Siete minutos en el Bernabéu son eternos

La vieja mística del Bernabéu se reprodujo en un partido que trajo a la memoria la célebre frase de Juanito: "Noventa minuti in Bernabéu son molto longo". Esta vez sólo fueron siete, pero a la Real le parecieron una eternidad. No aguantó la tromba del Madrid, que entró a jugar de forma arrolladora, sin reparar en gastos. Lanzó dos andanadas en el primer minuto y no se detuvo hasta marcar el gol, protagonizado por los dos mejores jugadores de la temporada. Aunque Zidane anotó el tanto, la victoria se debió a la conexión entre Guti y Ronaldo. En esa jugada hubo algo de justicia con dos futbolistas que viven una relación de amor y odio con el público. A Guti se le ocurrió un pase asombroso, al primer toque, después de un fracasado intento de ataque de la Real. La pelota salió alta y larga. En el aire trazó una parábola perfecta, en busca de la carrera de Ronaldo. Puede que Ronaldo no sea el más resistente de los jugadores, y es muy probable que se rinda ante cualquier gran exigencia física, y que las fotografías y las imágenes de televisión le retraten como a un asfixiado. Pero cuando hay un sprint por medio, a Ronaldo le sale el felino que lleva dentro y en 30 metros no admite rival. Guti lo sabía y le dirigió el pase perfecto, el pase para una corta carrera frente a un central que comenzó a temblar. Labaka, un chico que acaba de llegar a la Primera División, se encontró en la peor de las situaciones posibles, porque Ronaldo enganchó el pase, se lanzó hacia al área y sólo encontró la oposición de un defensa inexperto. Le tiró la bicicleta y Labaka se comió el engaño con una ingenuidad escandalosa. Estiró la pierna y allí no había ningún balón, sólo el tobillo de Ronaldo, que rodó por el piso. En tres minutos, el Madrid había ganado el partido: Zidane lanzó el penalti y marcó.

No se puede hablar de partido, sino del estado de ánimo de dos equipos. El Madrid sacó a toda la caballería, con Morientes, Ronaldo y Raúl en la delantera. Era la decisión más lógica y fue la que tomó Vanderlei Luxemburgo, el nuevo entrenador. No tenía nada que perder. Nadie le reprocharía el empate o incluso la derrota por intentar una victoria muy necesaria para el equipo. Desde el primer instante, el Madrid arrinconó a la Real, cuya reacción fue decepcionante. No se quitó el susto de encima y lo pagó con una derrota dolorosa. No se puede jugar con tanto temor, con tan poca entereza, con tan poco oficio, en un espacio tan corto de tiempo, apenas siete minutos. Se defendió mal desde el arranque del encuentro. Cuando atacó casi fue peor. Lo hizo con tan poca convicción que en su primera jugada concedió al Madrid la oportunidad del contragolpe, y cuando el contragolpe se ejecuta con un pase de Guti y una galopada de Ronaldo, entonces adiós.

El duelo fue breve pero de excelentes consecuencias para el Madrid, deprimido en las últimas semanas. Al equipo le inyecta una elevada dosis de optimismo en vísperas del derby. Para el entrenador es algo más: significa manejar a un equipo que necesita creer en cualquier señal para salir del marasmo. Nada mejor que recibir a un nuevo técnico, conseguir una victoria improbable y cambiar de estado de ánimo. Al fin y al cabo, el fútbol muchas veces no es más que eso.