Montserrat Caballé defiende lo revolucionario en la ópera si las propuestas son fieles a la música
La soprano cantará en concierto en el Real 'Cleopatra', de Massenet, junto a jóvenes voces
Se ha negado a cantar Casta diva, el aria de Norma que le ha dado tanta gloria, con una ametralladora en la mano, pero Montserrat Caballé no está en contra de que "lo revolucionario", dice, penetre en el mundo de la ópera. Le gustan la savia nueva, las voces frescas, se muestra feliz con la seguridad de que el futuro ya ha llegado para su mundo y por eso se ha rodeado de un puñado de voces jóvenes que acompañan a este mito del canto en la Cleopatra, de Massenet, que cantará en versión concierto en el Teatro Real de Madrid. "Soy la madre musical de un equipo muy joven", dice.
Sigue sonriendo, ni siquiera el hecho de tener que caminar apoyada en dos muletas, con su melena azabache recogida hacia atrás, le ha quitado de la garganta esa carcajada espontánea suya, marca de la casa. Es feliz cuando entra en el teatro, su medio natural después de 46 años de carrera, y jamás creyó en los agoreros que en los tiempos más negros del género predicaban la muerte de la ópera. "Los cataclismos no se sostienen en este mundo porque la música nos toca una fibra mística, espiritual, que cuando vibra encuentras la sensación de que has tropezado con algo en el camino que nos lleva, que cuando estás triste te consuela, cuando te sientes alegre, te armoniza y cuando te encuentras solo, te acompaña", dijo ayer la soprano, acompañada de los jóvenes intérpretes que cantarán con ella Cleopatra, de Massenet, el viernes 17 y el lunes 20.
A su lado, aparecerán en escena su hija Montserrat Martí, el barítono franco-italiano Franck Ferrari, el ruso Nikolái Baskov, la noruega Marita Solberg y los españoles David Menéndez, Enric Martínez-Castignani y Javier Galán, dirigidos por Miguel Ortega. Todos escuchan los consejos que le encanta dar a la cantante con ese tono sutil pero rotundo que le lleva a no ocultar verdades aunque duelan.
Caballé suele empezar a hablarles de lo físico. "A quienes se me acercan y me piden opinión, lo primero que les digo es que para ser maestros de su instrumento deben conocer su cuerpo. Saber que el diafragma es una membrana, no un músculo, y que hay que utilizarlo bien y dominar la salida del sonido". Después pasa a lo espiritual. "Les advierto de que esta carrera es muy difícil y que lo único que hace falta es amor a la música", dice la soprano.
Luego les recomienda cómo saltar los obstáculos y también cómo aliarse con los enemigos. "La soledad es un problema. Pero si consigues hacerla tu amiga, puede llegar a acompañarte con la música. La mejor universidad en este mundo es saber que las piedras que se encuentren en el camino no son obstáculos, que pueden aprender de cada una de ellas. Les debe gustar lo que les digo, porque la mayoría vuelve cada año y hacen progresos muy grandes", cuenta.
Utiliza la ironía con tino, incluso para reírse de sí misma. A los directores de escena que se han empeñado en hacer de la ópera una pasarela cuyo mérito principal a destacar en los cantantes está antes en lucir tipo fino que voz afinada, Caballé les lanza un mensaje. Tiene hasta el remedio para que la sientan Cleopatra a su edad. "En mi caso habría que encargar una bañera más ancha", dice choteándose. "No es lo mismo una interpretación en versión concierto que una representación, soy consciente. Aunque con 20 kilos menos, con la magia del canto y el amor, he convencido a muchos haciendo La traviata".
Suerte en la escena
Su experiencia con los directores de escena ha sido casi siempre muy enriquecedora, aunque si tenía que negarse a hacer algo, se negaba. "Una vez, Lavelli, un director de escena, me pidió que cantara Casta diva con una ametralladora en la mano y me fui. Salvo casos así, he tenido suerte con la mayoría. A los que han trabajado conmigo les gustaba la música. Te hablaban de las producciones como aproximación al compositor y no a los personajes. Era un placer trabajar con músicos a los que les inspiraba la lógica de la partitura", recalca.
Y se refirió a Giorgio Streh-ler, Luchino Visconti, Pier Luigi Pizzi, Luca Ronconi o Emilio Sagi, "no porque sea director de este teatro", puntualizó. Todos son hombres de música y teatro al mismo tiempo. "Ellos no necesitaban hacerse un nombre, sus espectáculos lo valían de por sí. Pretender hacer una película con música, como hacen algunos ahora, es lo que está de moda. Yo no estoy en contra de la modernidad, de las innovaciones ni de lo revolucionario. Es más, esto último me parece válido de por sí cuando lo es", asegura.
"No se deben hacer las cosas en función de su visibilidad, de llamar la atención. Una vez, un director de escena, a una propuesta mía cuando hacíamos Las vísperas sicilianas, dijo: 'Es muy bonito, pero a Verdi no le gustaría'. Era Strehler. Ésa es la diferencia. Los que dan prioridad a otros criterios esconden una falta de talento. Cuando se busca la fama de manera fácil, algo falla".
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