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Columna
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Trampas verbales

Resulta revelador el uso tendencioso que el lehendakari hace del lenguaje cuando declara que "la voluntad de la sociedad vasca no va a ser nunca sustituida por la del PP y la del PSOE". Llamativa esa asimetría que enfrenta a un concepto que él no cesa de sacralizar -la voluntad vasca- a la acción concertada de unas siglas que jamás formarían parte de la misma: lo puro frente a lo impuro. Prestemos atención. El PP y el PSOE jamás sustituirán a la voluntad de la sociedad vasca, esto es, nunca constituirán esa voluntad, quedan fuera de ella, tal vez porque para el lehendakari no forman parte de esa sociedad. Él, por supuesto, no ha querido decir eso; no ha querido, vaya, que se le entienda eso. Si el Parlamento vasco representa la voluntad de la sociedad vasca y ha decidido por mayoría lo que ha decidido, lo aprobado es ya dicterio de la voluntad popular y nadie tiene derecho a sustituirlo. Eso es lo que ha querido decir.

Pero no hay voluntad popular que pueda tomar decisiones contrarias a la legalidad que la rige, y ésta es la realidad que una y otra vez soslaya nuestro lehendakari. Esa es justo la realidad que trata de ocultar bajo las siglas PP y PSOE, mediante las que desvirtúa otra voluntad popular, en realidad la única existente, ya que es la sola que puede modificar esa legalidad contra la que chocan los deseos del lehendakari. El pueblo del que éste habla -en cuyo nombre ha presentado su Plan, al que siempre se ha referido como si fuera una emanación de ese pueblo, y no de unas siglas, incluso antes de que fuera aprobado-, carece de poder constituyente. Esta es la verdad, que el pueblo que él emplaza en nebulosas previas a la historia misma, no es el sujeto político que él pretende que es. De hecho, su Plan no pretende otra cosa que convertirlo en tal. Este es el fondo de la cuestión. Una ardua tarea, que ha topado además con un obstáculo duro de pelear: el apoyo de ETA. Y es arduo el empeño porque ese poder constituyente que se pretende tener y del que se carece sólo puede ser concedido o arrancado.

Tiene razón el lehendakari cuando asegura que su Plan no es independentista. Maticemos, no lo es literalmente. Carecería de todo sentido presentar un plan recabando competencias al Gobierno de una nación de la que se demanda al mismo tiempo la independencia. Minucias en el contexto de un proyecto que es mucho más astuto, pues trata de sentar las bases jurídicas para una independencia a conveniencia. Un pueblo - y utilizo la expresión cara al lehendakari- dotado de poder constituyente y confederado con otro pueblo con igual poder en su ámbito: el pueblo español y el pueblo vasco. Un proceso de confederación por socavamiento y sin garantía alguna de querencia, de fidelidad. Naturalmente, una pretensión tal exige un cambio en la estructura general del Estado, una menudencia que el lehendakari obvia porque desde la ficción a la que pretende dar carta de naturaleza no la considera necesaria. Para él no se trataría de conquistar un derecho, sino de ejercerlo; el milenario pueblo foral vasco dispondría ya de él y sólo demanda su reconocimiento, que se haga explícito lo que es ya implícito por obra y gracia de la falacia nacionalista, o de Dios y las viejas leyes. Nada de concesiones, por tanto, sino de reconocimiento. ¿Cuál es la vía que queda si no se obtiene de facto este último? ¿Habrá que arrancarlo "a tortas"?

Se ha hablado de un retorno a Lizarra tras la aprobación del plan Ibarretxe con el apoyo de tres parlamentarios de Batasuna. Éstos, con un discurso patético de cuyas consecuencias convendrá hablar en otra ocasión, se han apresurado después a declarar que no apoyan el Plan y que sus objetivos son otros, esos que a estas alturas rayan en delirio. Seamos claros, para Batasuna y ETA no hay otro objetivo en el horizonte próximo que el proyecto de Ibarretxe y la inestabilidad política que augura, de la que tratarán de abrevar con abundancia. Sabedores de que el futuro político de ese Plan no es otro que el conflicto, intentarán fiscalizarlo y llevar las aguas a su molino, a las "tortas". Batasuna ha muerto, ya sólo queda el nacionalismo. Queriendo alcanzar los mismos objetivos por otras vías que en Lizarra, el lehendakari ha vuelto a caer en el mismo pozo oscuro. Los pasos del buey siempre acaban guiados por los vaqueros con armas si ambos -vaqueros y bueyes- coinciden en caminar por la misma senda. ¡Vade retro!

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