Tres batutas y 15 ciudades
Erase un hombre a una batuta pegado, de aeropuerto en aeropuerto. Tal es el sino de este director de orquesta, nómada patológico y maestro en el arte de deshacer maletas. En los próximos días tendrá sus pies quietos en Madrid.
Digo que hay ciudades que huelen a música. ¿Acierto?
Desde luego, bien por la cantidad de acontecimientos musicales, bien por tradición. Hablo de Londres, Berlín, París, Praga... En todas ellas he estado mil veces y es emocionante actuar en auditorios donde dirigieron los grandes maestros. Porque la música ha sido siempre itinerante, y hay libros que relatan sus maravillosas tournées por el mundo.
Sus giras se parecen más a las de las estrellas del rock, me temo.
Desde luego. La última me llevó por 15 ciudades alemanas, con la Orquesta Ciudad de Granada. Cada día en un hotel diferente, y el día de descanso, desplazamiento. Llegas, haces una prueba de sonido. Te cambias, concierto y cena, si es que encuentras algo abierto, porque en muchas ciudades europeas, a las nueve o diez de la noche sólo encuentras pizzerías. La clave en una tournée es dominar el secreto de deshacer la maleta sin desmantelarla.
Espere, espere, que saco la libreta de apuntes.
Encima deben estar el pijama, neceser y ropa interior que puedas sacar sin alterar el orden de la maleta. Por supuesto, no deben mezclarse ropa limpia y sucia, y el día que tengo libre voy a la lavandería. El traje de dirigir me lo llevan, de modo que no tengo que ocuparme, pero siempre llevo conmigo las partituras y dos o tres batutas de la misma medida y empuñadura.
¿Y en cuanto a los hoteles?
Yo necesito trabajar en los hoteles, y las habitaciones no suelen tener mesa cómoda, así que nada más entrar despejo la que haya y apilo cenicero, cartulina del room service y hasta televisor en un lado. Por suerte, el director del hotel de Madrid donde me alojo es melómano y un día me preguntó: "¿Qué echas de menos en el hotel?". Dije: "Una mesa", y me la encargó de la medida deseada. Además me guarda un ajuar de ropa que me encuentro preparada cada vez que llego. Así da gusto.
Y tanto. ¿Adónde viaja cuando no trabaja?
A mi casa de campo del Ampurdán. Allí me pongo ropa amplia y no me afeito, de modo que sufro una tremenda mutación y termino pareciéndome al Algarrobo.
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