgen nombres tan evocadores como Copacabana, Ipanema, Jardín Botánico o São Conrado.
Justo en medio de este coto burgués se enquista Rocinha, la favela más grande de América Latina, habitada por unas 300.000 personas. Viva Río nos concertó una visita a la extensa favela acompañando a dos periodistas kenianos de la BBC. La noche anterior, Sergio, de profesión abogado y hermano de mi profesora de portugués, nos confesó que jamás pensó en entrar allí. Lo contaba durante una cena en el Río que emula a Miami, el del gueto para nuevos ricos llamado Barra de Tijuca. El barrio sin esquinas, lo llaman. Tiene enormes avenidas pensadas para transitar en coche, rascacielos descomunales y centros comerciales que colman las necesidades de una clase emergente que presume de disfrutar de la mejor playa de la ciudad.
"100% Rocinha"
De noche, Rocinha resplandece más que el árbol navideño de un anuncio de refrescos. Las leyes no escritas imperan en esta favela surgida en los cuarenta que ya no es de las de peor reputación del continente. Las hay más jóvenes, violentas y degradadas. "100% Rocinha, la mais grande de América Latina", reza la camiseta de uno de sus habitantes, que luce con orgullo su identidad.
Para entrar en ella hace falta un cicerone que abra paso entre las empinadas calles que se encaraman a un cerro de vistas impagables. Cada antigua barraca, hoy transformada en una casa humilde, aunque con agua y luz, esconde un variopinto microcosmos. Historias duras, casi increíbles. Pero hay riqueza en esa desolación. Rocinha está estructurada. Sus habitantes tienen conciencia de barrio. Y Viva Río les ha dotado de un centro de informática y de un espacio de mediación de conflictos, nacido para solucionar desacuerdos entre particulares sin apelar a un marco legal desprestigiado. Rocinha tiene normas propias.
No es de extrañar que algunos mirasen mal ante la pregunta de qué significaba el estruendo de petardos que resonaba desde hacía un buen rato. Señal de alerta. La policía entraba en la favela. Todos, en especial los narcotraficantes, se preparaban. Cerca de la cima, un adolescente se escondía entre muros. De repente apareció un escuadrón policial. Despliegue patoso. Nervios. Gritos. "¡Primero dispara, después pregunta!", le espetaba el capitán a un agente barbilampiño. Ese día no hubo tiros. El chico se escapó. Repliegue sosegado y vuelta a la calma.
A menos de un centenar de metros de Rocinha se emplaza la elitista escuela americana, que exige una cuota de unos 800 euros mensuales a cada estudiante. Huelga decir quién la frecuenta. A medio camino entre los dos universos, la pregunta inevitable: ¿hay solución? La eliminación de las favelas ha sido un debate mantenido hasta que el Ayuntamiento puso en marcha un programa de integración de Rocinha en la más maravillosa de las ciudades.
Marta Monedero ganó con este texto el primer premio de Relatos de Viaje 2004 de El País-Aguilar.
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos- Población: la ciudad de Río de Janeiro tiene unos seis millones de habitantes; el Estado, unos 15 millones. Todo Brasil, 178 millones.
- Prefijo telefónico: 00 55 21.
- Moneda: real (unos 0,27 euros).Cómo ir- Iberia (www.iberia.com; 902 400 500). Ida y vuelta a Río de Janeiro, comprando el billete 30 días antes, para volar desde Barcelona, Bilbao, Madrid, Málaga y Valencia, entre el 12 de enero y el 17 de marzo, desde 646 más tasas y cargos.- Air Madrid (www.airmadrid.es; 902 51 52 51). Oferta especial para enero (con vuelta el 18 o el 22); ida y vuelta, 398 euros más tasas y cargos.- Varig (www.varig.es; 091 514 08 70). Ida y vuelta desde Madrid, desde 581 más tasas y cargos.Información- Oficina de turismo de Río de Janeiro (22 17 76 98).- www.riodejaneiro-turismo.com.br.- Turismo de Brasil en España (917 00 46 50; www.embratur.gov.br).
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