Servidumbre y grandeza militar
Alejandro Magno pronuncia arengas de viejo coronel de la Legión. Como Millán Astray, que la fundó con Franco. El chico Colin Farrell es más atractivo, pero termina también cojo, zurcido y un poco tonto. En lo demás, como lo cuenta -algo mal- Oliver Stone es un codicioso lobo amamantado por una víbora; la madre con la que le hubiese gustado acostarse; un disparatado general que se planta en Asia dejando que le maten miles de soldados, que al final se le sublevan para volver a Macedonia tras siete años de la correría. Hoy ya no se pronuncian esas arengas, aunque los disparates militares sigan -Irak, segunda piedra después de Vietnam en la que tropieza el hombre americano- y algunos civiles insistan. Oigo en una de esas radios nocturnas uno -qué pena, no reconozco las voces, si no le citaría- horrorizado porque en las nuevas redacciones militares se haya suprimido la frase que ordena al militar dar su vida por la patria. No tiene sentido, dice, ser militar si no se entrega la vida; informa de que mucha gente -civiles- están escribiendo al Ministerio de Defensa quejándose de esta supresión. Desde niño me han molestado las palabras inscritas en el monolito al Dos de Mayo frente al Ministerio de Marina: "Dulce et decorum est pro patria mori". Ni dulce ni digno: es la desgracia absoluta. También hay un estremecedor poema de Owen, durante la Primera Guerra Mundial. Traduzco el final: "Amigo, nunca digas con altanero tono -a niños que arden por conocer la desesperada gloria- la vieja Mentira: "Dulce et decorum est pro patria mori".
Ya que estoy de citas -literarias, qué pena- doy una de Alfred de Vigny: "Hoy que languidece el espíritu de conquista, todo lo que un carácter elevado puede llevar de grande al oficio de las armas me parece que está menos en la gloria de combatir que en el honor de sufrir en silencio y de cumplir con constancia deberes con frecuencia odiosos". Era en el XIX: el espíritu de conquista volvería y sería criminal. En vez de gastarse los euros que requiere ver Alejandro Magno, mejor comprar el libro de De Vigny de cuya traducción española robé el título, Servidumbre y grandeza... (de haberlo puesto yo, diría Servidumbre y grandeza militares).
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