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Reportaje:JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ ZAPATERO | PRESIDENTE DEL GOBIERNO | LOS PROTAGONISTAS DEL AÑO

El político que no respondía al modelo clásico

Con José Luis Rodríguez Zapatero sucede algo extraño: todo el mundo, incluidos sus detractores o adversarios, coincide en España en que es el principal político del país, sin competidor posible a la vista. Pero, al mismo tiempo, casi nadie se pone de acuerdo, precisamente, a la hora de dibujar su perfil político. Rodríguez Zapatero, ganador de las elecciones del 14 de marzo y presidente del Gobierno, concita muchos apoyos no sólo en la izquierda, sino entre el sector social denominado genéricamente progresista; pero también provoca un considerable desconcierto entre muchos de sus propios seguidores.

Zapatero es, probablemente, el presidente del Gobierno más enigmático de la reciente democracia. Quienes le apoyan, sus votantes, están de acuerdo con lo que está haciendo como presidente del Gobierno, más incluso de lo que esperaban o suponían, pero siguen sin estar seguros de saber qué piensa ni cuál es su proyecto o sus planes. Las encuestas indican también que Zapatero es un político valorado y querido..., pero que su pensamiento es poco conocido.

Mantiene la idea de que la política es más el "consenso racional entre los ciudadanos" que el proyecto elaborado por un líder o un grupo dirigente
El presidente del Gobierno cree que lo más importante para un político es que sea capaz de ofrecer total credibilidad a sus conciudadanos
Zapatero concita muchos apoyos no sólo en la izquierda, sino en el sector genéricamente progresista; pero también provoca desconcierto entre sus seguidores

De lo que no caben dudas es de que el presidente del Gobierno es un personaje bastante inédito en la vida pública española, con unas vivencias personales y un bagaje cultural e ideológico muy distintos de los que formaron parte hasta hace poco de la política de este país. Y quizá sea eso lo que le hace parecer atractivo a los ojos de los jóvenes y tan inaprensible a los ojos no sólo de la oposición, sino también de un buen sector de la izquierda de toda la vida.

Zapatero no responde al modelo clásico del político español con referencias en 1968 y el convencimiento de que la política ofrece respuestas científicas a todos los problemas. Para los políticos de su generación, afirman muchos expertos y aparentemente comparte Zapatero, la política es más "el consenso racional entre los ciudadanos" que "la voluntad popular" o el proyecto elaborado por un líder o un grupo dirigente.

Lo importante para él, afirman quienes le conocen, no es que un político ofrezca un plan o un programa concretos, sino que tenga credibilidad. Ésa es la gran tarea de un político. "Todo eso está mucho más relacionado con el mundo y el pensamiento anglosajón que con la política europea más clásica. Y desde luego es algo novedoso en el clásico escenario político español. Cómo se asimila todo esto será la gran pregunta para dentro de cuatro años", comenta un conocido politólogo.

La carta de presentación de Zapatero como político sería espectacular en cualquier parte del mundo: en 2000 era un joven diputado prácticamente desconocido por la opinión pública que se presenta como candidato a la secretaría general de un PSOE sumido en la crisis y la división, y que se hace con la dirección por un puñado de votos y además sin contar con el apoyo del gran símbolo del socialismo de la transición, Felipe González.

En cuatro años, Zapatero logra situarse en las encuestas como uno de los políticos mejor valorados del país y aumenta las expectativas de voto de su partido hasta colocarlo como una real alternativa electoral. Finalmente, en 2004 logra ganar las elecciones, negociar los apoyos parlamentarios necesarios para ocupar la presidencia del Gobierno y poner en marcha en nueve meses de actividad incesante lo que algunos de sus defensores califican, incluso, de "revolución social".

Con unos resultados semejantes es difícil no aceptar lo que dicen sus seguidores: Zapatero tiene intuición política. Él, desde luego, lo cree así. Gertrudis, su asistente personal, ha dicho en varias ocasiones que no es posible comprender a Rodríguez Zapatero sin saber que se cree lo que dice. En cualquier caso, lo que sí parece es que quienes le rodean, por muy escépticos que fueran al principio, han empezado a contagiarse de esa confianza.

No parece, en consecuencia, que Zapatero provenga de "un proyecto colectivo" como otros políticos europeos, arropados por grupos intelectuales o políticos de gran experiencia. Parece más bien que fue él quien arrastró al conjunto, apoyándose siempre en su éxito personal y en las encuestas que demostraban la buena marcha del partido. Desde luego, siempre estuvo convencido de la necesidad de basar la campaña y la imagen del PSOE en su credibilidad personal.

Quienes no quieren hacerle un favor dicen que su gran mérito político es simplemente que "estaba ahí" cuando hacía falta. Estaba ahí cuando el PSOE necesitaba un dirigente nuevo, con un mensaje optimista; ahí cuando José María Aznar echó por la borda todo el trabajo de su partido y creyó que sólo él estaba en posesión de la verdad; ahí cuando el país entero buscaba un dirigente creíble, capaz de transmitir sensatez, modernidad y honradez. Pero, como le gusta decir a uno de sus asesores, para estar ahí en política hace falta estar moviéndose todo el rato. Y, efectivamente, Zapatero se ha estado moviendo a lo largo de su vida política bastante más de lo que ha parecido.

El presidente del Gobierno es, posiblemente, alguien que quería serlo y que se ha colocado más de una vez, mentalmente, en esa situación. Es, y de eso no caben dudas, un político, dedicado a la política y convencido de que la política es su vocación, su trabajo y su destino.

Zapatero fue 11 años secretario general del PSOE en León, en una época muy difícil en la que los socialistas se pasaban más tiempo atacándose que preparando las elecciones. El entonces joven profesor de Derecho Constitucional consiguió controlar su organización y sobrevivir a todas esas batallas, incluidas huelgas generales, escándalos de afiliación, etcétera.

Fue allí donde empezó a desarrollar su peculiar forma de trabajo, ese método de mezclar transparencia y enigma, frialdad extrema y calor humano que tan extraño resulta a quienes mantienen un ligero contacto con él. Quienes trabajan más asiduamente a su lado afirman que le gusta mantener relaciones "verticales", y que no anima a sus colaboradores, o a los ministros, a discutir entre ellos.

"A su lado no se puede ser celoso. Es promiscuo en sus contactos y no le gusta que sus colaboradores se relacionen entre sí", relata un asesor. "No va a ser fácil rodearle", mantiene. Pero, al mismo tiempo, afirma, quienes trabajan a su lado aprecian sus frecuentes detalles humanos, su interés por sus vidas y circunstancias..., los largos ratos que puede pasar en el teléfono hablando con esas personas más cercanas... "Eso hace que todos sientan un vínculo personal con él. Pero Zapatero sabe que la política es muy competitiva, y hace años que no se toma la segunda copa, ni aun estando entre sus amigos. Esa norma que repite tanto, que para un político lo más difícil, y lo más necesario, es contenerse y no pontificar, la aplica continuamente, incluso en pequeñas reuniones de amigos". Por eso, quizá, algunos creen que "se apaga" en las conversaciones complicadas.

La escuela del partido

Todo eso, parece, lo aprendió, y lo practicó, en el partido. Zapatero tiene mucho más interés por la organización interna del PSOE que la que tuvo nunca su predecesor. La prueba es que no ha dejado de asistir a las reuniones de la ejecutiva federal, algo impensable en González. El partido y el Congreso fueron sus grandes apuestas políticas desde muy joven. Desde luego, una vez controlada la organización en León pudo optar a la alcaldía, a la diputación o la presidencia de la comunidad autónoma; pero eligió, parece que sin muchas dudas, ir a Madrid como simple diputado.

Casi todas las personas que le rodean resaltan otro rasgo de su actividad política: el presidente del Gobierno no tiene la menor vena dramática, le cuesta analizar los acontecimientos políticos en términos de catástrofe y tiene una personalidad más reflexiva que agresiva. Está convencido de que ser presidente del Gobierno no es ninguna tragedia personal, sino una maravillosa oportunidad, y se esfuerza por transmitir esa impresión de agradable naturalidad y seguridad.

Es, probablemente, el primer presidente del Gobierno español que ha quitado dramatismo a su trabajo y que ha evitado escrupulosamente la imagen de sacrificio personal y casi de condena que cultivaron sus antecesores. Zapatero sabe que todos los dirigentes políticos cometen errores al principio y no parece que le agobien mucho los suyos propios. Esa confianza y tranquilidad le ha llevado, sin embargo, a cometer algunas equivocaciones sonadas, como las declaraciones aconsejando a otros países que retiraran sus tropas de Irak.

Los tropezones quizá terminen por moderar su confianza en temas internacionales, pero desde luego sigue vigente en los asuntos nacionales. En ésos es en los que Zapatero cree que se juega su credibilidad y en ésos no se despista un segundo. La prueba fue su intervención ante la Comisión del 11-M, que preparó concienzudamente y a la que concedió gran importancia.

"Al presidente del Gobierno quizá le cueste todavía utilizar los códigos de la élite política internacional, pero conoce muy bien los códigos de la sociedad española", advierte un antiguo colaborador. "Quizá se haya equivocado en suspender algunos viajes internacionales (cuatro en nueve meses, para desesperación de muchos diplomáticos), pero sabe perfectamente dónde tiene que estar dentro de España y dónde tiene que estar España dentro del mundo. Es un europeísta absolutamente convencido".

Lo que parece bastante claro es que Zapatero tiene una gran confianza en la capacidad de comunicación como arma política. Cree que los ciudadanos tienen poco tiempo para prestar atención a lo que dicen los políticos y que éstos tienen la obligación de saber cómo emplean ese tiempo. "Siempre pregunta: y esa idea, ¿cómo la formulas? Insiste en que hay que valorar la comunicación política", explica un directivo del PSOE. De hecho, dicen en su entorno, el presidente del Gobierno sigue sin saber dónde pone las manos cuando habla, pero ya sabe perfectamente dónde están las cámaras. Al poco de llegar a La Moncloa pidió recibir en su móvil resúmenes con los titulares de los informativos de las cadenas de televisión. "Él solo es un auténtico observatorio de medios", aseguran.

A la vieja guardia socialista, o progresista en general, le desconcierta el lenguaje político "poco denso" de Zapatero, algo que, por el contrario, le resulta atractivo a la "joven guardia". "Muchos de los pensadores más clásicos se ponen nerviosos ante lo que les parece una ausencia de estrategia, de núcleo duro de pensamiento en el entorno de Zapatero, porque creen que la política consiste en tener preparadas respuestas para los peores escenarios. Pero para muchos de nosotros, la política no es eso", asegura uno de sus asesores.

El apoyo doctrinal de Rodríguez Zapatero, dicen quienes le rodean, hay que buscarlo en los pensadores norteamericanos y británicos, muy influidos por la experiencia práctica del gobierno. En cualquier caso, aseguran, está mucho más relacionado con el "republicanismo cívico" y el "patriotismo constitucional" que con los textos clásicos de la izquierda europea.

Para entender a Zapatero, su pensamiento y su sistema de trabajo, insiste uno de sus asesores, hay que saber que para él la política no ofrece respuestas científicas. Lo que le importa es lograr una respuesta en la que la mayoría se pueda entender, la que menos disgusto cause y a menos personas. No se trataría, pues, tanto de encontrar soluciones como de fijar acuerdos.

Sus interlocutores se ponen a veces nerviosos porque quieren que Zapatero les explique su proyecto, mientras que el presidente del Gobierno se esfuerza en hablarles de acuerdos, soluciones políticas; quizá provisionales, pero acuerdos y soluciones, afirma, que mejoren la vida de los ciudadanos, de la gran mayoría de la gente.

Sin imposiciones

Algunos de quienes le rodean creen que existe una visión demasiado simplista del presidente del Gobierno. Y que se equivocan quienes creen que, dado que él no presenta un proyecto, quiere decirse que acepta el "del otro". En absoluto, explican. Zapatero no quiere imponer su plan, pero, desde luego, tampoco acepta que su interlocutor le imponga el suyo. "No se trata de su proyecto, sino de un proyecto que consiga el máximo de apoyos", insisten. "Ése se convertirá en el suyo propio". La gran prueba para esta novedosa política la constituyen, sin duda, las negociaciones para la reforma de los estatutos, y muy especialmente la del Estatut de Cataluña. Pasqual Maragall ha dicho siempre que se entiende bien con Zapatero, pero Zapatero no ha soltado prenda sobre su propia idea del contenido del Estatut.

Maragall, aseguran en el entorno de La Moncloa, piensa en términos de política clásica, tiene un proyecto, y no parece darse cuenta de que Zapatero no cree en eso. No quiere tener un plan de reforma estatutaria que compita con los otros y comprometa la solución, pero tampoco quiere que los demás, incluidos sus propios compañeros de partido o los socialistas catalanes, le endosen un proyecto concreto.

Y si a los políticos hay que juzgarles más por los hechos que por los dichos, explica un viejo conocido de Zapatero, habría que resaltar que hasta ahora sólo ha adoptado una única iniciativa propia: la convocatoria de una Conferencia de Presidentes, que es un mecanismo federalizante. Ésa es la única señal de su propio punto de referencia.

La otra gran discusión sobre el perfil político de Zapatero es su pretendida radicalidad. "Es el presidente más a la izquierda desde la reinstauración de la democracia", clama el PP. "Zapatero está llevando a cabo una política radical de izquierdas", mantiene incluso el sector más moderado de la derecha, representado por Josep Piqué. Pero automáticamente el ex ministro popular añade: "Es un Gobierno sin política económica", lo que parece incompatible con la primera parte de la frase.

"Zapatero es un presidente de izquierdas, porque es un presidente empeñado en profundizar la democracia", mantiene uno de sus defensores. "Y quizá también", ironiza otro, "porque el PP se ha escorado tanto a la derecha" . Zapatero, coinciden los dos, no tiene una visión "economicista" de la izquierda, y no ha tenido ningún problema en nombrar a un ortodoxo como Pedro Solbes para dirigir la economía o en confiar a otro ortodoxo aun mayor, Miguel Sebastián, la oficina económica en La Moncloa.

La visión "economicista" de la izquierda desapareció en la época de González, afirman. Esa adaptación se hizo en los años ochenta, cuando la principal obligación era modernizar España. Ahora ya está hecho, y lo que Zapatero trata de poner en marcha es la devolución a los ciudadanos de los derechos cívicos, para que tengan los mecanismos necesarios que les ayuden a evitar la dominación. Por eso tiene una visión laica de la vida política y por eso defiende con tanto ardor las políticas de igualdad (concede sinceramente una extraordinaria importancia al papel de la mujer en todos los estamentos de la sociedad) y las políticas de libertad personal. Por eso sus asesores hablan de una "revolución social" como el auténtico objetivo de Zapatero.

También es verdad que todo eso es posible porque la situación es estable y España sigue creciendo por encima de la media de la UE. Si no fuera así, los cambios sociales serían menos fáciles. En cualquier caso, siguen despertando una gran oposición en la Iglesia y en amplios sectores de la derecha, porque supone sustraer a los ciudadanos de sus zonas de su influencia.

En sólo nueve meses, la idea de que Zapatero no despertaba ni manía ni fervor está desapareciendo a marchas forzadas. La derecha empieza a mirarle con mucha manía, y sus seguidores, con bastante más fervor. La mayoría de los ciudadanos, según las encuestas, sigue pensando que es un buen tipo al que se le desea toda la suerte del mundo.

El presidente del Gobierno, junto a su coche oficial, en el palacio de la Moncloa.
El presidente del Gobierno, junto a su coche oficial, en el palacio de la Moncloa.ULY MARTÍN

Y además

Mariano Rajoy. El sucesor designado de José María Aznar al frente del Partido Popular fue confirmado en un congreso nacional y, con Ángel Acebes de número dos, ha desarrollado una labor como líder de la oposición marcada por el enfrentamiento con el PSOE.

Los príncipes de Asturias. Doña Letizia y don Felipe, el heredero de la Corona, protagonizaron la boda del año, celebrada ante miles de invitados en la catedral de la Almudena. Los madrileños, pese a la lluvia, salieron a la calle para aclamar a la pareja.

José Bono. El ministro de Defensa ejecutó con rapidez la primera orden de Zapatero al llegar a La Moncloa: retirar las tropas de Irak. El ex presidente de Castilla-La Mancha ordenó también investigar a fondo el accidente del Yak-42 y los fallos al identificar a las víctimas.

Josu Jon Imaz. El nuevo presidente del PNV, que sustituye a Xabier Arzalluz, mantiene la apuesta por el plan soberanista del lehendakari Ibarretxe mientras lucha por lograr en las próximas elecciones los escaños necesarios para que prospere en el Parlamento vasco.

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