_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Europa, fuera de juego

Por supuesto que deseamos un sí rotundo a la Constitución europea, aun a sabiendas de que Europa, en tiempo histórico, tiene los días contados. Será una muerte gloriosa, la más gloriosa en la historia de la humanidad; pero sin más honores que los rendidos por algunas mentes lúcidas. Europa, a lo sumo, se habrá convertido en la Grecia clásica del futuro. Exhalemos un suspiro de estólida resignación.

Pero vivamos el momento y votemos. Quien esto escribe lo haría con igual convicción si el idioma español o castellano dejara de figurar como lengua oficial de la UE. A decir verdad, en mi opinión no debería serlo. Por supuesto, en este país se armaría la de Dios es Cristo, lo cual es un indicio de la enfermiza fragilidad de Europa, según la cual, los ridículos extremos del yo y del tú, deshacen el yo y el tú. Y si así es en lo nimio, qué será en lo menos nimio entre la nimiedad general. Cuando ingrese Turquía (dentro de diez o quince años) Europa habrá sumado cien millones de musulmanes que ni podrán ni querrán integrarse. Quienes piensan que el torrente de la sociedad de consumo lo arrasa todo a su peso, están en el error. Turcos en Alemania, marroquíes en Francia, sobre todo en París, no le harán ascos al automóvil, pero en aspectos fundamentales, su sistema de valores sigue intacto; refractario, por ejemplo, a la igualdad de la mujer tal como hoy se concibe en Occidente. Cada día en mayor número, imanes de la periferia parisina aleccionan a los fieles en prácticas no aceptadas por los códigos franceses; el Gobierno se ve desbordado y eso es sólo el principio. Cristianos murieron por no abjurar de su fe y los musulmanes de hoy son esos cristianos de ayer. Gravísimos conflictos religiosos en Europa cuando ya chinos y estadounidenses se disputen el espacio. (Me causa pasmo risueño el identitarismo ibérico. Aquí viene un andaluz, un extremeño, y no necesita integrarse: ya llega integrado y no causa extrañeza que sus retoños se hagan falleros. Comparten de la A a la Z nuestro sistema de valores, que es la esencia de la ciudadanía, no las percepciones psicológicas nutridas por el entorno físico).

¿Dónde está la frontera europea? Maquiavelo observó que cuanto más grande un dominio, más vulnerable, eso que en lenguaje llano se dice "el que mucho abarca poco aprieta"; lo cual es rigurosamente cierto si lo abarcado es sumamente heterogéneo. Siga Europa expandiendo sus fronteras, incorporando países hasta toparse con China e India, que ya para entonces, junto con Estados Unidos, serán los amos del mundo. Si el identitarismo no tiene futuro, el universalismo tiene menos, algo que también sabía Maquiavelo. Somos los europeos la primera potencia comercial del mundo. El euro podría acabar sustituyendo al dólar en los mercados, pero sin fuerza militar que lo respalde y sin una potente economía de futuro.

En la patria de Galileo, de Newton, de Pasteur, se investiga poco en relación con las grandes aglomeraciones ya no tan emergentes y en las del todo emergidas. Ejército no hay, cosa que pondría los pelos de punta al citado Maquiavelo. De Estados Unidos no cabe esperar mucho y no porque nos haya vuelto la espalda por la guerra de Irak. Hace ya décadas que la primera potencia mundial empezó a fijarse en Asia y hoy sabe muy bien que allí se juega el futuro. La trama financiera urdida entre China, Japón y Estados Unidos es tan espesa, que los dos países asiáticos amordazan a la gran potencia y a la vez están amordazados por ella. (Véase el cuadernillo de The New York Times, EL PAÍS, 16-12-2004). A ello hay que añadir India, país atómico y cuyos informáticos se disputan los estadounidenses. En el extremo de Asia, China ha promovido con éxito una especie de enorme mercado común, del que los Estados Unidos no estarán ausentes. No tiene nada de extraño que este país, semiolvidado de su herencia occidental, esté concentrando sus energías en la gran zona de poder que surge en Asia. No se olvidarán de Mozart, por supuesto, pero Mozart ya ha sido descubierto también allí, si es que eso nos sirve de consuelo.

Como también han descubierto el espacio, con todas sus implicaciones científicas y bélicas. De eso no se habla y si se hace, se disfraza. "Japón se aleja del pacifismo ante las amenazas china y norcoreana", dice EL PAÍS. "Tokio se unirá al programa de escudo antimisiles de Estados Unidos." En el reciente Libro Blanco de Defensa, el Gobierno japonés afirma lo siguiente: "China tiene una influencia significativa en la región, desarrolla su capacidad nuclear y sus sistemas de misiles" mientras que Corea del Norte "es un factor considerable de desestabilización de la seguridad regional y un grave problema para los esfuerzos globales de no proliferación de armas atómicas." ¿Alguien piensa que Estados Unidos no ha creído nunca en la amenaza china? Lea estudios del Hudson Institute, de hace más de treinta años. Hay que rendirse a la evidencia de que Europa ya no es el centro y se aleja cada vez más del mismo. Sin contar con Rusia, que está intentando resurgir y las bazas con que cuenta no son niñería. Desde aquí vemos un país dividido, pobre y corrupto: postrado. Pero su crecimiento económico es espectacular, sus recursos naturales, enormes, y su experiencia atómica suficiente para crear también un escudo antimisiles.

Mientras tanto, Europa no llega a confederación, y sin conocer siquiera sus límites estrictamente europeos, quiere abrir más sus puertas, incorporando a un trozo de la Asia cercana. La locomotora alemana acentúa su división interna a causa de un federalismo salido de madre. Algunos intelectuales estadounidenses, que sienten a Europa más que los propios europeos, aún pueden escribir que "La visión [europea] del futuro eclipsa el sueño americano ... Hoy, una nueva generación de europeos está creando un nuevo sueño radical, más apto para enfrentarse a los retos que plantea el mundo cada vez más interconectado y globalizador del siglo XXI" (Jeremy Rifkin, EL PAÍS, 6-9-2004)

Pero existen grandes Estados, nacionalismos, armas letales, ciencia y aspiraciones hegemónicas. Los sueños, sueños son.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_