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Columna
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Quince horas después

¿Seguiremos mareando la perdiz? Me temo que sí, aunque sospecho que a ese ave le queda poco vuelo tras la comparecencia de Rodríguez Zapatero en la Comisión del 11-M. A mí, sin embargo, me falta por hacer una reflexión sobre este asunto. Lo hago movido por la opinión de personas a las que respeto, pero de cuyas conclusiones en principio disiento. ¿Sometió el Gobierno del PP a un engaño masivo a los ciudadanos a partir de la tarde del 11-M? Siempre he estado convencido de que fue así, pero no tengo reparo en someter mi criterio a revisión analizando mis posibles prejuicios. En opinión de algunos comentaristas, no hubo tal engaño, sino que éste fue invención interesada de algunos medios cercanos al PSOE, entonces en la oposición, invención alimentada posteriormente por éste con el único fin de limpiar la cara a su victoria: ésta no sería fruto de la sangre y del miedo, sino de la reacción de los ciudadanos contra la mentira del Gobierno. Vayamos a mi conciencia.

El día fatídico me desperté con las primeras e imprecisas noticias de la tragedia. El locutor fue interrumpiendo su programa con macabra frecuencia y salí de casa con un balance cercano al centenar de víctimas. No tuve dudas sobre la autoría de la masacre: era obra de ETA. Ningún dato lo revelaba a aquellas horas tempranas, pero todos temíamos que ETA pudiera actuar en esas fechas y acordamos lo ocurrido con lo previsible. ¿Podíamos pensar en otra posibilidad, en una autoría distinta? Al parecer, hubo quienes sí lo hicieron y sus argumentaciones a posteriori les han puesto bajo sospecha. Sospecha de que fueran unos farsantes o bien de que fueran demasiado indulgentes con ETA al pensar en otra autoría por considerar a esta organización incapaz de cometer semejante atrocidad. ¿Dedujeron que no era ETA o desearon que no fuera ETA? La pregunta es crucial, porque todas nuestras opiniones sobre lo ocurrido parecen asentarse en el deseo y sus cálculos. Apenas importa lo que realmente ocurrió, sólo funciona la mutua sospecha en función de nuestros deseos. Unos deseaban que hubiera sido ETA y otros que hubiera sido Al Qaeda. Y seguimos fijando nuestras posiciones no en función de los resultados de la investigación, sino en función de nuestros oscuros deseos. Si el ex presidente Aznar desconfía aún de los resultados de la investigación es porque sigue deseando que fuera ETA, y si el presidente Zapatero los da por buenos es porque a su vez sigue deseando que fuera Al Qaeda. No es la verdad la que está en juego, sino nuestras turbias conciencias. Y los deseos dispares nos llevan al enfrentamiento.

Bien, si a primeras horas de la mañana yo estaba convencido de que había sido ETA, a media tarde de aquel mismo día tenía mis dudas y estaba casi convencido de la autoría islamista. ¿Tenía algún fundamento mi cambio de opinión o se debía simplemente a que deseaba que no fuera ETA? ¿Puedo liberarme de esta sospecha? Los indicios objetivos que apuntaban a ETA eran nulos a esa hora, pero eran aún muy débiles los que empezaban a señalar a Al Qaeda. ¿Eran ya suficientes estos últimos, que al final resultaron ser incontestables? ¿A partir de qué momento tenemos que dejar de lado los laberintos de nuestra conciencia sospechosa y acogernos a la evidencia de los hechos? La pregunta, naturalmente, vale para todos: ciudadanos, Gobierno, oposición y medios de comunicación. ¿A partir de qué momento se manipula, y si se manipula, quién lo hace? Porque los hechos eran conocidos por todos, y siguen siéndolo.

Por supuesto, mi cambio de opinión fue suscitado por las noticias que me suministraban los medios, en especial la cadena SER. Y esas noticias diferían de las que me ofrecía el Gobierno. Éste me proporcionaba casi los mismos datos con algo de retraso, pero insistía en la existencia de una línea prioritaria de investigación que no parecía acorde con ellos. ¿Mi cambio de opinión tenía alguna consistencia fáctica o se debía a un acto de fe? ¿Me libera el estado actual de la investigación de esa sospecha? Y si me libera a mí, ¿les libera también a los medios que sostenían mi opinión? ¿Debo pensar que jugaron a dar una versión distinta a la del Gobierno para desprestigiarlo y manipular mi opinión y que simplemente les salió bien y acertaron? ¿Tenían que haberse limitado a repetir la información que daba el Gobierno para no estar bajo sospecha? No me cabe duda de que a escasos días de una consulta electoral los deseos actuaran de forma dispar, pero, ¿dejaremos de una vez que sean los hechos los que los eliminen, o tendré que ir contra la evidencia de éstos para limpiar mi conciencia?

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