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Reportaje:

Azzum Atme, una aldea palestina entre dos muros

Israel se apropia de tierras de labranza y de acuíferos con una valla de separación que no sigue la frontera reconocida

Ramón Lobo

Abdel Qarim tiene nombre de califa pero vive como un prisionero. Su pueblo, Azzum Atme, situado en la provincia de Qalquilia -un bantustán palestino de 95.000 habitantes- está rodeado por una valla con una sola entrada vigilada que los soldados israelíes abren de seis de la mañana a diez de la noche. Es un segundo muro dentro del muro.

El delito de los 2.000 lugareños de esta aldea agricultora del norte de Cisjordania es su vecindad con los 3.800 colonos del asentamiento de Zaheri Tikva, una ironía que traducida del hebreo significa La puerta de la esperanza. Parece una urbanización de clase media: construcciones modernas y aseadas de techos rojos, paredes blancas y zonas ajardinadas.

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La vivienda de Mahmud Hasan es la última de Azzum Atme. Parece vieja, pero digna. Su huerto finaliza abruptamente en esa alambrada. "Para construirla me quitaron tres metros de tierra y no me han pagado nada en compensación", asegura. Detrás de esa separación serpentea la carretera de seguridad del asentamiento judío. Los primeros chalés tienen 17 años de antigüedad y están a diez pasos, pero en sus ventanas no hay vida. "Conozco a los guardias. Nos saludamos y nada más. Con los vecinos no tengo contacto", dice Hasan.

Veinticuatro viviendas de Azzum Atme fueron derruidas y sobre otras tantas pende la amenaza de la excavadora. "Son ilegales porque las autoridades israelíes nos niegan el permiso para edificar. Hay que pagar y esperar mucho para lograr esos papeles. En el 80% de los casos la respuesta es no. Los colonos no tienen ese problema", dice Qarim.

"Lo que sucede en Qalquilia ocurrirá en toda Cisjordania", sostiene Bilan Meskan, director general de Finanzas de la gobernaduría. "No sólo es el muro físico que nos cerca, lo grave son las vallas internas que apartan a los campesinos de sus tierras. Los agricultores necesitan una autorización para cultivarlas. Si las tierras están a nombre del padre, los hijos no pueden trabajarlas. Los israelíes dicen que no tienen el derecho. Esto es una política de expulsión".

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En varios de los ejidos sitiados, el Ejército ha abierto puertas metálicas que entreabren 15 minutos al día. Los campesinos tienen miedo de que nos les permitan recolectar la cosecha y por eso han dejado de sembrar. "En Mesha, la casa de Abu Hani está rodeada por una alambrera. Un soldado le abre la puerta para que salga o entre. Nadie puede visitarle; tampoco sus familiares de otros lugares", dice Meskan.

"El muro no recorre la línea verde [del armisticio de 1967]. Si quieren seguridad, que lo edifiquen en su lado o sobre esa línea. En Qalquilia se han quedado con las mejores tierras para anexionárselas. Nos robaron 19 acuíferos", dice Jaled Nazzar. "Ahora quieren construir otro muro, de norte a sur, para partir la provincia y dificultar aún más el movimiento. Quieren que nos vayamos. Pero esto no es 1948; ahora no tenemos adónde ir". La ONG israelí B'Tselem sostiene que Tulkarem y Qalquilia son ejemplos de anexión de tierras.

En esa zona de Qalquilia, donde el muro culebrea de manera intencionada, hay asentamientos. Algunos han quedado en el lado israelí; también varias aldeas árabes, como Ras Atira. Ahora se encuentran en un limbo: sus habitantes dependen de una Autoridad Palestina que no puede prestar servicios y están situadas en un Israel que no reconoce sus derechos.

"Qalquilia era próspera. Muchos trabajaban en Israel; existía un intenso comercio con Nablús, a unos 25 kilómetros, y los árabes israelíes compraban bienes y mercancías en la ciudad. Tras la segunda Intifada, los negocios quebraron, la mayoría de los comercios cerró y el paro superó el 50%", asegura Nacer. La ONU reparte ayuda humanitaria cada tres meses para 35.000 personas consideradas pobres.

En la ciudad de Qalquilia los puntos cardinales terminan en un único horizonte, el muro: una pared de hormigón de ocho metros vigilada desde torretas por militares que vociferan y muestran el arma al que se acerca demasiado. En la oficina del gobernador sostienen que sólo hubo uno o dos hombres bomba que atentaron en la vecina Tel Aviv, pero las calles de Qalquilia se hallan decoradas con fotografías de cuatro mártires, como los llaman los palestinos (terroristas para los israelíes). La realidad estadística es que desde que existe ese muro, el número de atentados ha decrecido de forma radical.

"Tendrán seguridad cuando acabe la ocupación", exclama el campesino Abbas. "Vendo mis productos en Nablús. Antes me encendía un cigarrillo al salir de Qalquilia y lo apagaba al llegar allí. Ahora me obligan a dar un rodeo de más de 45 kilómetros y a pasar por tres controles militares en los que puedo estar horas esperando".

Hasan observa el valle desde su casa de Azzum Atme. Tiene ojos de estar soñando. Más allá de La puerta de la esperanza se yergue Betamin, otro pueblo palestino. El alminar de la mezquita sobresale como un brazo que le saluda. Pese a los muros y las verjas, la melodiosa voz del almuédano salta barreras y penetra en las casas de los colonos. Algunos piensan que se trata de otra ironía.

Palestinos cruzan el puesto de control israelí para entrar en Qalquilia.
Palestinos cruzan el puesto de control israelí para entrar en Qalquilia.CARMEN SECANELLA

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