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Rescatar la paz desde las cenizas

¿Se puede pensar, escribir y proponer sobre la construcción de paz en alguna parte del mundo, desde el aliento, intuición o conclusión de quienes han estado directamente implicados en la guerra o los enfrentamientos, o bien es algo que sólo puede hacerse como derivación de una previa "política del garrote"? ¿Quién puede inspirar a quién en los momentos de transición de la violencia a la democracia? ¿Qué o quién puede condicionar, conceder oportunidades, remover conciencias y ofrecer nuevos escenarios para transformar una realidad conflictiva? ¿Qué significa y comporta colaborar en la construcción de pistas de aterrizaje para los grupos armados que podrían dejar la violencia? ¿Cuáles son los tiempos que hay que considerar y tolerar cuando hay enfrentamientos entre instituciones y grupos que miran el futuro y entienden el presente de manera tan diferente? ¿Cómo abordamos la reconciliación después de tantas personas muertas, perseguidas, atemorizadas, engañadas, secuestradas, robadas (incluso de su niñez), defraudadas, o simplemente hartas y cansadas porque sus elementos simbólicos han sido manipulados y convertidos en dardos mortíferos?

El mundo entero se pregunta cosas de este tipo en la búsqueda de salidas a sus conflictos armados, y con mucho dolor y años de pruebas e intentos, parece que se van encontrando caminos de respuesta y tentativas más prometedoras. Vamos a terminar el año con algunas esperanzas añadidas de paz, que no deberían perder valor ante los fracasos o dificultades casi insuperables de algunos contextos, como Irak o Afganistán.

En los últimos días han ocurrido algunos aparentes milagros, aunque en realidad se trata de simples oportunidades que ofrecen la actividad política y la diplomacia cuando se dan ciertas circunstancias y los actores se aprestan a aprovecharlas. Valgan cuatro ejemplos, y para nada secundarios: la muerte de Arafat ha abierto unos espacios de nuevos diálogos, tanteos, compromisos y posibles acuerdos, inimaginables hace muy pocas semanas. Hay un tren de paz que pasa por allí en estos momentos, y lo saben bien Israel y los palestinos. Podrán subir quienes tengan estrategias de paz, por encontradas que sean en su inicio, porque el tren va a permitir un diálogo, ya sea largo, sólo para quienes estén preparados para entrar en todo lo que implica una negociación planteada para encontrar soluciones aceptables para todas las partes.

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Después de casi dos décadas de guerra, 100.000 muertos y millón y medio de personas desplazadas, el Gobierno de Uganda ha empezado una negociación directa con el Ejército de Resistencia del Señor (LRA) y su estrambótico líder, Joseph Kony, por intermediación de una ex ministra ugandesa que hace diez años ya protagonizó los primeros intentos de diálogo, y que ahora podría poner fin a una de las guerras más crueles del presente, en la medida que el LRA está conformado mayormente por niños soldado secuestrados en su niñez y entrenados para matar a sus propias comunidades, como ocurrió en Sierra Leona.

En el Estado de Assam, en la India, y por los mismos días, el Gobierno ha empezado una negociación con el grupo armado Frente Unido de Liberación de Assam (ULFA), después de seis meses de intentos para lograr un acercamiento y muchos años de combates.

En Colombia siguen los esfuerzos para explorar un diálogo con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), una guerrilla que en los últimos tiempos está evolucionando su pensamiento, hasta el punto de aproximarse a lo que podría ser un futuro movimiento ecopacifista. Con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), los plazos serán seguramente más dilatados, por múltiples motivos, pero hay una posibilidad real de que a muy corto plazo haya un acuerdo humanitario que abra las puertas a una posterior negociación política.

A estas novedades de los últimos días hay que sumarles un mínimo de quince procesos de negociación que ya están en marcha o en fase exploratoria en África, Asia y Oriente Medio. Finalizamos el año con un mínimo de 18 procesos de paz en el mundo, frente a los 12 de hace un año, y este avance no es nunca una casualidad, sino la suma de esfuerzos de diferentes actores locales, diplomacias comprometidas, organismos internacionales o regionales e instituciones nacionales con capacidad estratégica para proponer y trabajar nuevas propuestas. Lo importante es evidenciar que en cada dos de tres conflictos armados se han abiertos vías de diálogo. Aunque nunca exentos de dificultades, hay procesos que van por buen camino, como los de India y Pakistán por el territorio de Cachemira, Liberia, Somalia, el sur del Sudán, etcétera, y en otros todavía predomina la fragilidad, como en la República Popular del Congo (en particular por la situación de la zona de Kivu, que influye en sus relaciones con Ruanda), Costa de Marfil, Filipinas (con dos grupos armados en fase de negociación), Irak (respecto a las milicias de M. al Sáder), Nigeria, Sri Lanka o la región sudanesa de Darfur, para poner los ejemplos más evidentes de conflictos armados actuales con procesos abiertos, a los que habría que añadir todo el entramado de gestión diplomática para resolver de manera definitiva viejos conflictos, no armados en estos momentos, pero que no han encontrado todavía la vía de resolución, como la región de Cabinda (en Angola), Armenia y Azerbaiyán por la zona de Nagorno-Karabaj, el contencioso nuclear entre Corea del Norte y Estados Unidos, Chiapas, los problemas de China con Taiwan y el Tíbet, Georgia con Abjazia y Osetia del Sur, la India con varios de sus Estados, Myanmar, el Sáhara Occidental, la región senegalesa de Casamance, el Kurdistán turco, etcétera.

En la mayoría de estos últimos contextos hay negociaciones en marcha, aunque predomina el estancamiento, quizá por la ausencia de enfrentamientos armados, lo que constituye justamente un mal indicador de los factores que influyen para que una crisis sea atendida u olvidada, presionada o tolerada. Detrás de cada proceso de paz suele haber un largo historial de intentos fracasados, rebrotes de violencia y nuevas dinámicas destructivas, normalmente por no haberse dado las condiciones básicas de una negociación exitosa: confianza, seguridad, capacidad de ceder, aclarar el metaconflicto, agenda realista, compromiso serio, ausencia de trampas, etcétera. Pero de las cenizas de cada empeño pueden surgir profundas reflexiones, cambios internos entre los actores con capacidad de decisión, o nuevos factores externos que ofrecen oportunidades.

La guerra siempre ha sido un acto brutal, destructor y demoledor, pero las guerras actuales arrastran como nunca toneladas de cenizas internas, las cenizas de corazones rotos por el miedo, la extorsión, el genocidio, el terrorismo, la limpieza étnica, el hambre provocado como estrategia de guerra, los desplazamientos masivos, el secuestro, la violación sistemática de las mujeres, la adbucción de menores, e infinidad de muestras de crueldad gratuita. Es justamente esta naturaleza particularmente perversa de los conflictos armados de ahora lo que concede mayor grandeza a los intentos para terminar con ellos, y nunca serán suficientes los esfuerzos para apoyar cualquier iniciativa que permita superar dichas situaciones. En términos políticos, y pensando en los conflictos armados, siento decirlo, la paz resultante nunca es pura y bucólica, ya que debe construirse a partir de las cenizas, el barro y el dolor, con los límites que eso comporta hasta que al cabo de los años se logra una reconciliación. Pero basta mirar un instante a los ojos de quienes han sufrido por tantos años estos conflictos para constatar su deseo de poder revivir, así sea en una dignidad de mínimos, y su disposición a superar lo inimaginable, aunque sea rescatando cada gramo de las cenizas de sus corazones para construir desde ahí un proyecto de paz.

Desde la humildad de la política posible, el mundo debería estar mucho más presente y cercano a estos intentos de salir de la espiral de la guerra, colaborando para que de las cenizas recogidas se alcen sólidos muros para edificar proyectos de paz, sabiendo interpretar los signos y los gestos con capacidad de alterar situaciones, y dando a las diplomacias oficiales o no gubernamentales implicadas los medios económicos y humanos necesarios para desarrollar su labor con la máxima eficacia.

Vicenç Fisas es director de la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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