La diva incombustible
La escasez de grandes personalidades del canto en la ópera actual predispuso a que la versión en concierto de Cleopatra, de Massenet, el viernes en el Teatro Real se viviese con un punto de nostalgia. La presencia de una diva incombustible como la soprano Montserrat Caballé lo condicionaba todo: un título a medida de sus posibilidades, la ausencia de escena, incluso el reparto. No era una velada normal, desde luego, sino algo a medio camino entre el homenaje y la añoranza de otros tiempos de la lírica en los que las grandes personalidades marcaban tendencias y sensibilidades. Los divos han perdido el protagonismo hoy en beneficio de la atención al equilibrio global del espectáculo. La articulación de una ópera en torno a una diva superviviente suponía una mirada de otros tiempos. Con su encanto, desde luego.
Cléopâtre
De Jules Massenet. Ópera en versión de concierto. Con Montserrat Caballé, Montserrat Martí, Marita Solberg, Nikolai Baskov, Frank Ferrari, David Menéndez, Javier Galán y Enric Martínez-Castignani. Director musical: Miguel Ortega. Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid. Teatro Real, 17 de diciembre .
La última ópera de Massenet no resultó especialmente seductora para la ocasión, pero a Caballé le gustan este tipo de operaciones de descubrimiento de títulos poco trillados. Con el autor francés siempre ha mantenido además una relación estimulante. Cuando, por ejemplo, se manifestaron sus primeros altibajos en Madrid, en el recital de clausura del Festival de Otoño de 1987, el momento en el que alcanzó la cota artística más sublime fue con el aria Pleurez mes yeux, de El Cid, de Massenet. La melodía envolvente, voluptuosa del autor galo facilita que Caballé saque a flote gran cantidad de recursos de su canto instrumental y esencialmente "bonito", con exhibición de filados y, sobre todo, con una colocación de las frases muy personal, pero fundamental a la hora de crear una atmósfera. Su actuación fue discontinua, con un comienzo que hizo temer lo peor, sin encontrar el punto de afinación deseable, pero cuando se fue centrando dejó suficientes destellos de gran clase para satisfacer a sus admiradores incondicionales. Todo ello teniendo en cuenta que el tiempo no pasa en balde y que la vuelta al pasado es imposible. Pero ocurre algo similar al mundo de los toros, que unos instantes de belleza pueden compensar tardes de monotonía. Y Caballé sí regaló un ramillete de esos instantes. Los suficientes, para intuir lo que ha representado en el mundo de la lírica.
La representación en concierto propició un clima de distancia. La única nota escenográfica, o colorista, vino de la propia Caballé que lució tres indumentarias diferentes a lo largo de la noche. Los cantantes estuvieron estáticos, con una teatralidad muy limitada. Del resto del reparto destacó la línea musical de Marita Solberg y la solvencia fonética de Frank Ferrari. Especial curiosidad despertaba Montserrat Martí, hija de Caballé. Su color vocal no es excesivamente atractivo y en sus intervenciones se mostró rígida y un poco al límite. Tal vez la responsabilidad de la cita pesó en exceso en esta ocasión. El director de orquesta Miguel Ortega estuvo más acertado en los acompañamientos a los cantantes que en los pasajes puramente instrumentales, en los que abusó de la dinámica y forzó a tope a los vientos. El concierto no fue bueno, digámoslo claro, pero compensó por media docena de momentos que rehabilitaron el cariño y la admiración que aún sigue despertando en Madrid una figura del canto tan emblemática e importante como Montserrat Caballé.
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