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Columna
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Pastorcillos al belén S.L.

Como bien sabe y utiliza la lengua de la calle, un belén no es sólo una representación del famoso pesebre, sino también un lío e incluso un feo asunto; un "negocio o lance que puede ocasionar contratiempos o disturbios", reconoce la propia Academia con toda la razón del mundo. O si se quiere, de acuerdo con la lógica de un mundo negociante, donde todo se compra y se vende, donde todo va adquiriendo la forma (el fondo es otro cantar que mayormente no se entona, no interesa), la apariencia de un producto mercantil.

"Gana las profundidades, la ironía ahí no desciende", escribió Rilke. Nuestro tiempo padece, entre otras, la fobia de la profundidad. Y desde la superficie, la ironía da para pensar que el que un futbolista y su mujer sean Jesús y María en un belén, puede ser una estrategia pedagógica, una manera de activar la ilustración de esa parte de la Historia. Y, apretando un poco la ironía, también da para otra lección histórica, porque, como escribía el otro día alguien con una simpleza que espeluzna: "David y Victoria Beckham son la pareja del momento como en su día tuvieron que serlo la Virgen y San José" (ejemplo para el manual de comparaciones odiables). Y la ironía, retorciéndose, alcanza incluso para preguntarse qué tiene de raro que éstos (la pareja del momento) representen a aquéllos, si éstos son los nuevos dioses (de cera) de una época también fundible. Pero es pensar irónicamente en vano. Todo es mucho más simple, más fashion. Ellos están ahí sólo porque vende, porque genera entradas o peajes, o jaleo traducible en dividendos. El que ocupen una portada con caritas de ángel induce, por ejemplo, a millones de personas a comprar revistas de naderías, buñuelos de aire cuché.

Pero lo más llamativo del nacimiento del museo de Madame Tussaud me parece el hecho de que el único que no era un famoso, como quien dice el único que no era nadie, era precisamente el niño. Y ahí quería yo llegar. Al belén de la infancia olvidada. Asunto que tiene dos vertientes. La tercermundista y brutalmente explícita: niños/as muriendo de hambre a cada instante, diezmados por la falta de agua limpia, sin casa, sin escuela, sin la mínima asistencia sanitaria; víctimas de la violencia, del sida, del turismo pedófilo; explotados laboralmente, reclutados y entrenados para la guerra. Cada año, la Navidad se entona con el mismo villancico de pastorcillos cayendo como moscas en algún belén.

Y la vertiente primermundista, cuya representación no es frontal, sino esquinada, subterránea, engañosa. Nunca los niños de nuestro mundo han tenido tanto protagonismo, tanto poder aparente, nunca han estado tan públicamente protegidos por las estructuras y los discursos. Y sin embargo... tengo demasiadas veces la sensación de que la infancia es un pretexto, en lugar de un proyecto, una etiqueta, un label pegado a algunos debates, en lugar de su tejido verdadero, de su sustancia. Podría argumentarlo de distintas maneras, pero lo representaré así: resulta desolador ver con qué facilidad se instalan en nuestra sociedad las amenazas contra los más pequeños, y lo que cuesta, en cambio, articular defensas. Que mientras avanzan a toda máquina la desertización cultural, la obesidad, la zafiedad comunicativa, la violencia integrada al juego (como siameses), la manipulación publicitaria, los mecanismos para contrarrestarlos se arrastran, malamente, a pie. Que mientras la difusión de comida basura, de cultura basura o de publicidad destinada a dirigir la voluntad de quien por edad no la tiene (o tan tierna que se deshace sólo con mirar) enseguida encuentra enérgicas defensas (casi siempre en nombre de la libertad, la pobre); al derecho a crecer sin adicciones de consumo, sin triglicéridos o sin tóxicos mentales le cuesta mucho trabajo hacerse un sitio, un humilde espacio, por el suelo, como un pesebre. Que luego además nadie mira porque todos los ojos están arriba, pendientes de las verdaderas figuras del belén S.L.

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