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Reportaje:

Viaje al interior del tripartito

Francesc Valls

Los vinos chardonnay han sido en ocasiones el contrapunto afrutado en los almuerzos que cada semana celebra la plana mayor del Gobierno de izquierdas y catalanista que encabeza Pasqual Maragall. Socialistas, republicanos y ecosocialistas comparten mantel, por mediación de sus primeros espadas, desde que el 22 de diciembre de 2003 entraron en el hasta entonces santuario convergente del Palau de la Generalitat. Tras esa suerte de toma democrática del Palacio de Invierno, algunos, como la ex primera dama Marta Ferrusola, se sintieron "como si unos extraños hubieran entrado en casa y hubieran revuelto todos los armarios". Pero en esta ocasión, y visiones apocalípticas aparte, no hubo turbas que se entregaran al destrozo sacrílego de las bodegas del zar y de aquellas espléndidas reservas de Roederer cristal que sobrevivieron a Alejandro II. La izquierda catalana ha tomado posesión del Palau de forma pacífica, democrática e incluso angustiosa. "El peor momento fue el traspaso de poderes; llegas, te sientes observado, y en media hora tu antecesor se te saca de encima... Comienzas de cero", asegura un consejero socialista. Después de 23 años y medio de Gobierno monocolor de CiU, el libre albedrío tripartito ha sustituido la infalibilidad pujolista. Donde antes almorzaba Jordi Pujol con sus invitados, en el Palau de la Generalitat, en el comedor pequeño de la Casa dels Canonges, ahora todos los lunes del año se sienta el estado mayor del tripartito: Pasqual Maragall; su hermano Ernest, secretario del Gobierno; el republicano conseller en cap de turno -antes Josep Lluís Carod Rovira y ahora Josep Bargalló-; Joan Saura, líder de Iniciativa per Catalunya y consejero de Relaciones Institucionales, y el portavoz del Gobierno, el consejero de Política Territorial, Joaquim Nadal.

Todos los lunes del año, los cinco componentes del núcleo duro del tripartito almuerzan en el comedor pequeño de la Casa del Canonges. Es una reunión sin papeles
"El presidente de una federación de balonmano pide dos chalés para votar a favor de la selección catalana", explicó el 'conseller en cap' a Maragall
El Onze de Setembre, la consejera de Interior tuvo que recabar ayuda para convencer al presidente de que los 'mossos' no podían desfilar fusil al hombro
Montilla: "El PSC, sin el PSOE, nunca será mayoritario en Cataluña; pero el PSOE, sin el PSC, no pasaría de ser un partido testimonial"
Los consejeros socialistas del Gobierno reconocen al republicano Bargalló como superior jerárquico en las reuniones periódicas que mantienen desde abril
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Cinco son los comensales básicos, que a veces se amplían a algún consejero más como invitado especial. Sus platos habituales van desde los arroces de verduras hasta los rev-ueltos de trigueros, pasando por las escalibadas: predominan los platos ligeros, pero no hay orden del día. La mayoría de las veces se habla de fútbol: todos son barcelonistas, con mayor o menor intensidad.

Las selecciones deportivas autonómicas han ocupado conversaciones en el tresillo donde la cúpula toma el aperitivo, justo antes de pasar a la mesa. Ahí fue donde un Bargalló explícito dijo: "El presidente de una federación de balonmano -no europea- pide dos chalés para reconocer a la selección catalana". Y Maragall respondió con un categórico y compartido: "Pues nada de nada". Eso cuenta la historia oral, porque de esas reuniones nada se escribe. Los papeles sólo hacen acto de aparición -en abigarradas carpetas- bajo el brazo de Ernest Maragall.

Eso, los días ligeros. Porque los chardonnay -siempre Manuela de Naveran o Raimat- preceden a unos potentes segundos platos, regados con un consistente cabernet-sauvignon, que en este año de Gobierno han resultado indigestos en más de una ocasión: la entrevista de Carod con ETA, su dimisión, la posterior tregua en Cataluña, la consiguiente crisis del tripartito, el túnel de Bracons, el reconocimiento del catalán en la Unión Europea... "Los tiempos de los grandes desacuerdos han quedado atrás; ahora el conseller en cap, Josep Bargalló, comienza a coordinar", asegura uno de los invitados fijos al comedor presidencial. "Las desgracias nos han unido", sugiere la misma fuente. "El engranaje funciona mejor: ahí están el plan para construir 42.000 viviendas, las 3.600 plazas más de profesores, el plan de choque de los barrios más degradados... Cataluña empieza a percibir el cambio", aseguran al unísono y desde su experiencia los portavoces de PSC, Miquel Iceta; Esquerra (ERC), Joan Ridao, e Iniciativa per Catalunya (ICV-EUiA), Joan Boada. El Ejecutivo unipersonal de Pujol ha dejado paso a una nueva experiencia tripartita: menos academicista, más naïf y, por tanto, abierta al debate y la discrepancia e hija del pacto del Tinell, que el 14 de diciembre de 2003 entronizó al Gobierno de izquierdas y catalanista.

EL PRESIDENTE Y SU GUARDIA PRETORIANA

Después de la crisis que acabó con la salida de Josep Lluís Carod Rovira del Gobierno, el presidente Pasqual Maragall pudo dedicarse a los grandes temas que le preocupan y que se sitúan fuera del día a día de la acción de su Ejecutivo. Relaciones internacionales de la Generalitat, la eurorregión transpirenaica y la España plural. La gestión de su hermano Ernest, secretario del Gobierno y en la práctica jefe de la guardia pretoriana del presidente, sitúa a Pasqual Maragall au dessus de la mêlée. Algunos de quienes le tratan de cerca ven en él pasión por las puestas en escena. Aunque el presidente catalán tiene mucho que aprender de ese François Mitterrand que el 21 de mayo de 1981, en su toma de posesión, caminaba con tres rosas en la mano, por la Rue Soufflot, con vocación de inmortal, hacia el Panteón. Aclamado por la multitud, se distanció de ella, se quedó solo entre las 64 tumbas de padres de la patria y, mientras sonaba la Novena de Beethoven, depositó las rosas ante el socialista Jean Jaurès, el resistente Jean Moulin y el antiesclavista Victor Schoelcher.

Esas puestas en escena que Pujol soñó, pero que como buen católico no se atrevió a pensar para no pecar de soberbia, son las que seducen a un Maragall laico que ha decidido prodigarse poco: cuatro ruedas de prensa en un año en Barcelona no son muchas. Algo más ha hecho en el terreno de la enseñanza con sus 15 visitas a colegios, la mitad de las que le habrían correspondido.

Sus apariciones han sido cuidadosamente seleccionadas y pensadas. Así, el Onze de Setembre, el presidente de la Generalitat se propuso por vez primera celebrar un acto institucional unitario. Todo eso sucedía al concluir el periodo parlamentario de sesiones, el pasado verano. La primera noticia de la voluntad del presidente saltó en una reunión de presidentes de grupos parlamentarios el pasado mes de junio. Maragall pretendía que los Mossos d'Esquadra -un cuerpo civil- desfilaran ante la tribuna en que se hallaban él mismo y el presidente del Parlament, Ernest Benach, y los líderes parlamentarios. Quería una síntesis de marcialidad y patriotismo. La consejera de Interior, Montserrat Tura, tuvo que encargar de urgencia decenas de trajes de gala para los mossos y recurrir a la ayuda de Benach y algunos consejeros para persuadir al presidente de que un desfile no entraba en los presupuestos civiles del cuerpo. En la reunión del Consell Executiu del martes 7 de septiembre, el interés presidencial por el protocolo se comió 70 minutos de las alrededor de tres horas que dura la sesión.

Pero la ceremonia fue alabada desde el PP hasta los socialistas con los reparos de los independentistas de Esquerra y los celos nacionalistas de una Convergència i Unió que no acaba de acostumbrarse a llevar el traje penitencial de oposición.

Y como toda buena imagen necesita réplica, llegó la creación de la figura del jefe de la oposición, uno de los asuntos en que más hincapié ha hecho Maragall y su guardia pretoriana. Ya en las primeras reuniones del Gobierno catalán, el presidente planteó su intención de aprobar esa medida, fijó un sueldo y todo un protocolo para el convergente Artur Mas, sin que éste tuviera conocimiento explícito de ello. Incluso preguntó a sus consejeros si alguien se oponía a ello. Carod, todavía conseller en cap, calló, mientras que otro consejero de Esquerra, el de Gobernación, Joan Carretero, soltó un sonoro: "¡Yo me opongo!". Cuando el 13 de abril trascendió el contenido del decreto, nadie lo conocía con detalle, ni siquiera el propio interesado, que rechazó el sueldo.

Los nuevos modos de Maragall desconciertan tanto en ellos mismos como por su carácter novedoso. El presidente asistió entre críticas al desfile de la Hispanidad del 12 de octubre y consiguió tres días después que el Ejecutivo central estuviese presente por vez primera -en la persona de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega- y arrastrar al PP catalán al también primer homenaje institucional a Lluís Companys, presidente de la Generalitat republicana fusilado por Franco.

Toda esa filigrana diplomática es susceptible de caer fulminada en una sola tarde con hechos como el acontecido el pasado 4 de noviembre. Ese día, el presidente encargó a un grupo de colaboradores, capitaneados por su hermano Ernest, la redacción de una enojada nota en la que se tachaba de "despropósito" la presentación por parte del Gobierno central de dos versiones en catalán -una en valenciano y otra en catalán- de la Constitución Europea en Bruselas. El equipo redactor, creyendo ser fiel hermeneuta de los deseos de Maragall, incluyó en el comunicado -en forma nada menos que de declaración presidencial- una frase en la que subrayaba la intención de la Generalitat de recurrir a los tribunales contra el Gobierno central. El conseller en cap, el republicano Bargalló, al conocer el contenido, exclamó: "¡Un poco fuerte!, ¿no?" Pero la nota ya había salido del Palau. El presidente Maragall montó en cólera. Al día siguiente rectificó el tiro.

"Cataluña es un país demasiado pequeño para tener un Mitterrand", critica así un consejero la distancia que el presidente pone entre él y la cotidianidad. Para los maragallistas -que, como sus detractores, los hay tanto fuera como dentro del PSC-, lo bueno del presidente catalán es esa capacidad de sorprender a propios y extraños con sus proyectos. Su idea, todavía incumplida, de cambiar las pinturas del techo del salón de Sant Jordi, huella que la dictadura de Primo de Rivera dejó en el Palau de la Generalitat, o las dudas sobre los cambios de los símbolos de la institución autonómica son ejemplos de ello.

CAROD Y LAS LLAMADAS

DE FERRAZ

El 27 de enero de este año, José Montilla y Joan Puigcercós, hacedores del tripartito y actuales primer secretario y secretario general de PSC y ERC, respectivamente, habían quedado en verse en la Diputación de Barcelona, que entonces presidía Montilla. El republicano llamó a su colega socialista y le dijo: "Pepe, es mejor que nos veamos en el Palau de la Generalitat". La crisis desatada tras la reunión de Josep Lluís Carod con la cúpula de ETA el 4 de enero en Perpiñán amenazaba con acabar con el tripartito. Desde que trascendió a la prensa la célebre reunión, el día anterior -el 26 de enero, Abc dio cuenta de la reunión-, los cimientos del tripartito amenazaban con ceder. La cúpula del PSOE, en vigilias de la campaña de las generales del 14-M, presionó a sus socios del PSC. Quería la dimisión inmediata de Carod. Por si ello no se producía, y ante la eventualidad de una ruptura del pacto de federación con el PSC, fuentes de los socialistas catalanes aseguraron que desde Ferraz se produjeron llamadas a tres alcaldes catalanes: Manuel Bustos (Sabadell), Celestino Corbacho (Hospitalet) y Manuela de Madre (Santa Coloma de Gramenet). José Blanco, secretario de organización del PSOE, y Alfredo Pérez Rubalcaba, portavoz, fueron los autores, según fuentes del PSC, de las llamadas de sondeo. Su objetivo era conocer la disposición de los tres alcaldes para encabezar las listas del PSOE en Cataluña. Montilla habló con Ferraz: "El PSC, sin el PSOE, nunca será mayoritario en Cataluña; pero el PSOE, sin el PSC, no pasará de ser testimonial". Eso era la noche del 26.

Las alarmas que aún no habían sonado se dispararon al día siguiente: durante cinco horas, el Gobierno catalán estuvo roto. Maragall, empeñado en que Carod dimitiera; Carod, dispuesto a abandonar el Ejecutivo con su formación si se le cesaba. Mientras Montilla y Puigcercós zurcían desde el exterior el siete que iba camino de romper el tripartito, los consejeros Saura, Nadal, Castells, Bargalló y Pere Esteve intentaban, por su parte, evitar desde dentro del Gobierno que la falla acabara en abismo. En la capilla del Palau, bajo las pinturas de Jordi Alumà, los líderes de Esquerra y PSC, después de desalojar a un consejero que se había entregado a una reparadora siesta, alumbraron la solución: Carod dejará el cargo y encabezará la lista de los republicanos al Congreso.

UNA HERENCIA

CON HIPOTECAS

Josep Bargalló recibió el 23 de febrero de 2004 la complicada herencia de Josep Lluís Carod Rovira. El departamento del conseller en cap había sido pensado a imagen y semejanza del líder de Esquerra. Ahora pasaba a ser ocupado por un amigo suyo, miembro del llamado clan de avellana (por ser de las comarcas de Tarragona), que heredaba toda la estructura político-funcionarial. Bargalló no efectuó ni entonces ni hasta la fecha ningún cambio, excepto la salida de Miquel Sellarès como secretario general de Comunicación el pasado 25 de mayo, después de que un informe -redactado en términos políticamente incorrectos- sobre los medios de comunicación en Cataluña generara una tormenta política de grueso oleaje. Ésa fue la única dimisión del departamento en el que Apel·les Carod, secretario de coordinación interdepartamental y hermano de Josep Lluís Carod, sigue ocupando su despacho con vistas a la plaza de Sant Jaume. A veces, aseguran fuentes del Gobierno, cuando echa de menos las puestas de sol de su natal Cambrils, en la Costa Dorada, desaparece a media tarde rumbo al sur.

Con todo, Bargalló ha conseguido abrirse camino en el Gobierno. Los consejeros socialistas le reconocen jerárquicamente como superior, y desde el mes de abril se reúne como coordinador del Ejecutivo tripartito con responsables de las áreas sociales y territoriales del Gobierno. "Recuerdo que el presidente Maragall me decía que el paso de consejeros de partido a consejeros del Gobierno se produciría en un año; mi impresión es que bastaron seis meses", sentencia el conseller en cap.

Las iniciativas de Bargalló siempre quedan a la sombra del omnipresente de Carod. "Es una losa para la política catalana", sentencia un consejero. El líder de Esquerra mantiene ahora relaciones cuando menos distantes con el presidente Maragall y con los aliados ecosocialistas de Saura. Y llamamientos como el boicoteo a la candidatura olímpica de Madrid 2012 ante el rechazo de la Federación Internacional de Patinaje a aceptar a la selección catalana de hockey patines no han contribuido a mejorar las cosas. Las apariciones públicas de Carod ponen en ocasiones en aprietos al Ejecutivo, y la idea ecuménica de tripartido se repliega. El Palau de la Generalitat acaba convertido en una suerte de Check Point Charlie, en el que socialistas, republicanos y ecosocialistas se reparten el territorio. Como en el Berlín de los cuarenta, los aliados se miran de reojo: todos son celosos de su porción de territorio. El PSC administra el 61,1% del presupuesto; ERC, el 37,2%, e InCV-EUiA, el 1,7%.

ODIOS, CONSEJEROS

Y EL LIBRE ALBEDRÍO

Ese año de convivencia ha creado diversas figuras en el Gobierno catalán. Una de ellas es la de los consejeros imprescindibles -Barga-lló, Saura, Nadal y Castells-, y otra, la de los controvertidos: y aquí, a juicio de Esquerra, la palma se la lleva el consejero de Medio Ambiente, Salvador Milà (ICV-EUiA), y para los ecosocialistas y algunos socialistas, el consejero de Gobernación, Joan Carretero (ERC). El PSC también entra en ese sorteo. El secretario del Gobierno, el socialista Ernest Maragall, es considerado por buena parte del espectro político del tripartito como un gran trabajador -siempre en defensa del presidente-, con una clara tendencia al desorden. El ecosocialista Milà, juzgan sus detractores, se mete en competencias de otros departamentos sin avisar. Carretero, para sus fraternales oponentes, no tiene sentido de la política y habla por los codos. Ésta es parte del católogo de recelos que comparten los pequeños, que pugnan por franjas comunes de electorado, aunque a veces se unan para tratar de ganar infructuosamente al hermano mayor socialista.

El PSC tiene mucha más experiencia en la maquinaria del poder; Iniciativa le va a la zaga debido a los tiempos en que el PSUC, comunista, era una fuerza de primera línea. Los republicanos, en cambio, han vivido un crecimiento excepcional del partido y tienen que acomodarse a caminar con las tallas grandes del poder.

Así, mientras la comunión impera en la cúpula del Gobierno, en algunos niveles inferiores hay en ocasiones descoordinación y un cierto espíritu de "ejército de Pancho Villa", en definición de un portavoz parlamentario que da apoyo al tripartito. Ese libre albedrío es el que dio lugar a situaciones como la vivida el pasado 29 de septiembre. Ese día, en pleno debate de política general del Parlament, los portavoces de los grupos que dan apoyo al tripartito esperaron infructuosamente a que Ernest Maragall, tal como se había comprometido, les hiciera llegar un borrador de propuestas de resolución tras el discurso del presidente. La desconfianza asomó en la sala en que estaban reunidos. Esquerra sacó su propia lista de resoluciones. Hasta las tres de la madrugada del día 30 estuvieron pactando los tres grupos. Se llegó al acuerdo y decidieron no votar ninguna propuesta de CiU. Todas las prevenciones son pocas para evitar jugadas traidoras del subconsciente en un Ejecutivo de vida agitada que el día 22 cumple un año de vida.

De izquierda a derecha, Joan Saura (ICV), Josep Bargalló (ERC) y Pasqual Maragall (PSC), en julio de 2004.
De izquierda a derecha, Joan Saura (ICV), Josep Bargalló (ERC) y Pasqual Maragall (PSC), en julio de 2004.VICENS GIMÉNEZ
Pasqual Maragall y su hermano Ernest.
Pasqual Maragall y su hermano Ernest.VICENS GIMÉNEZ

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