Sol y playa en pleno invierno
República Dominicana, un destino en auge para desconectar
Cristóbal Colón llamó en 1492 La Española a la isla situada entre Cuba y Puerto Rico, dividida hoy en dos países: al oeste, Haití, y al este, ocupando casi dos terceras partes, la República Dominicana. Haití es un país inestable, tremendamente pobre y peligroso. La República Dominicana, por el contrario, es tranquila y acogedora. Bañada por el Atlántico y el Caribe, vive de la agricultura y su industria (café, cacao, plátanos, tabaco, caña de azúcar, que recogen los haitianos hacinados en bateyes) y del turismo. De los dos millones de turistas anuales que recibe, en su mayoría estadounidenses, 170.000 son españoles. La prueba del encanto del país y de la calidad de sus hoteles es que muchos repiten. La oferta es, sobre todo, de sol y playa, pero qué sol y qué playas... Cambiando de tercio, la capital, Santo Domingo, merece la pena: dentro de América, ha sido la primera de la clase en casi todo.
La República Dominicana es un país de colores. Al azul de mar y cielo, al verde de pastos, plantaciones y árboles, a las arenas casi blancas de sus playas, se suman las flores, los peces, las frutas y mariposas, los corales morados; las casas, pintadas de verde, rosa, azul, amarillo, que alegran la vista
El barrio colonial de Santo Domingo, a orillas del Ozama, reúne la primera universidad del Nuevo Mundo, la primera catedral, la primera real audiencia... Vale la pena pasear por la calle de las Damas, por Padre Bellini, por Hostos, o por la peatonal del Conde, y buscar los rincones, las casas, puertas, patios y ventanas que más gusten
Yo soy uno de esos repetidores. Hace 11 años estuve en Puerto Plata y Samaná, y fui en coche al lago Enriquillo. En el trayecto pasé por la Reserva Científica Valle Nuevo, donde hacía frío: el interior, montañoso, es bien diferente de las costas, donde muy raramente la temperatura baja de los 18 grados. Recuerdo una docena de cocodrilos tomando el sol en Isla Cabritos, alineados en la orilla, como turistas en sus tumbonas; alguna pensión infecta, un paisaje cambiante, a veces tropical, a veces semejante a la sabana africana. He repetido, pero ahora he estado en hoteles lujosos todo incluido, en el este, en la Costa de Cocos, con las playas del Macao, Bávaro y Punta Cana, y en el sureste, en la zona de La Romana y Bayahíbe.
Más que hoteles, estos resorts son unos grandes complejos a los que se entra tras pasar un control de seguridad, con jardines, tiendas y diversos edificios en los que se reparten las habitaciones y servicios. En recepción colocan al turista una pulsera, que le permitirá comer y beber cuanto y cuando quiera dentro del terreno del hotel. Para quien desconfíe de este tipo de turismo, hay que aclarar que la República Dominicana ofrece muchas más cosas, como sus reservas naturales y sus ríos, y que disfrutar de todo tipo de comodidades y diversiones, una magnífica playa, zonas verdes cuidadas y frondosas, diversos bares, restaurantes y espectáculos, preciosas piscinas con islotes de vegetación en medio, flores aquí y allá, también tiene, no seamos esnobs, sus ventajas.
Entre Santo Domingo y Bávaro, el paisaje es aquí boscoso, allá pelado, con pastizales en los que pacen cebúes. Cerca de La Romana hay grandes extensiones de caña de azúcar. Hay zonas en las que algunos postes eléctricos derribados -y palmeras que no pueden decir, como en cierta bachata, aquello de "Yo me doblé muchas veces y no me partí"- hacen pensar en los huracanes. El último que golpeó con fuerza la isla ha sido el Jeanne, en septiembre. Según me contaron en algún hotel que sufrió inundaciones, los turistas de los todo incluido supieron (con las inevitables excepciones) comportarse, y aceptar que a veces el turismo tranquilo puede convertirse en un turismo de aventura. Los huracanes se forman entre agosto y febrero, y raramente llegan a la isla con violencia. He podido comprobar que los destrozos están ya subsanados, e incluso en ocasiones se ha aprovechado para mejorar las instalaciones
Higüey
En Higüey parece por un momento que estamos ante un aprendiz de Las Vegas: la avenida principal, con motivo de las navidades, está decorada con palmeras de plástico de todos los colores: azules, moradas, naranjas, amarillas, rojas e incluso, por qué no, verdes. Y aunque resulte chocante, palmeras de plástico en un país lleno de auténticas palmeras, hay una justificación: la República Dominicana es un país de colores. Al azul de mar y cielo, al verde de pastos, plantaciones y árboles, a las arenas casi blancas de sus playas, se suman las flores, los peces, las frutas, las mariposas, los corales morados, las casas, pintadas de verde, rosa, azul, amarillo, que alegran la vista.
El clima, el ron y la mamajuana (mezcla de diversas plantas, vino, ron y miel) alegran otras cosas, dicen. Junto al interesante Museo Vivo del Tabaco (carretera de Higüey-Bávaro, kilómetro 4), un dominicano me explica el efecto viagra de la mamajuana: al quitar el tonel que cubre a una especie de idolillo de madera, aparece un enorme pene. En los colmados, pequeños, abigarrados, repletos de latas, frascos, cajas y botellas, es frecuente ver el cartel "Hay viagra". Pregunté a qué se refería (imaginaba que al ron Brugal, el más popular), y me aseguraron que vendían viagra de verdad. Pero también saben ser románticos: basta con fijarnos en algunas letras de las bachatas y merengues, o con saber que la mezcla de azúcar, leche, hielo y limón, dulce y muy rica, se llama "morir soñando". Y tienen sentido del humor: en el Museo del Tabaco, un puro de 60 centímetros de largo ha sido bautizado como Monica Lewinsky. No es extraño que Trujillo, el dictador que se las daba de macho, elevara en 1937 un obelisco en el malecón, en la avenida de George Washington, para celebrar el cambio del nombre de Santo Domingo por Ciudad Trujillo. Fue asesinado en 1961 en la prolongación de esa avenida, episodio que novela el gran Vargas Llosa en La fiesta del Chivo.
La Altagracia
Si quien se hospeda en un todo incluido se cansa de descansar tanto, puede realizar alguna excursión, y conocer así algo del tabaco, de la caña de azúcar, del país. Recorro desde Bávaro parte de la provincia de La Altagracia. Llego a la Casa de María, en El Bonao, en el Paraje Palo Amargo, donde María atiende a los turistas, que pueden entrever así cómo viven los dominicanos que tienen una finquita. Es una buena ocasión para saber de dónde viene el cacao o comprar alguno de sus productos artesanos y recordar, por ejemplo, el verdadero sabor de la miel. Camino de Bonao, ningún niño deja de saludar al paso del vehículo. Algunos querrían caramelos, un bolígrafo, dinero: "¡Tírame! ¡Tírame algo!". Todos, descalzos o no, con pantalón corto o no, con camiseta o no, con gorrita o no, dicen adiós, y tantas despedidas en tan corto espacio de tiempo me acaban llenando de melancolía, como si mil despedidas que nada importan equivalieran a una que importe bastante. Para comer nos llevan a un rancho, entre Bonao y La Guama. Pasamos a pie un puente colgante, cables y tablones, sobre el río Yonú. Se mueve mucho, y resulta divertido. Quince minutos después vadeo el mismo río, ahora a caballo. El paseo acaba cuando empezaba a pensar en Indiana Jones. Según el guía, Robertos (o Lobeltos), quien, por cierto, tiene la mala suerte de no gustarle montar a caballo, no lejos de allí, en una zona de palmeras que hemos atravesado, se rodó alguna vista aérea de Parque Jurásico. La comida en el rancho es la apropiada: pollo frito (muy rico), arroz, habichuelas, mangú (plátano frito machacado con cebolla). Típicos sabores dominicanos.
Otra opción es visitar el Manatí Park (si se va con niños, la excusa está servida, y si no, basta con echarle valor), muy cerca de Bávaro, para ver un partido de balonvolea entre delfines, o el show de los papagayos, inspirado en la picaresca dominicana: uno va en coche, el otro le hace señas para que pare, tiene la rueda pinchada; mientras el papagayo ingenuo la mira, el otro le roba la gasolina...
Saona
Quien se hospede en la zona de La Romana y Bayahíbe no debería dejar de visitar el parque nacional del Este, que incluye la isla de Saona. El paseo en lancha es ya una maravilla: el agua es de un azul turquesa, por la arena blanca y el cielo azul. En el horizonte, el mar es más oscuro. Sobre la costa, una fina línea clara, se elevan los cocoteros. El guía podrá llevarte a ver estrellas de mar, anaranjadas, inmóviles, pegadas al fondo arenoso; a la llamada "piscina natural", una gran superficie de mar de apenas un metro de profundidad, y en la que bañarse, mientras, cerca de la orilla, unos pelícanos se lanzan en picado en busca de peces, es un placer único; a hacer snorkel (o bucear, quien sepa) junto a un arrecife de coral, cuyos huecos sirven de refugio a los peces y donde, si uno tiene suerte, puede ver alguna tortuga, y comprobar entonces, si la persigue, que su fama de lentas se la han ganado en tierra firme; a navegar en un manglar, y ver una bandada de fragatas o tijeretas volando sobre un mangle, negras, las hembras con el pecho blanco, los machos con los característicos sacos gulares rojos, que a veces, cuando están posados, hinchan como si fueran globos; o, en fin, en Saona, más al este de Mano Juan, la pequeña población de casitas de colores, a la playa de Los Cantos, solitaria y casi interminable: paseando por ella, uno podría imaginar ser el protagonista de un anuncio de ron (en la playa, perfecta, hay cocoteros, pero no espejos).
Casa de Campo
Entre Bayahíbe y La Romana se halla una urbanización impresionante, Casa de Campo. Cuenta con una superficie de unos 28 kilómetros cuadrados, entre el mar y los ríos Dulce y Chavón. Incluye unas 1.500 villas (y muchas más en construcción), en general de muy aceptable gusto; puerto con lujosos yates, caballos, cuatro campos de polo y otros tantos de golf, como el famoso Diente de Perro, así llamado por los arrecifes de coral que bordean su terreno; pistas de tenis, instalaciones para las distintas modalidades de tiro... El hotel Casa de Campo, muy bonito, alquila también algunas de las villas. Sobre el río Chavón (de agua turbia, encajado entre dos paredes cubiertas de vegetación, ha servido de escenario para algunos rodajes, como el de Pantaleón y las visitadoras) se halla Los Altos del Chavón, enclave construido hace unos treinta años a imagen de un pueblo toscano del siglo XVI: aunque dicho así suene terrible, tiene su encanto, con sus calles empedradas, sus fachadas siena, sus plantas y flores. El anfiteatro fue inaugurado en 1982 por Frank Sinatra. En total, cerca de 10.000 personas -entre guardas, jardineros, camareros...- trabajan en esta burbuja para ricos o turistas que quieran darse una alegría.
Santo Domingo
Como decíamos, Santo Domingo, fundada por Bartolomé Colón en 1496, ofrece otro tipo de atractivos. Patrimonio cultural mundial, a principios del siglo XVI fue el centro de la expansión española por América: de aquí salieron, entre otros, Hernán Cortés, Ponce de León o Alonso de Ojeda. El barrio colonial, a orillas del Ozama, reúne la primera universidad del Nuevo Mundo (el convento de los dominicos, con una fachada muy bonita, fundado en 1510, donde fray Antonio de Montesinos hizo un sermón en el que se criticaba a los encomenderos, y que para muchos historiadores marca el comienzo del derecho internacional), la primera catedral, la primera real audiencia... Vale la pena pasear por la calle de las Damas (incluso aunque uno o una no lo sea), con sus antiguos edificios de piedra; por Padre Bellini, por Hostos, o por la peatonal del Conde, y buscar los rincones, las casas, puertas, patios y ventanas que más nos gusten. Sería prolijo pretender citar aquí todos los puntos de interés. Me limitaré a tres, imprescindibles por su belleza arquitectónica e importancia histórica: la catedral, en el parque de Colón, una amalgama de diversos estilos, terminada en 1540; las Casas Reales, que fue el palacio de gobernadores y capitanes generales; la primera corte de justicia de América, magnífico edificio hoy convertido en un museo que vale la pena visitar, y que con Trujillo fue el palacio presidencial, y el Alcázar de Colón, en la plaza de España, terminado en 1514 y donde residió Diego Colón, el hijo del descubridor. En el cuarto de la prueba, un indio cataba la comida de los virreyes para evitar su envenenamiento.
El resto de la ciudad no tiene tanto interés, aunque está lleno de vida. Junto a un curioso cartel, "Casa de cambio. Money europeas", un hombre con un carrito lleno de caña de azúcar pela con un machete un tronco parecido al del bambú, de un marrón oscuro. La caña es muy fibrosa y no se come: se mastica y se saca un jugo dulce. Más allá, unas carnes y longanizas se secan al sol con sal y orégano. En un colmado, un hombre y dos muchachas bailan. Cerca del Pequeño Haití, en el Mercado Modelo, los turistas acuden a comprar ámbar, lorimar, tabaco, ron, cuadros naif, diversas chucherías: hay que regatear. En el parque Mirador del Este está el Faro de Colón, con los supuestos restos del descubridor (la catedral de Sevilla le disputa tal honor), un proyecto mastodóntico poco logrado. Cerca de allí está la cueva de los Tres Ojos, unas grutas con estalactitas, estalagmitas y unos pequeños lagos. A uno de ellos se tira, tras escalar por la pared, Tarzán, un tipo muy delgado que lleva haciendo el número cuarenta años. La pena que me dio verle en acción se me quitó al ver lo que sacaba con cada espectacular zambullida.
En el avión de vuelta, semidormido, intento imaginarme que sigo en uno de los magníficos hoteles que he conocido. Todo el mundo se ha retirado a sus habitaciones, a los restaurantes o bares, y aprovecho para ir a la playa. Me echo en una de sus tumbonas. Es una noche ventosa y clara, y tengo por techo las palmeras azotadas y el cielo estrellado, y por toda compañía, el rumor del mar y del viento. En casi todos los complejos hoteleros del país hay un casino. Yo no entré en ninguno, pero después de haber pasado una semana magnífica, puedo, desde mi tumbona, desvelar una apuesta segura: pasar unas vacaciones en la República Dominicana.
- Martín Casariego (Madrid, 1962) es autor de Nieve al sol (Espasa, 2004).
VIAJES ORGANIZADOS
CON VIAJES que, además de los vuelos y el alojamiento (casi siempre, siete noches), incluyen todas las consumiciones dentro de los restaurantes y bares del hotel, la República Dominicana es uno de los tres pilares (junto a Cancún-Riviera Maya y Cuba) del turismo español en el Caribe, de la mano de grupos como Barceló, Globalia, Iberostar, Marsans, Piñero, Riu y Sol Meliá, que cuentan con hoteles en la zona. Marsans (902 30 60 90; www.marsans.es) vuela todos los lunes entre Madrid y Playa Bávaro, en el extremo oriental de la isla. Un combinado de billetes de avión, traslados y siete noches en hoteles de cuatro estrellas, con todo incluido, cuesta a partir de 675 euros, más tasas, por persona (desde 779 euros en un cinco estrellas como el Natura Park Eco Resort & Spa). Con la mayorista Iberojet (en agencias de viajes) y para salidas en enero desde Madrid, siete noches en el hotel Grand Paradise Bavaro de Punta Cana, con vuelos de ida y vuelta, traslados y todo incluido, cuestan desde 750 euros, más tasas, por persona. Halcón Viajes (902 300 600; www.halconviajes.com) tiene una oferta similar para enero y febrero: vuelos de ida y vuelta más siete noches de hotel, con todo incluido, por 750 euros.
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos
Prefijo telefónico: 001 809. Moneda: peso (un euro equivale a 36 pesos). Población: 8,8 millones de habitantes.
Dormir
SANTO DOMINGO
- Meliá Santo Domingo (reservas desde España, 902 14 44 40; www.solmelia.com). Avenida de George Washington, 365. Santo Domingo. Excelente situación. La suite presidencial, recientemente remodelada, para acoger a Lula da Silva. Casino incluido. Habitación doble, entre 64 y 90 euros.
- Sofitel Nicolás de Ovando (685 99 55; www.sofitel.com
). Calle de las Damas, 55. Santo Domingo. Palacio del siglo XVI, donde vivía el gobernador Nicolás de Ovando. La doble con desayuno, 211 euros.
BÁVARO / PUNTA CANA
- Paradisus Punta Cana (reservas desde España, 902 14 44 40; www.solmelia.com). Lujoso, un todo incluido completo y recomendable. Romántico restaurante francés. Con campo de golf. La doble (dos personas con todo incluido), desde unos 198 euros la noche.
- Barceló Bávaro Casino (reservas desde España, 902 10 10 01; www.barcelo.com). Con teatro (show Tropicalíssimo, con bailarines y cantantes). Del 2 al 20 de enero, 66 euros por persona; del 20 al 31, 75.
BAYAHÍBE / LA ROMANA
- Iberostar Hacienda Dominicus (688 36 00; www.ib
erostar.com). Sabor colonial, muy agradable. La doble, con todo incluido, en enero, 98 por persona.
Casa de Campo (www.casadecampo.com.do). Una prueba de que el dinero no tiene por qué estar reñido con el buen gusto. La doble, de enero a marzo, desde 266.
Comer
- En Santo Domingo: Café La Cafetera (calle del Conde), Murano (Mercedes, 155; restaurante, bar y discoteca en un precioso patio colonial), el bar Bobos (Hostos, 157) y Aljibe Café La Bohemia (Hostos, 156; restaurante y piano bar). En la plaza de la Hispanidad se puede elegir entre el Rita's Café (La Atarazana, 27), el Museo del Jamón y el Paté Palo (muy bonito, pues conserva su sabor colonial).
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