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Crítica:CONCIERTO DE AÑO NUEVO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un sabor agridulce

No estaba la cosa para muchas fiestas después de los desastres de hace unos días en el sureste asiático y el Concierto de Año Nuevo se ha impregnado inevitablemente de esa sensación. Su sabor ha tenido algo de agridulce a pesar de la excelencia de su resultado y, desde luego, más por la disposición del oyente o de unos intérpretes que no son de piedra que por las cualidades de una música hecha para el gozo, para el disfrute de los pequeños placeres de este bajo mundo. La cita es ya tan universal, pertenece tanto a la vida de mucha gente que no puede sustraerse a la suerte del mundo. Por eso este año no hubo bromas ni Marcha Radetzki y se entregó un cheque de parte de la Filarmónica de Viena a la Organización Mundial de la Salud. Lorin Maazel centró las tradicionales palabras del director en los desastres naturales, pero también en los originados por el ser humano, y saludó a la audiencia en varios idiomas, el castellano entre ellos. Así quedó cubierto, con bastante dignidad, el expediente moral, la necesidad de mostrar dolor por aquello que ocurrió a miles de kilómetros de distancia y de aplicarle la coartada perfecta de que la vida ha de seguir. Feliz Año Nuevo para todos.

En lo musical volvió a demostrarse que Lorin Maazel -75 años en marzo y 11 conciertos de Año Nuevo a sus espaldas juncales- es un gran maestro en este repertorio. Ya se sabe que, cuando quiere, el franco-americano tiene muy poquitos rivales en su oficio. Aquí no necesitó mostrar su técnica portentosa pues la Filarmónica de Viena le conoce bien, y él a sus músicos. Hubo momentos de dejarse ir -por ejemplo, en la Bauern polka- en los que la gestualidad era siempre cómplice, jamás imperativa. En otros, esa batuta que mueve como nadie mandaba más y si no aparecía el destello expresivo de un Carlos Kleiber o el afán explicativo de un Harnoncourt, sí refulgía esa luminosidad permanente, esa ortodoxia trufada de guiños que no puede evitar, como por ejemplo en su uso en algún momento de un rubato muy suyo, como pasó en Cuentos de los bosques de Viena -donde tocó el violín y la pifió un trompeta-, que le hacen figurar entre los mejores directores de siempre en estas piezas.

Dentro del altísimo nivel de todo el concierto, uno destacaría tres momentos extraordinarios: la Polca Winterlust, de Josef Strauss -dada por primera vez en estos conciertos-, la obertura de La bella Galatea, de Franz von Suppé, y una de las obras maestras de Johann Strauss II, el vals Norseebilder, una suerte de poema sinfónico cuya preciosa primera parte anticipa a compositores como Sibelius o Alfvén. Las piezas más conocidas como la Bauern polka o El bello Danubio azul sonaron estupendamente, mientras la versión de la Pizzicato polka resultó mejorable. Y siempre esos detalles que en Maazel son especiales, como esa manera de retener o de acelerar cuando procede con una naturalidad apabullante.

El concierto se daba por televisión, gracias a lo cual lo vimos y, por tanto, no hay que quejarse. Pero por eso también cada año se nos aflije con unas coreografías insulsas y unas ilustraciones un poco bobas, esta vez formas en cristal procedentes de un parque temático tirolés y cómo hacer la apfelstrudel. La realización de Brian Large fue, como siempre, modélica. Mientras los austriacos llenaban el intermedio con más música, Televisión Española nos largaba una inacabable sarta de anuncios entre los que predominaron los de remedios para el catarro, desde los más sofisticados hasta las clásicas juanolas, que en esto de las narices también hay clases.

Lorin Maazel dirige a la Filarmónica de Viena durante el concierto de Año Nuevo

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Lorin Maazel dirige a la Filarmónica de Viena durante el concierto de Año Nuevo .ASSOCIATED PRESS

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