_
_
_
_
LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La hierba y los pies

Josep Ramoneda

EN 2004, LA REVOLUCIÓN conservadora triunfó en las urnas americanas, pero no superó la prueba de Irak, donde una guerra que se hizo para que Estados Unidos pudiera dominar Oriente Próximo, podría acabar en un eje chií Teherán-Bagdad; se agrandó la brecha entre Europa y Estados Unidos, a medida que se confirmaba la gran mentira de las armas de destrucción masiva, porque los desacreditados representantes de los intereses americanos en la Unión no consiguieron convencer a la opinión pública europea de que la guerra de Irak había merecido la pena; China renovó personas y ambiciones, y salió a la conquista del mundo, para consolidar su peculiar forma de capitalismo de Estado; Europa entreabrió sus puertas a Turquía, al precio de destapar sus contradicciones culturales internas; la Unión Europea expresó su voluntad de integración política, dotándose de un Tratado constitucional tan necesario como insuficiente; Putin siguió construyendo su régimen autocrático en Rusia, con la complacencia de unos líderes europeos que parecen autistas cuando llegan al Kremlin; Ucrania sintió la atracción de Europa y las revoluciones democráticas alcanzaron el primer cinturón de Rusia, aquel sobre el que Putin soñaba con reconstruir su Imperio; la muerte de Arafat abrió nuevas perspectivas para Palestina, que despidió al líder que aceptó que la paz era posible, pero necesita encontrar al líder capaz de hacerla efectiva; junto a China, India, Suráfrica y Brasil siguieron creciendo como potencias emergentes, y Madrid sufrió el más terrible atentado del terrorismo islamista desde el 11-S.

Todos estos acontecimientos tienen que ver con las dificultades de gobernar el mundo en pleno proceso de globalización. Y en varios de ellos el juego de las mentiras y de los engaños ha tenido un papel como si unos poderes desconcertados sólo supieran mantener su legitimidad a costa del miedo y la confusión. Pero para España, 2004 será siempre el año del 11-M que inscribió en fuego en la piel de toro la realidad de un mundo en el que nada de lo que ocurre en cualquiera de sus rincones nos puede ser ajeno. Tres días después del atentado, los españoles reafirmaron su adhesión a la democracia yendo a votar masivamente. Y hubo cambio de Gobierno. El cambio tuvo sus efectos catárticos, después de la terrible tensión. Pero agrandó la fractura política que había abierto la guerra de Irak. ¿Es una quimera pensar que las distintas fuerzas políticas pudieran hacer un acto de reconocimiento mutuo compartiendo algunas mínimas observaciones objetivas?

Sé perfectamente que, como decía Robert Musil, "la objetividad no funda ningún orden humano, sino tan sólo un orden objetivo". En este caso, como casi siempre, lo que funda es la memoria de las víctimas y el rechazo compartido del mal, el mal terrorista. Para convertir la energía del rechazo en motor de acción, unos mínimos elementos analíticos deberían ser compartibles. Por ejemplo, los dos que siguen.

El primero de ellos, que las Fuerzas Armadas tenían información suficiente para poder haber impedido el atentado, y la prueba de ello es que la resolución policial ha sido muy rápida, pero faltaron dos condiciones indispensables: la coordinación y el concepto. El concepto atentado islamista contra España no estaba ni en la clase política, ni en los medios de comunicación, ni en la opinión pública. Aznar puede argumentar en su descargo que él sí había advertido de la amenaza islámica. Que no se le escuchara debería hacerle reflexionar sobre la enorme erosión de su credibilidad por la guerra de Irak.

El segundo, concierne a los tres días después, que tanto obsesionan al Partido Popular, que a veces parece confundir su derrota con la gran tragedia del 11-M. Lo que ocurrió es bastante sencillo: la gente reaccionó con el voto masivo. Y cualquier analista sabe que si la participación estaba por encima del 75% el PSOE tenía muchas posibilidades de ganar. Todo el mundo fue a votar. El PSOE obtuvo más votos que nunca, y, sin embargo, no le sirvieron para obtener la mayoría absoluta, porque el PP estuvo bastante cerca de los votos que se la dieron en el año 2000.

Sabemos que el terrorismo islamista está en casa. Sabemos que la coordinación policial es decisiva para que la tragedia no se repita. Y sabemos que la ciudadanía votó con un arrebato de dignidad que debería servir de lección para aquellos gobernantes que la ven como una masa informe y maleable. La realidad, decía Danilo Kis, es "la hierba que crece y los pies que la pisan". Y no hay dos pies con la misma pisada.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_