El corazón enfermo de la vieja Barcelona
La mejora del espacio público, los equipamientos y el tejido comercial son asignaturas pendientes en Santa Caterina y Sant Pere
Es difícil encontrar en el barrio de Santa Caterina, en el Casc Antic de Barcelona, algún local que mantenga la misma actividad en los últimos 10 años. Es más, hay que hacer un auténtico ejercicio de memoria para recordar la actividad frenética de todo tipo de comercio que rodeaba el viejo mercado de Santa Caterina.
En la calle del general Álvarez de Castro, una de las que desembocan ante el mercado, "resiste" una casa de legumbres con los sacos bien ordenados en la entrada, las paredes forradas de pequeñas baldosas verdes y el mostrador de mármol. Igual que hace 30 años. "Legumbres Cocidas. No le pusimos nombre", explica Antonia desde detrás del mostrador en el que lleva, junto con su cuñada, 40 o 42 años. "No me acuerdo bien. El caso es que aquí seguimos. Hemos aguantado cuando todo el mundo se iba. Ahora parece que por fin el mercado abrirá en la primavera", añade con tono de esperanza.
El edificio de la Penya Barcelonesa reunirá varios equipamientos para el barrio
783 de los 1.141 edificios de viviendas no disponen de ascensor
Ése establecimiento es uno de los pocos que perdura. Porque uno de los problemas de los barrios de Santa Caterina y Sant Pere ha sido precisamente el cierre en cadena de establecimientos comerciales y la apertura de no pocos locutorios. El detonante de la desertización fue el cierre "provisional" del mercado para la construcción del nuevo. La provisionalidad ha durado casi seis años y, en principio, la apertura del flamante edificio diseñado por Enric Miralles y Benedetta Tagliabue está prevista para la primavera de 2005. El hallazgo de restos del antiguo convento de Santa Caterina, la tardanza exasperante de las administraciones -municipal y del Gobierno catalán- para tomar decisiones respecto a las excavaciones y la obligada reforma del proyecto urbanístico inicial -precisamente por el hallazgo de los restos-se encargaron de deteriorar ese entorno. Todo ante el desespero de los vecinos.
La reforma de esos barrios, además, es la guinda de todo el proceso de sucesivos planes especiales de transformación de importantes espacios de Ciutat Vella. Santa Caterina y Sant Pere quedaron rezagados porque eran los más complejos y, posiblemente, porque se aprendió de errores de anteriores intervenciones. Uno de los ejemplos menos afortunados son los edificios de viviendas levantados en torno a la plaza de las Marquilles, algunos del Incasol y otros del Patronato Municipal de la Vivienda (PMH). Nada que ver con las últimas promociones del PMH de Porta Cambó, entregados hace dos semanas a sus inquilinos. Se nota, también, que el inicio de la reforma de esos barrios, hace casi 20 años, se hizo con menos sensibilidad y que todo cambió a partir de 1997, cuando el equipo del fallecido Enric Miralles tomó las riendas de la transformación.
Y en el ínterin, un radical cambio social: la población autóctona ha envejecido y en los últimos años se ha instalado en las viejas calles de la Barcelona intramuros un aluvión de inmigrantes. Un cóctel que se ha tornado casi explosivo en más de una ocasión y que no ha sido muy bien resuelto por los responsables municipales.
Los barrios de Santa Caterina y Sant Pere ocupan una extensión de 35 hectáreas y en ellos viven 15.000 personas. En sus calles, el panorama más habitual es el de personas autóctonas ya mayores mezcladas con muchas mujeres con CHADOR. El estado de las viviendas que lo conforman es uno de los problemas más acuciantes y salvo los edificios que conforman sus límites -porque son más recientes- los demás sufren muchas dificultades. A diferencia del resto de Barcelona, la mayor parte del parque de viviendas es de alquiler. Muchos propietarios no cuidan el estado de los edificios y los inquilinos más mayores sufren mobbing inmobiliario.
En el área de mejora hay 1.141 edificios, de los que 114 están en ruina, lo que representa un 10%. Y 783 no tienen ascensor, o lo que es lo mismo, un 80% del total. Saber la población que reside en las calles intramuros de la antigua Barcelona es todavía más complicado porque no toda la inmigración está censada. Los censados extracomunitarios son 4.051: el 26,99% del total censado. Un ejemplo del impacto de la inmigración: la mitad de los alumnos del colegio de primaria Cervantes son de 20 nacionalidades diferentes y en sus pasillos se pueden oír unas 15 lenguas.
La población autóctona está muy envejecida, lo que tiene muchos efectos negativos. Uno de ellos es que la actividad comercial ha caído bruscamente, y se nota al ver las persianas de muchos locales. Otros indicadores negativos son el bajo nivel de estudios y la población en riesgo de exclusión. Tiene serios déficit en zona verde y equipamientos. Es el único barrio de Ciutat Vella que no tiene centro cívico. Tampoco tiene escuela de adultos, ni residencia geriátrica. El proyecto aprobado se centra en esas carencias y prevé construir una residencia con 60 plazas. Una de las piezas principales para la dotación de otros equipamientos es la compra del edificio conocido como la Penya Barcelonesa en Sant Pere més Baix, donde se ubicará la escuela de adultos, la escuela bressol Puigmal, un espacio juvenil y locales para programas de comercio justo. La inversión en equipamientos prevista en la propuesta presentada era de 15 millones de euros, del total de 20 presupuestados. Las otras prioridades son la mejora del espacio público. Una de esas intervenciones, la mayor, es el ajardinamiento y urbanización del espacio del Pou de la Figuera, también conocido con el nombre del Forat de la vergonya, y la instalación de la recogida neumática de basura.
Y el otro capítulo de la propuesta es el relativo al parque de viviendas. Por un lado, incrementando las subvenciones a la rehabilitación, para que el sector privado sea más activo -tal como ha pasado, por ejemplo, en la zona del Raval- y, por otro, con programas específicos para la supresión de barreras arquitectónicas. En especial con ayudas a la instalación de ascensores y a la mejora de los elementos comunes de los edificios, muchos de ellos con problemas de humedades y todavía con el depósito de aguas en los terrados. "Es que la vivienda en este barrio está muy mal", sentencia Cayetano, hasta hace dos semanas inquilino de un viejo piso en la calle Jaume Giralt y ahora inquilino de una de las promociones más cuidadas del PMH. "Mi balcón es ese", señala. Justo encima de la impresionante cubierta de frutas y vedura del mercado de Santa Caterina.
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