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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Morbo

Jordi Gracia

Casi cincuenta años ha costado saber que la mujer que inspiró los poemas de amor de Pedro Salinas no era la legítima sino Katherine Withmore, aunque semejante información hubiese circulado de forma difusa y discreta; está bien que la sexualidad de Jaime Gil de Biedma no deba esperar otro medio siglo para ser descubierta por el público, o cuando menos ese público en el que se reconoce Miguel Dalmau cuando descubre el Secreto, la mayúscula está en el libro, de Jaime Gil, ese que lo aleja del que "todos creíamos conocer". Pero antes que meditar, contar y razonar la biografía y la trayectoria intelectual de un escritor, el libro prefiere explorar el comportamiento arriesgado, autodestructivo, caprichoso, a menudo furioso y otras ternurísimo, a veces disgregador y casi siempre oculto de una sexualidad: la de un Jaime Gil de Biedma que no ha sabido romper con su clase social y los neurotizantes embustes que comporta y vive dominado por una pulsión erótica irreprimible e inagotable, curiosa y transgresora, batalladora en su pugna por traspasar límites y ensayar cosas, a menudo víctima de la abundante prostitución masculina de que hubo de valerse para satisfacer unas ganas que ninguna pareja estable (masculina o femenina, que de las dos hubo) logró satisfacer. La abundancia de detalles, anécdotas, revelaciones de lugares y fechas, ciudades y antros, es nueva y pertinente, pero a lo mejor agota las energías del autor para tratar de otras cosas. Lo maltratan los chulos, le roban los chaperos y parece gustarle que le sacudan en la cama de una u otra manera: avatares privados y legítimos para retratar a un sujeto adulto y maduro, que vive solo o acompañado y, en todo caso, desea.

JAIME GIL DE BIEDMA. RETRATO DE UN POETA

Miguel Dalmau

Circe. Barcelona, 2004

510 páginas. 29 euros

La biografía parece escrita

bajo el impacto del largo final de la vida de Jaime Gil, como si nada se le antojase al biógrafo suficientemente importante como acercarse a ese terreno y derrochar testimonios y menudencias sobre lo que hizo un hombre con hambre sexual permanente y sobre la devastación que le trae la edad y la enfermedad: dependencia de la prostitución, fijaciones eróticas, sida y agonía. Pero no exige las mismas condiciones hacer la biografía de un carnicero con mucha marcha que la de un escritor de referencia en la segunda mitad de nuestro siglo: no porque haya que aceptar sus silencios interesados, como hizo el propio Gil de Biedma con su familia, sobre todo a su madre, y para proteger su alto nivel salarial en Tabacos de Filipinas, sino exactamente al contrario, porque es mucho lo que no está en esta biografía y es al menos tan decisivo como lo que sí cuenta.

Y quizá un factor determinante está en la excesiva confianza en conversaciones con amigos o conocidos, frente a un escasísimo apego a la letra impresa, la desoladora ausencia de comprensión histórica de los lugares por donde pasa o en donde actúa Jaime Gil (sea la Universidad de Barcelona en 1948, sea Seix Barral poco después, sean revistas en las que colabora, sean libros que lee), cuando eso era estrictamente necesario para comprender el peso que tuvo en nuestras letras, además de ser la vía para explicar a través de sus lecturas, sus cartas, sus libros, sus meditaciones bien leídas la convivencia de su sensibilidad literaria con su furiosa sexualidad. Y esa prisa para contar lo que más importa es más bien mala en escritor de obra tan exigua, porque encima aquí sale aún más disminuida. Sale muy poco el estupendo ensayista que fue y sólo se dice algo de los poemas cuando sirven para documentar (a veces peligrosamente) episodios específicos. La bibliografía es muy pobre, y eso no sería un problema grave si a cambio se hubiese utilizado, pero es que no se censa ni tampoco parece conocerse, a la vista de afirmaciones, sugerencias, valoraciones o frases que muy difícilmente pueden leerse sin un respingo o una cabezada de susto (¿por qué no ha usado, entre otros autores más, un par de libros obvios de Esteban Pinilla de las Heras?).

Por no haber, no hay ni mención clara de los materiales inéditos que a veces maneja, o se dice de pasada y de cualquier manera, o se notifican cartas de Zambrano, Barral, Guillén o Eliot, pero en lugar de tratar de ellas o transcribir algo o contarlas, se prefiere transcribir dos largas viñetas prostibularias tomadas del misterioso diario inédito. No sé si es una biografía a la inglesa, pero al libro no se le ha pegado la exquisita, hedonista, atípica y culta sensibilidad del autor de Moralidades.

El poeta Jaime Gil de Biedma, según Loredano.
El poeta Jaime Gil de Biedma, según Loredano.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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