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VISTO / OÍDO
Columna
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Los alegales

La condición de "alegal" va dejando al margen una serie de actitudes, profesiones o actuaciones considerables. Hay comadronas en Ontario, Canadá, que son alegales, pero trabajan; hay sanadores en los pueblos españoles totalmente alegales, y sanan o sus clientes lo creen. La prostitución en España es alegal: no está reconocida ni reglamentada, y tampoco está legalizada. Se plantea el tema porque un propietario de apartamentos quiere dedicarlos a ese ejercicio libre, y le contestan que no; recurre y el Supremo le dice que sí, cuando otras instancias incluso rechazaron su nombre, Agrupación de Empresarios Mesalina, "porque muchos saben el significado de esa palabra en España": mujer de costumbres disolutas. Alquilar apartamentos a la prostitución por cuenta propia no es delito ni creo que sea pecado, ni creo, pese a los padres de la Iglesia y a sus hijos actuales, que la prostituta responda a un vicio, sino a una necesidad: pero si un día se prueba que el hotelero de mesalinas incita a mujeres, será otra cosa. ¿Qué cosa? "Adoptarse las medidas oportunas por quien corresponda". No parece muy preciso el Supremo: qué medidas, quién es el correspondiente: no se sabe.

Mientras tanto va proliferando lo alegal. En Internet se reproducen artículos, comentarios, titulares de los diarios sin pago y sin autorización. Es un mundo alegal: como el de las emisoras de radio llamadas piratas, que proliferan en toda España. Una emisora de radio de pequeña potencia es relativamente barata de instalar, y se puede decir desde ella lo que se quiera, como en Internet, aunque ya hay policías informáticas que las estudian en busca de delitos. No creo que pasen muchos años sin que esté reglamentada la red, y se exijan títulos, carnés, impuestos o inscripciones ministeriales para utilizarla. El director de la televisión de Cataluña ha dicho que la tradición de esa televisión pública es nacer ilegal o alegal: se refería al canal 33 y a TV-3. No es por nada concreto: es porque la identificación administrativa, policial y fiscal no deja espacio para la alegalidad. Excepto si le conviene.

Por una parte, me gustaría ser alegal. Ajeno a la Administración del Estado. Algo de eso tengo ya: estoy tolerado, que es una parte sustancial de lo alegal: vivo en unos márgenes, trabajo en ellos. Pero tengo miedo.

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