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Reportaje:ESCAPADAS | Museo del Vidrio

El otro palacio de La Granja

La Real Fábrica de Cristales mantiene viva la llama de sus hornos casi tres siglos después de ser fundada por Felipe V

Refiere el historiador latino Cayo Plinio que, un buen día, unos comerciantes fenicios se pararon a zampar en la ribera arenosa del río Bello y, como no había dónde calentar el puchero, improvisaron un trébede con unos bloques de sodio que transportaban, siendo mayúscula su sorpresa al ver que de allí debajo salía un líquido rojizo que al enfriarse devenía en un sólido de aspecto cristalino. Los pormenores pueden no ser ciertos, pero lo que nadie discute es que, en Oriente Próximo, a mediados del tercer milenio antes de Cristo, se logró al azar esa mezcla de sílice (arenas), cal y álcalis (sodio y potasa) que hoy todo quisque reconoce como vidrio.

Cuatro mil y pico años después, Felipe V holgaba a orillas de otro río, el Eresma, cuando alguien le hizo notar que aquellas arenas silíceas eran idóneas para hacer vidrio, máxime habiendo en derredor suficientes bosques -los pinares de Valsaín- para alimentar, no ya un horno industrial, sino la fragua de Vulcano.

En las salas se exhibe un tesoro cristalino de más de 300 objetos, del Barroco al siglo XIX

La cercanía de Madrid, siempre ávida de objetos suntuarios, era otro punto a favor. Y otro, el poder fabricar in situ las ventanas y los espejos del proyectado palacio de La Granja, a donde el rey pensaba retirarse en cuanto su hijo fuese mayor, pues el primer Borbón era un champán sin burbujas al que la copa de la corona le venía enorme. Así surgió, en 1727, la Real Fábrica de Cristales de La Granja, que en realidad eran tres: la de labrados o franceses, la de entrefinos o alemanes y la de planos o españoles. Esta última, tras sufrir un incendio, fue trasladada al actual paseo del Pocillo, donde sobre planos de Joseph Díaz, alias Gamones, se erigió en 1770 un majestuoso edificio de planta rectangular, alrededor de un patio porticado. Grandiosa vista la de la fachada sur, ornada de escudos borbónicos, y asomando tras ella, las cúpulas de la nave de hornos y las altas chimeneas de ladrillo. Desde 1982 alberga, entre otras dependencias -aulas, talleres, laboratorios...-, el Museo del Vidrio.

Un horno circular de ocho bocas, situado bajo una cúpula de ladrillo -sabia disposición de don Joseph, para evitar nuevos incendios-, preside la exposición tecnológica del museo, en la que se muestran arcaicos molinos con muelas de granito, cribas, enfornadoras, laminadoras, prensadoras... Una orinienta vagoneta de tracción animal recuerda que todos los materiales eran acarreados por acémilas, siguiendo los laberínticos raíles que corrían por el interior de la fábrica.

No menos sofisticada era la forma en que se alimentaban los hornos en caso de emergencia, usando un grupo electrógeno Hispano-Suiza, a gasolina y con manivela de arranque. En las salas de vidrio de La Granja, se exhibe un tesoro cristalino de más de 300 piezas, que abarca desde el periodo barroco, en que se estilaba una ornamentación grabada a rueda y dorada siguiendo los modelos bohemios, hasta el historicista del siglo XIX, con decoraciones de tipo floral e inscripciones cursilonas como 'cariño eterno' o 'para mi amada'.

También de forma permanente, el museo alberga una exposición de botellas y envases europeos de los siglos XVI al XIX -algunos, los que lucen una pátina irisada, procedentes de naufragios-, una colección de las célebres vidrieras Maumejean y otra de arte contemporáneo en vidrio. Lo más interesante del museo, empero, es ver trabajar a los artesanos en el horno, extrayendo la posta incandescente de un crisol que ronda los 1.500 grados, soplando el vidrio con la caña a pulso o en molde, dándole a la ampolla la forma deseada y recociendo las piezas terminadas para que no se casquen al enfriarse súbitamente.

Este proceso, en el que intervienen seis operarios tiznados y sudorosos dirigidos por un maestro de plaza, puede parecer un tanto anacrónico. Pero si se considera que un equipo fabrica hasta 180 copas en una jornada, y que el precio por unidad frisa en los 20 euros, no sería de extrañar que el negocio durara otros 300 años.

Restauración y venta de piezas

- Cómo ir. La Granja de San Ildefonso (Segovia) dista 77 kilómetros de Madrid yendo por A-6 hasta Villalba, por la M-601 hasta el puerto de Navacerrada y por la CL-601 hacia Segovia. Hay autobuses de La Sepulvedana (paseo de la Florida, 11; tel: 91-559 89 55). Museo del Vidrio. Paseo del Pocillo, 1. Tel.: 921-01 07 00. Internet: www.fcnv.es. Horarios: de martes a sábado, de 10.00 a 18.00; domingos y festivos, de 10.00 a 15.00. Entrada: 3,50 euros.

- Alrededores. Palacio y jardines de La Granja (a 300 m.), Valsaín (a 3 km.), Segovia capital (a 11 km.) y palacio de Riofrío (a 12 km.).

- Comer. Casa Zaca (tel.: 921-47 00 87): restaurante familiar ubicado en una antigua casa de postas, cuyas especialidades son los judiones de La Granja, las cebollas al estilo Antonia y los huevos rellenos de gambas con langostinos; precio medio: 25 euros. Dólar (tel.: 921-47 02 69): bacalao encebollado, pimientos rellenos, judiones y cochinillo; 20-25 euros. Castilla (tel.: 921-47 12 56): tablas variadas, chuletón de buey y asados por encargo; 18-20 euros.

- Dormir. Las Fuentes (tel.: 921-47 10 24): casa decimonónica de los condes de Albiz, con habitaciones llenas de recuerdos familiares, romántico jardín y biblioteca de más de 1.300 volúmenes; doble, 96 euros. La Chata (Valsaín; tel.: 921-47 21 09): hotelito rural de nueva planta, con todas las comodidades y vistas al pinar; 48 euros. Cabañas de Valsaín (Valsaín; tel.: 921 470548): hermosos chalés de madera para cuatro personas; fin de semana, 200 euros.

- Compras. En la tienda del museo se pueden adquirir reproducciones de piezas históricas -vasos, copas, jarras, licoreras, candelabros, fruteros...-, con precios que van desde los 7,80 euros hasta los 420. También, por encargo, se venden y restauran lámparas.

- Más información. Ayuntamiento de La Granja (Plaza de los Dolores, 1; 921 4700 18). En Internet: www.lagranja-valsain.com

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