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Columna
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Carcajada

Miquel Alberola

Resulta muy difícil disociar la pregunta "¿de qué se reían?", arrojada con aflicción a los diputados de la comisión de investigación del 11-M por la representante de las víctimas, Pilar Manjón, de la fotografía de la Agencia Efe publicada el martes por varios periódicos, en la que Eduardo Zaplana y Vicente Martínez Pujalte, se desternillaban a mandíbula abierta en la comisión durante la comparecencia de José Luis Rodríguez Zapatero. Ésta no ha sido una estampa infrecuente, y la impresión que produce no es menos patética que la que subyace en todas las imágenes emitidas por las televisiones de la intervención de esta madre desgarrada, en las que, mientras todos los diputados presentes atendían con el rostro agrietado, Zaplana estaba inmerso, ajeno, en sus papeles y sus anotaciones. Con todo, ésta no ha sido una buena semana para el ex presidente de la Generalitat valenciana, al que algunos pirómanos muy neronianos señalan como el hombre que camina hacia la dirección que debe seguir el PP, frente al modo pastueño de Mariano Rajoy. En realidad, su estilo parlamentario, en el que la desfachatez suple al argumento, sólo alienta a los radicales y a los despechados. Pero su rampante historia parlamentaria está ya partida en dos hemisferios, tras ser arrollado por Rodríguez Zapatero el lunes en medio de esas carcajadas histriónicas y otras exhibiciones de musculatura facial no menos zaplanescas. Si se atiene con perspectiva a su trayectoria, es inevitable establecer un antes y un después tras ese careo en que salió trasquilado. En sus días de parlamentario autonómico, tras ganar el festival de Benidorm, no tuvo contrincante que le tosiera en el hemiciclo. Siempre aplastó y restregó contra el suelo a todos cuantos se le pusieron por delante, conjugando los méritos propios con el descrédito y la insolvencia de la oposición. Pero eso ya es historia. Su imagen enlutada como Arias Navarro en una irrupción televisiva de aquellas noches terribles de marzo ya quedó tatuada en el imaginario electoral español como el logotipo de la gestión nefasta del atentado por parte del Gobierno del PP. Ahora su actitud irrespetuosa captada en estas imágenes no sólo ahonda en esa grieta del electorado, sino que produce rencor.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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