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Reportaje:LA POSGUERRA DE IRAK | Las bajas de EE UU

Sólo los heridos salen del infierno

Miles de soldados que han sido alcanzados en Irak se recuperan en el hospital estadounidense de Landstuhl, en Alemania

"La única forma para irse a casa es que te destrocen el cuerpo con una bomba", declara el soldado estadounidense Aaron Ray. El 22 de noviembre la resistencia iraquí dio en el blanco: el humvee en que patrullaba el joven de 19 años. Los insurgentes accionaron una bomba al paso de su vehículo en Ramadi, 150 kilómetros al oeste de Bagdad.

Cuando se despertó, 15 horas después, estaba en la unidad de cuidados intensivos del Centro Médico Regional de Landstuhl, en el suroeste de Alemania, el mayor hospital militar del Ejército de Estados Unidos fuera de su territorio. Desde el comienzo de la guerra de Irak, ha sido un puente entre el campo de batalla y el país norteamericano.

Los heridos de guerra más graves, que no se pueden curar en Irak pasan por este hospital, más de 18.000 desde abril de 2003, y 450 en tan sólo seis días del pasado noviembre. Llegan con heridas de bala, quemaduras, con metralla en el cuerpo o con los brazos y piernas amputados. Las últimas cifras dan, hasta ahora, un total de 1.290 soldados estadounidenses muertos.

Los peores días fueron en plena ofensiva de Faluya, cuando llegaron 450 pacientes en seis días
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En el hospital, los pacientes pasan las horas viendo canales de televisión estadounidenses y películas de vídeo en habitaciones decoradas con dibujos de escolares con mensajes patrióticos para "los héroes". Los más afortunados, los que pueden caminar, bajan a un Burger King en el sótano o hacen compras en una tienda de productos norteamericanos.

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Aaron no es uno de ellos. El joven de Newburg (Nueva York) apenas ha salido de la cama desde su llegada hace tres semanas. En un cuarto de la segunda planta asegura que el ataque que sufrió no le sorprendió: "Era la cuarta vez que nos habían atacado de la misma manera en esta carretera, pero nunca me había tocado", explica. Las múltiples contusiones y heridas en su cara, piernas y brazos, reflejan la tremenda fuerza de la explosión.

El martes pasado pasó por el quirófano y le sacaron decenas de pedazos de metralla, que guarda en un recipiente de plástico. Lo enseña como un trofeo a todos los que entran en su habitación. Mientras suplica que le administren más calmantes para paliar el dolor, no esconde su optimismo para el futuro, una más que probable vuelta a Estados Unidos.

El 80% de los pacientes en Landstuhl, por la seriedad de sus heridas, no pueden volver al combate y son enviados a EE UU después de estabilizarse en Alemania. "Probablemente pasaré la Navidad en un hospital, pero estaré en mi país y no en Irak, que no es poca cosa", declara

Aaron.

Su compañero de cuarto pertenece al otro 20% de los soldados del Landstuhl que después de recuperarse vuelve a Irak. La cara seria de este soldado de 26 años, de Coco Beach (Florida), que no quiso revelar su identidad, contrasta con el optimismo de Aaron. Asegura que no le importa volver a la guerra, a pesar de ser el único superviviente después de que una mina anticarro estallara al paso de su vehículo el 22 de noviembre. "Lo más importante siempre son los compañeros", asegura. "Somos un equipo, y desde que he llegado aquí me preocupo por ellos, tengo ganas de volver". No se atreve a fijar un plazo para el final de la guerra, pero confía en que las elecciones de Irak previstas para finales del próximo enero ayudarán a mejorar la situación.

Este soldado no esconde las dificultades que plantea la insurgencia iraquí: "El enemigo es como un fantasma; aparece, ataca y cinco minutos más tarde se esfuma", apostilla.

Todos los días al alba, el zumbido de los enormes aviones de carga C-4 y C-131 se escucha por todo el valle boscoso donde está el pequeño pueblo de Landstuhl, con sólo 7.000 habitantes. Anuncia la llegada de las decenas de heridos que son traídos en las bodegas de los aviones desde el campo de batalla. Aterrizan en la base aérea de Ramstein y los soldados son transportados en autobuses los cinco kilómetros restantes hasta el hospital en Landstuhl. Todos los días de la semana pasada llegaron más de 40 heridos.

Un capellán, Robert Hicks, espera a los heridos todos los días. Es el primer contacto que tienen los pacientes y parece acostumbrado a este trasiego diario de heridos: "No es un mal día, ninguno corre peligro de muerte y sólo uno ha sufrido una amputación; muchos días llegan el doble", argumenta. La primera dosis de patriotismo elemental que impregna el hospital viene de la mano de Hicks. Entrega a cada uno de los recién llegados una medalla con la bandera de las barras y estrellas con el lema: Confiaré en Dios y en los Estados Unidos.

Otro capellán, James Major, lleva 31 años en las Fuerzas Armadas y asegura que sus cuatro meses de estancia en el hospital están siendo la experiencia más fuerte de su vida. "Nunca me acostumbraré a ver esto. Espero que algún día no haya tantos heridos, pero no veo ninguna salida, ni estrategia para apaciguar la violencia en Irak a corto plazo", sentencia.

George Sakakini, reservista de Carolina del Sur, de 53 años, es uno de los 110 médicos que trabajan en el hospital. Cuando se dio cuenta el año pasado de que faltaban médicos en Landstuhl dejó su trabajo civil y se apuntó para "servir a su país". Los peores días, según George, fueron a mediados de noviembre, en plena ofensiva de Faluya, cuando llegaron unos 450 heridos en tan sólo seis días. Aquellas jornadas fueron "el mayor desafío profesional" de su carrera. Para George, los traumas psicológicos de sus pacientes son igual de graves que los físicos: "A diario mandamos soldados a EE UU porque ya no están mentalmente sanos para volver al campo de batalla", asegura. "La guerra les ha tocado, y su recuperación es más complicada".

Por ahora, el médico se conforma con no recibir tantos nuevos ingresos como durante el mes de noviembre, pero no descarta que vuelva a ocurrir. "Si se celebran elecciones en Irak el año que viene, seguro que habrá más ataques y volveremos a tener días con más de cien ingresos".

Soldados estadounidenses trasladan a compañeros heridos a su llegada al hospital militar de Landstuhl, en Alemania.
Soldados estadounidenses trasladan a compañeros heridos a su llegada al hospital militar de Landstuhl, en Alemania.J. S.
Un soldado estadounidense, ingresado en Landstuhl.
Un soldado estadounidense, ingresado en Landstuhl.J. S.

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